Diario de un sueño 02 Dic 2021

Guy Hocquenghem, apátrida e hijo pródigo del 68

Revista Ñ | Leonardo Sabbatella

Teorías queer, identidad de género y debates filosóficos se cruzan en los textos de Guy Hocquenghem.

 

Apenas con una cámara portátil de video, la directora suiza Carole Roussopoulos filma en 1971 la asamblea del Frente Homosexual de Acción Revolucionaria en París y crea así un documento histórico y amateur. Veintiséis minutos incendiarios. Las imágenes, con esa urgencia que le da a los primeros planos la cámara en mano, muestran, entre otros, a Guy Hocquenghem en blanco y negro pronunciando un discurso radical contra los mandatos sociales de la vida heterosexual.

No tanto debido al contenido, sino más bien por el tono, desencantado y furioso, liviano y profundo, puede reconocerse en los textos periodísticos de Diario de un sueño al mismo Hocquenghem del documental. Asombra la cinta de Moebius que se produce entre sus imágenes en video y sus textos periodísticos. Correas de transmisión que llevan y traen, a los dos lados de la cinta, la electricidad de su pensamiento. Hijo pródigo del 68, escribe después de la rebelión. Adopta una posición crítica y equidistante de los polos tradicionales. A la derecha por la opresión social y a la izquierda por la condena a la homosexualidad. El Partido Comunista lo expulsa por su vida sexual.

Hocquenghem habla del fin de fiesta. En Diario de un sueño practica una micropolítica de temas coyunturales que guardan, como pequeños caballos de Troya, las disputas históricas. Suicidios, muertes de íconos pop, drogas, política, identidad de género, orientación sexual, cine, TV, debates filosóficos o mundiales de fútbol. Casi cualquier hecho social es fértil para su breve escritura cáustica.

Pionero de las teorías queer, Hocquenghem apunta y dispara contra tres de sus principales enemigos: la desigualdad social, la moral burguesa y, quizás el más complejo de definir, una estética de la fealdad. En “El estilo de una huelga” toca, no exento de cinismo, uno de los temas tabúes de la teoría crítica, la contradicción entre consignas revolucionarias y formas conservadoras.

Como diría la vieja tesis marxista, al mundo no se trata de interpretarlo sino de transformarlo. Hocquenghem lo descubre con poco más de veinte años: “la verdad no nos alcanza para vivir”. Una de mayores novedades que traen estas noticias viejas es la necesidad de hacerle lugar a otras formas de vida.

El asesinato de Pasolini, la estética de Village People, la ceguera de Sartre, la reseña de una obra de Copi o una proyección de Calígula son algunos de los textos con mayor potencia crítica de este francés con pinta de héroe joven. Demuestra especial interés en la industria audiovisual, la cual conocía en sus breves relámpagos de guionista y director.

Quizá uno de los rasgos más atractivos de libro sea su doble velocidad de salto de tema constante y, a la vez, regreso a sus núcleos duros: la comunidad homosexual y la reproducción del orden dominante.

En cierta forma, anticipó la época actual cuando escribió en “De la sobreinformación como interferencia”: “en una época en la que los eventos históricos se registran, se televisan, se filman con decenas de cámaras anónimas, la realidad del enigma se disuelve en una lluvia de incidentes, en una multiplicidad sobrecargada”. Sorprende la actualidad de sus textos, como si viniera de lejos para decir que si creíamos que el mundo había cambiado, estamos equivocados.

A menudo sus notas recibían reacciones adversas. No debería descartarse que ese efecto en cadena que produce siendo políticamente incorrecto no haya sido parte de su estrategia de intervención. Hocquenghem no quiere escandalizar, pero sí hacer crujir las estructuras de las convenciones sociales. No está dispuesto a aceptar nada sin antes haberlo sometido a un debate político.

Poco importa si tiene razón en sus planteos, su valor diferencial es el modo de conectar ideas y de diseccionar la época que atraviesa como un sobreviviente o un apátrida, en cualquier caso como alguien que no encaja y que ha descubierto que ese estigma no solo es su identidad sino su virtud más excepcional y salvaje.