Rahel Varnhagen 18 Mar 2021

Hannah Arendt y su hermana

Revista Ñ | Alfredo Grieco y Bavio

La filósofa política Hannah Arendt, una de las más importantes del siglo XX, escribió también Rahel Varnhagen. La vida de una mujer judía.

 

En la tapa de la bienvenida traducción castellana de esta biografía doblemente alemana la imagen es de la biógrafa, no de la biografiada. Una fotografía clásica de Hannah Arendt todavía muy joven, cuando esta mujer judía nacida en 1906 en Hannover pero criada en Königsberg, la ciudad prusiana oriental de Immanuel Kant y Rosa Luxemburgo, había emigrado a Estados Unidos después de dejar atrás en Alemania el mal amor de Martin Heidegger y la persecución del Tercer Reich.

En el país que iba a ver crecer su obra y su fama, hasta convertirse en una de las figuras más importantes de la filosofía política del siglo XX, vemos a Arendt recostada en el suelo, apoyada en su codo izquierdo, en una reunión nocturna de intelectuales donde podía fumar y beber y conversar y escuchar a gusto, sana y salva en la isla de Manhattan donde iba a morir a los 69 años.

Recién en la contratapa tenemos una imagen, aunque aquí sólo por escrito, de Rahel Varnhagen, donde se nos dice que esta otra mujer judía alemana, que nació en Berlín en 1771 y murió en la misma capital prusiana en 1833, anterior en un siglo y medio a Arendt, “no era rica, ni culta, ni bella”, aunque “entre sus dotes se contaba la inteligencia”. Autora de ensayos y de una vasta correspondencia estimada en casi diez mil cartas, Varnhagen es recordada ante todo por su salón literario berlinés, “punto importante de reunión de intelectuales de la época”.

Allí fueron Schlegel, Schelling, Schleiermacher, los hermanos Humboldt, Tieck, Jean-Paul Richter: algunos de los nombres mayores de la literatura, crítica y teoría literarias, la geografía y la lingüística del romanticismo alemán. Varnhagen fue una de las iniciadoras del culto de Goethe. Aunque más longevo, el autor de Fausto murió, con pocos días de diferencia, exactamente un año antes que ella. Su “vida transcurrió durante un crucial período de asimilación, cuando, abiertas las puertas del gueto, los judíos alemanes consideraron imperativo escapar del judaísmo”, concluye el primer párrafo de la contratapa.

La tapa y la contratapa, entonces, muestran a Arendt y describen a Varnhagen en dos situaciones sociales e intelectuales. Las dos fueron grandes anfitrionas. Según su amiga y gran corresponsal, la novelista y ensayista Mary McCarthy, Arendt practicaba el doble arte de servir cócteles bien cargados y de nunca dejar después que los vasos quedaran mucho tiempo vacíos, una vez bebidos.

Arendt dijo, sin embargo, que su mejor amiga entre todas, a pesar de que estuviera muerta cuando ella nació, era Varnhagen –su background alemán y judío era el suyo, no el norteamericano y católico de McCarthy. Si la foto en tapa sugiere –no sin excelentes razones– que debemos alegrarnos por contar con la competente traducción de Horacio Pons, que completa en castellano el canon de Arendt, tampoco faltan razones –no menos óptimas– para pensar cuánto puede interesar este libro por derecho propio, con prescindencia del conocimiento previo del pensamiento de Arendt o del interés por las nuevas zonas de éste que esta biografía abre e ilumina.

Hay otro nivel más que justifica la imagen de Arendt en tapa. Es la posibilidad de leer el libro en clave autobiográfica. Arendt había propuesto el tema a su maestro Karl Jaspers como una tesis de habilitación, el texto con el cual, una vez aprobado, podía la candidata aspirar a un cargo como docente en una universidad pública. En 1933, año de la llegada de Hitler al poder, Arendt había completado un borrador del libro. Emigró entonces, temió haber perdido una copia de este borrador, la encontró.

Entretanto, la que se había perdido, textualmente, había sido su amiga, su casi hermana Rahel. Las cartas de Varnhagen, que Arendt había leído, investigado, fichado para su trabajo en la Staatsbibliothek, se habían perdido en la inmediata posguerra. Sólo a fines de la década de 1970 fueron redescubiertas en la biblioteca de la Universidad de Cracovia, en Polonia, donde habían sido transferidas durante el conflicto mundial. Es decir que por años, las cartas de Rahel, ese epistolario que es su texto continuo mayor y mejor, sólo había existido en las muchas citas que Hannah había hecho en este libro.

En la década de 1950, Arendt buscó una editorial donde publicar su biografía. Aunque redactada en alemán, Rahel Varnhagen: La vida de una mujer judía fue publicada por primera vez en 1957, en traducción inglesa de Richard y Clara Winston. Al mismo tiempo, Arendt, ya residente neoyorquina plena, había iniciado un pleito para recuperar en Alemania bienes y escritos perdidos y para impugnar que durante el nazismo le hubieran cerrado la carrera académica por las leyes raciales del régimen. Tuvo que apelar, pero ganó.

La biografía de Arendt invita, inevitablemente, a reconsiderar, como tuvieron que hacerlo los tribunales alemanes, de qué modos y por qué vías la historia, los textos literarios, las autorías se construyen a la vez que construyen. Con tanta sobriedad como contundencia, Arendt advierte sobre la contingencia de las categorías: las figuras de la literatura y la filosofía son el producto de la historia, pero también quienes la producen –es decir, quienes la escriben, y reescriben–; los textos que en la portada de un libro indican quién lo escribió y sobre qué o quién escribió son menos inmutables de lo que parece, y a veces soprendentemente, admirablemente intercambiables.

Hannah produjo un libro sobre Rahel, y la produjo: si hoy recordamos a Varnhagen, es ante todo por Arendt. Quien sin Varnhagen –el círculo se cierra– todo invita a creer que nunca habría sido la Arendt que conocemos.

Rahel Varnhagen: La vida de una mujer judía, Hannah Arendt. Trad. de Horacio Pons. El cuenco de plata, 284 págs.