Mi cuerpo, ese deseo, esta ley 09 Jul 2022

“El consentimiento puro y libre no existe”

Revista Ñ | Luis Diego Fernández

El francés Geoffroy de Lagasnerie se opuso en su nuevo ensayo al punitivismo que reclaman ciertos feminismos y aquí defiende su postura.

 

El francés Geoffroy de Lagasnerie, como filósofo y sociólogo, se propone recuperar una izquierda libertaria que haga de la defensa de la autonomía de los cuerpos un elemento ineludible. Si en sus trabajos anteriores se ocupaba de analizar el complejo vínculo del Foucault maduro con el neoliberalismo, las acciones de revuelta política de whistleblowers como Julian AssangeEdward Snowden y Chelsea Manning o de prologar nueva edición francesa del clásico Desobediencia civil de Henry David Thoreau, en su reciente libro Mi cuerpo, ese deseo, esta ley (El cuenco de plata), el autor realiza una dura crítica al punitivismo sexual del progresismo mainstream al cual denuncia por no ser fiel a sus principios.

Lo que De Lagasnerie señala en su libro y en este diálogo con Ñ, es que esos feminismos caen en posturas reaccionarias y hacen de la sexualidad un territorio peligroso que debe ser regulado. Metiendo el dedo en la llaga, el francés denuncia que esas acciones alientan la intervención de un Estado represivo de una manera uniforme sobre experiencias plurales y singulares que imposibilitan un acercamiento homogéneo. Y eso es apenas el inicio de este intercambio.

–En su libro, que está dando que hablar, señala en relación a la sexualidad, que la izquierda actual, olvidando sus principios, adopta un acercamiento represivo y punitivo. ¿Puede explicar cómo se desarrolla?

–Publiqué este texto para expresar mi disconformidad con ciertos aspectos de la política de la sexualidad contemporánea. Lo que me impactó, por ejemplo, es la existencia de un excepcionalismo sexual. Cuando se trata de la sexualidad, muchos movimientos progresistas olvidan sus principios. Mientras que la crítica a la prisión y la represión ocupa normalmente un lugar esencial en la izquierda, la lucha contra las violencias sexuales toma casi siempre la forma de un llamado al fortalecimiento de la acción represiva: aumento de las penas, creación de nuevos delitos, crítica de la impunidad, identificación de ciertos individuos como monstruos o perversos. La política de la sexualidad es hoy uno de los lugares de regeneración de pulsiones represivas. Para mí la crítica al punitivismo sexual es un imperativo ético. No solamente porque la idea que dice que para luchar contra un hecho sería necesario castigar más es falsa, sino sobre todo porque se sabe hasta qué punto el procedimiento penal es violento también para las víctimas, de modo que hay algo indecente en llevar a cabo acciones que, supuestamente por su bien, van a conducir a más personas a confrontarse con el aparato represivo del Estado.

–Reflexiona sobre la ambivalencia y la complejidad de toda relación sexual que no permite determinar de manera precisa cuando comienza el “sí” o el “no”. ¿Qué es lo que comprende por consentimiento?

–Se trata de una cuestión extremadamente compleja. El hecho de vivir en un mundo social quiere decir que toda interacción, sea la que sea, está articulada desde sistemas de poder, de expectativas o de anticipación. No existe ninguna relación social por fuera de un espacio de restricciones objetivas y subjetivas. La sexualidad se inscribe en este contexto. Por consecuencia, incluso cuando no ha habido ni violencia ni amenaza será siempre posible decir luego de una relación sexual que el consentimiento no ha sido “total” o ha sido obtenido “bajo influencia” simplemente porque un consentimiento puro libre de toda determinación no tiene sentido. La sexualidad obedece a una lógica del cuerpo, del deseo, del hábito, de la interacción situada, se desarrolla en situaciones concretas y por tanto aprehenderla a través de categorías simplistas derivadas de la filosofía de la conciencia no hace más que alterar su comprensión.

–En su libro está presente una crítica a cierto discurso hegemónico de la izquierda actual que ha colocado en el centro la figura de la víctima y ha hecho de la sexualidad un lugar donde se encuentra casi siempre la violencia o el trauma. ¿Podemos decir que la izquierda se ha tornado puritana?

–No me gusta mucho la palabra puritanismo. Sin embargo, me parece que a veces hay una tendencia en los testimonios contemporáneos a hacer de la sexualidad una actividad peligrosa. El pensar que cuando se participa en una relación sexual uno da o toma algo de alguien. Es esto lo que explica la multiplicación de interrogaciones sobre el consentimiento: es que éste fue verdaderamente real o un poco viciado bajo tal o tal influencia. Estos interrogantes no existen sino porque se adhiere a una concepción falsa del sexo como una actividad que ha sido siempre potencialmente traumatizante o dolorosa. Ahora bien, la sexualidad no es un lugar donde uno toma algo del otro. Uno no ha tomado nada de alguien cuando hace el amor sin violencia ni coacción. Y sobre todo uno no le ha dado nada al otro. ¡Cada uno de nosotros no es un títere que da un pequeño tesoro a los otros cuando hace el amor! Una mujer o un hombre no “da su cuerpo” cuando hace el amor. La sexualidad es una actividad simple, sana y deberíamos verla como un lugar de experimentaciones no de dominación o depredación. Uno toma algo de alguien si lastima, fuerza, obliga, viola. La violencia sexual es en primer lugar una violencia, y es la razón por la cual pienso que es necesario proponer una noción física y mecánica del abuso: un cuerpo que no quiere hacer frente a otro cuerpo que impone, fuerza, lastima. A la inversa, desde que se hace funcionar una norma sexual que afirma la posibilidad de reinterpretar el consentimiento, la posibilidad de decir muchos años después “no he sido forzado pero estaba bajo influencia” y, por consecuencia, no quería verdaderamente tener sexo, cambia hacia una concepción sustancialista del orden sexual, es decir, basada en la idea según la cual el hecho de haber querido no basta, que hay cosas que uno no habría debido querer o haber querido. Ahora bien, este dispositivo que somete al consentimiento a normas de validez trascendentes es aquel que ha fundado siempre las guerras contras las sexualidades que escapan a los marcos instituidos de la respetabilidad o a las sexualidades minoritarias: guerra del Estado contra la sodomía, las sexualidades S/M, el trabajo, sexual, etc. O, puede ser simplemente contra la libertad de las mujeres. Si se quiebra una concepción mínima del consentimiento como ausencia de coacción física, se corre el riesgo de someter la libertad sexual de cada uno (y la propia libertad en general) al consentimiento de la sociedad, porque incluso si la relación es consentida se puede ser juzgado como “no habiendo debido tener lugar” y “no habiendo sido verdaderamente consentida” por tal o tal razón. Por una extraña inversión es un paradigma reaccionario que el feminismo mainstream podría estar en proceso de poner en marcha.

–Encuentro interesante que destaque el derecho a ser escuchadas de las personas que no han sido víctimas. Creo que este lugar está elidido en el discurso público actual. ¿Por qué piensa que la víctima ha devenido una figura fundamental del discurso progresista y feminista mientras que el cuerpo fuerte y deseante se encuentra oculto?

–No conozco la razón. Quizá está ligada al hecho de que la denuncia de las violencias sexuales se recuesta cada vez más en el aparato del Estado y reproduce desde allí por tanto uno de los sesgos que es su tendencia a la totalización y la homogeneización. En todo caso, lo importante es que es necesario sospechar del riesgo que representa el hecho de someter a regulaciones unificadas las experiencias singulares y plurales. La sexualidad, la intimidad, el deseo, son áreas complejas, donde hay una infinidad de relaciones con el cuerpo según los individuos y los contextos. Fijar normas rígidas y unificadas no puede más que mutilar la vida.

–Señala que no hay un “deseo neutro”, es decir, que no existe un deseo que no haya sido efecto de la sociedad en la que nace. ¿A ello se debe que sostenga que el deseo debe ser solamente descrito pero nunca juzgado?

–Toda forma de crítica social del deseo supone una norma implícita y a menudo reaccionaria de eso que habría debido ser un deseo no contaminado. Se va intentar explicar el deseo por una persona con diferencia de edad, de una clase o un origen diferente. Por alguien de una edad o un lugar idéntico no se pone en cuestión jamás ese deseo, se lo presupone como evidente, contrariamente a otros que estarían ligados a un fenómeno de dominación. Se acepta como evidente el deseo por alguien bello pero no por alguien poderoso o de más edad. ¿Por qué? Personalmente, pienso que es necesario reafirmar una forma de autonomía de la sexualidad y del deseo en relación a la política. Hay que despolitizar el deseo, que tiene siempre algo de incontrolable y no comprender este espacio de juego con un vocabulario político. Se puede muy bien fantasear acostarse con alguien que se disfraza de policía, que esposa o que golpea y luchar contra las violencias policiales.

–Es partidario de la legalización del trabajo sexual. ¿Cuál es su mirada sobre la corriente feminista abolicionista?

–Es simple: uno no se puede reivindicar de izquierda y feminista y apoyar la abolición del trabajo sexual. En primer lugar, me sorprende que en ese debate haya una ausencia casi total de los escorts gay que no son tenidos en cuenta. Ahora bien, yo tengo amigos que son o han sido trabajadores sexuales, que cuentan experiencias muy diferentes de los discursos que son sostenidos por los abolicionistas, que viven su trabajo como una manera simple de pagar sus estudios o simplemente de vivir y no comprendo porque no se habla jamás de esta dimensión. Generalmente, los gays están a menudo ausentes de las discusiones sobre política sexual y esta homofobia discursiva me molesta mucho ya que las leyes se aplican sobre todo el mundo. Por otra parte, es suficiente que en el mundo haya una mujer que dice que ejerce libremente el trabajo sexual para que se le prohíba decirlo. Sin embargo, esas mujeres existen y lo dicen. Por tanto, el problema está resuelto. De lo contrario esto significa que uno se arroga el derecho de utilizar el aparato del Estado para imponerle a otros una concepción unívoca y particular de la intimidad. Desde este punto de vista la tentación abolicionista se inscribe en el mismo paradigma que la prohibición del aborto: controlar los cuerpos de otros.

–Su pensamiento busca construir una izquierda libertaria que se apoya en la defensa de la autonomía de los cuerpos y las libertades civiles. ¿Se trata de un programa intelectual deliberado?

–Mi trabajo articula dos grandes tradiciones a menudo opuestas: una sociológica –soy un heredero de Durkheim y Bourdieu– que insiste sobre la autonomía de lo social y la determinación colectiva de las prácticas; y una teoría política libertaria que pone en cuestión el poder que los individuos ejercen unos sobre otros. Procura reconciliar una tradición sociológica con un individualismo político en el marco de una objetivación opuesta a diferentes sistemas de poder que se ejercen sobre nosotros a través de los grupos y las instituciones a las cuales pertenecemos.

–¿Cuál es su posición respecto de lo que se llama “cultura woke”? ¿Piensa que esta mirada, que apela a la cancelación, el punitivismo y el victimismo, es la consecuencia de ciertas lecturas erróneas de la filosofía francesa contemporánea por parte de las políticas identitarias nacidas en los Estados Unidos?

–Desconfío siempre de estas abstracciones. Pienso la política en función de situaciones concretas y evalúo una acción no en función de su forma sino buscando saber si ella va o no va en el sentido de un mundo más justo. Puedo comprender a veces la necesidad de protestar contra ciertos discursos mantenidos en el espacio público pero me acuerdo también que en los años setenta los maoístas intervenían para impedirle hablar a Gilles Deleuze. Por lo tanto, no es porque un grupo se reivindique como radical que sus acciones de censura no puedan ser nocivas. Lo que me parece más inquietante en la izquierda mainstream es el retorno de una forma espontaneísmo, de invocación a la experiencia y al hecho de estar preocupado por un tema para establecer una suerte de legitimidad intrínseca en la toma de la palabra en detrimento de nociones de ruptura epistemológica o de investigación. No hay saber ni experiencias espontáneas. Un hombre gay como yo tiene complemente el derecho legítimo de criticar a las mujeres que se reivindican feministas e incluso de discutir la dominación masculina. Es necesario mantener la crítica a la experiencia espontánea como un punto de partida esencial del proceso intelectual y rechazar los efectos de autoridad ligados a una identidad para darse el derecho de someter todo discurso al análisis político y a la evaluación de sus efectos emancipatorios o conservadores.