Continuar 07 Mar 2020

Hijo único, aspirante a skinhead

Revista Ñ | Gabriel Sanchéz Sorondo

La novela Continuar, de Laurent Mauvignier, cuenta el viaje de una madre francesa por las montañas de Asia Central.

 

Sibylle y su único hijo –Samuel, de dieciséis años, aspirante fallido a skinhead– atraviesan las montañas de Kirguistán, arriesgándose a una cabalgata poco preparada, muy lejos del urbano Burdeos en que viven.

Lo hacen sin guía ni apoyo de ninguna clase. Ella, francesa, divorciada tiempo antes del padre de Samuel, impulsó la aventura buscando acercarse al clásico adolescente en plena crisis, cuyos juegos casi infantiles tienden a mutar en delincuencia. Pero en el marco del “viaje sanador” que proyecta esa madre setentista (y como tal, entusiasta del “aire puro”, con todo el forzado panteísmo que esto implica) las cosas tampoco salen del todo bien.

Por el contrario, resultan previsiblemente peor de lo esperado; a la incomunicación que persiste entre ambos, el viaje suma peligros propios de ese territorio “natural” que ellos desconocen.

Sin equipo ni entrenamiento, enojados, ofendidos y recelosos entre sí, madre e hijo avanzan accidentadamente por aquel tramo escabroso (en todos los sentidos del término) de Asia Central.

Así alternan entre ovejas, pobladores mansamente primitivos, ataques de tribus nómadas, abismos en las laderas y hasta arenas movedizas que están a punto de devorarlos. Así hilvanan episodios inquietantes durante un periplo digno de Emilio Salgari, aunque en clave depresiva.

Protegido por auriculares que nunca se quita, donde David Bowie suena a repetición como himno a la urbanidad perdida, Samuel no colabora: a los múltiples factores de acoso exterior, agrega su propia hostilidad y un hermetismo que su madre percibe con miedo y culpa, como si confirmara estar perdiendo el control: “Ella, que deseaba salvar a su hijo de la delincuencia o de vaya uno a saber qué degeneración, ella, que se había creído más astuta que el resto con su hermosa y original idea, pues bien, ella había actuado peor que todos, mucho peor. Al querer obsequiarle un nuevo contacto con aquello que ella creía era la vida real, había puesto por lo menos dos veces la vida de su hijo en peligro”.

La incidencia de dos tensiones distintas pero complementarias, apoyadas en el frecuente rencor de los hijos púberes hacia sus progenitores y la proverbial necedad de una madre cuya juventud, a su vez, está demasiado cerca (o al menos eso es lo que siente ella) acaba, sin embargo, desbordando el cauce para bien. Es decir, destapando ollas. Y, a los tropezones, avanzados los dos tercios del viaje, la relación, pese a todo, se va redimiendo, como lo había planeado Sybille.

Finalmente, diría un terapeuta en didáctico afán, “se purga el vínculo”. En este aspecto, también a lo Emilio Salgari, la trama encuentra desenlace amable.

Lo que en palabras del diario galo L’ Express es “una gran novela sobre el amor materno”, tiene más mérito como saga de aventuras que por la cuestión de madre-hijo. Incluso la geografía descripta, la cosmovisión de los personajes regionales emergentes a lo largo de ese viaje que propone Laurent Mauvignier como escenario presentan mayor interés que el saturado asunto edípico.

Desprolijidades (muchas, demasiadas) en la traducción, errores ortotipográficos y comas incomprensibles, entre otros atascos, interrumpen el texto que, sin ser sublime, está allí para contar una historia necesitada de máxima claridad narrativa. Y aunque es posible seguir el guión, digámoslo así, la acumulación de faltas se convierte en un ruido blanco molesto; un resonar de zumbidos en desmedro de la fluidez imprescindible para organizar argumentalmente las secuencias.

Acaso una corrección de pruebas omitida haya dejado esas desprolijidades sin subsanar. La insolvencia en este aspecto, hay que decirlo, no es habitual en el catálogo y en los últimos títulos de la editorial El cuenco de plata, y por esa razón nos sorprende.