10 Dic 2017
La Voz del Interior | Javier Mattio
Acaba de publicarse Un atleta de las letras, la primera biografía del legendario Juan Filloy, enfocada tanto en su vida como en sus libros, muchos de ellos inéditos. La firma Ariel Magnus.
Recrear la existencia de una huella que pisó tres siglos no puede ser empresa fácil, y menos si el ser en cuestión es Juan Filloy (1894-2000), rotunda leyenda letrada cordobesa y uno de los grandes enigmas de la literatura en lengua castellana.
Con más de 50 libros escritos, incluidos los inéditos, y a pesar de rescates cuidados como el que desarrolla actualmente la Editorial de la Universidad de Río Cuarto, el legado de Filloy está a años luz de ocupar el lugar que le corresponde en el canon del siglo 20.
Humorista barroco y maximalista de ambición universal y erudición desbordante, precursor ubicuo de modernidades y vanguardias, genio liberado en el método, el autor nacido en barrio General Paz, que vivió la mayor parte de su vida en Río Cuarto para morir finalmente en su ciudad de origen, conspiró para que sus libros pasaran casi inadvertidos, para que el personaje se impusiera a la obra, ya sea por picardía o timidez, quizá con el ánimo adrede de magnificarse y pervivir así como hito de culto.
No hay mayor razón para que exista una biografía de Filloy, un texto que eche luz y aborde detalles sobre una silueta de bordes en apariencia cerrados y confinados a berretines. La longevidad, su profesión de juez, la habilidad pintoresca con palíndromos y sonetos, la extensión cabalística o pitagórica del número siete al total de su producción, las cartas con Sigmundo Freud, su condición de hijo de analfabetos, la frecuentación prostibularia, su casamiento tan improvisado como duradero, la caricatura que hizo a temprana edad de Theodore Roosevelt (publicada en La Voz del Interior), su presencia en la Reforma Universitaria o la fundación del club Talleres y sus intervenciones como árbitro de boxeo –hechos más fabulados que constatados- opacan su prosa sagaz, frondosa y libertaria.
Manos a la obra
Sorprendido justamente por la ausencia de una biografía y movilizado tanto por la admiración de lector como por la curiosidad ante el mito, el escritor Ariel Magnus se cargó la decisiva tarea al hombro. La consecuencia es Un atleta de las letras (Eduvim), irresistible revisión literaria que desmitifica a Filloy en términos vitales a la vez que resalta lo importante, los libros.
El resultado es una actualización, una revalorización, un zamarreo del bronce nunca del todo broncíneo, una invitación a descubrir o redescubrir a un autor vigente y sin anacronías en el presente minimalista.
Con acceso minucioso al archivo que conserva Monique Filloy, hija del escritor, Magnus reproduce el galantemente divertido cortejo epistolar con Paulina Warshawsky previo al matrimonio, las encendidas sentencias del Filloy jurídico contra automovilistas sobrepasados o diagnósticos sospechosos de demencia senil, o imperdibles cartas de lectores admirados, incluyendo respetuosos intercambios con el mendocino Antonio Di Benedetto.
Las más de 400 páginas están dedicadas a repasar libro por libro, desde los imprescindibles Caterva y Op Oloop hasta un jugoso arcón de inéditos, así como a retratar a un hombre contradictorio que coqueteó con la izquierda más radical y la derecha más recalcitrante (entre las misivas hay una amable del almirante Emilio Massera en épocas de dictadura, régimen que poco antes lo había llamado a comparecer por la publicación de Vil & Vil); que dibujó un pionero universo gay en ¡Estafen! y erigió un personaje femenino potente en La potra, así como en otras ocasiones se mostró profundamente homofóbico y misógino; que condenaba a los autos como máquinas asesinas y profesaba afición por las carreras.
Lejos del agotamiento de la figura en la empresa biográfica, Un atleta de las letras abre la puerta a la obra de Filloy descubierta y por descubrir y a futuras biografías, evidenciando una proyección póstuma vasta y fecunda que encuentra ecos en generaciones jóvenes como la de Magnus.
“La biografía podría haber sido más larga aprovechando que tuve acceso a cosas que no vio nadie, ni siquiera su familia, y que quizá no vea nadie durante vaya a saber cuánto tiempo o nunca –reconoce el autor de Un chino en bicicleta-. Tiene algo de manual, va libro por libro para no asustar, es cronológica. Está más centrada en los textos que en la persona, o al menos un 50 y 50”.
Un paracaidista
¿De dónde nace el interés por Filloy? “Lo leí hace años y me gustó. Pero había leído sólo Op Oloop, me encantó y quedó ahí. Retomé la lectura cuando empecé a trabajar para El Cuenco de Plata, que estaba reeditando su obra, y leyéndolo ahí lo primero que me pregunté era cómo habría sido escribiendo como juez. Después eso, se transformó en las ganas de investigar, tenía que haber una biografía solamente con mirar en las solapas lo que había hecho y escrito. Pero a mí las biografías no me interesan, no las leo, era la excusa para ver sus cosas judiciales e inéditos”, señala Magnus.
Y completa: “No sólo que no me interesan las biografías sino que no soy cordobés, no tengo contacto con Córdoba, no conozco a nadie que haya conocido a Filloy, fui un paracaidista absoluto en la casa de Monique, con la que me puso en contacto Edgardo Russo (exeditor de El Cuenco de Plata). Después me fui dando cuenta de lo cargada que está la figura de Filloy; en Río Cuarto es una carga que ya no la soportan más, y yo aparecí ahí fresquito. Me encontré con cosas fascinantes como los escritos judiciales y fui rectificando mitos y descubriendo otros. El archivo de Monique es gigantesco, Filloy guardaba todo, todo, todo. Se iba de viaje y guardaba cada papelucho. Yo no podía evaluar ahí, tenía que fotografiar. Debo haber sacado 15 mil fotos”.
“Lo que me fascina de Filloy es la cantidad de obra que produjo y que en gran medida está inédita, y que publicara de manera privada –advierte-. Lo principal en su caso está centrado en la escritura y no en la impresión ni la difusión ni la comercialización de libros. El escritor que entiende que todo lo que pasa en la literatura pasa en el momento de la escritura entendió básicamente todo”.
Casi oficial
-¿Cómo se recepta hoy a Filloy? ¿Qué puede cambiar “Un atleta de las letras” en esa recepción?
-Hay una mezcla entre el que lo conoce y estima y le parece que es un grandísimo en el top tres argentino, y el que lo desconoce completamente. Hay un Filloy oficial, plasmado en las entrevistas que dio en sus 15 minutos de fama en la década de 1970, cuando se reeditaron algunos de sus libros, y que para mí era importante desarticular. Decir sí, estuvo cuando se fundó Talleres, pero no fue socio fundador. Fue juez de box dos veces, pero no en una pelea destacada. Escribió gran cantidad de sonetos, no muy buenos. Hizo una cantidad de palíndromos, no era campeón mundial. Aclarado esto hablemos de los libros, reproduzcamos su correspondencia amorosa, que es la parte más chismosa pero espectacular. La idea fue abrirlo por otros lados, mostrar la maravilla de sus libros tanto como los que no están tan buenos. Es una biografía casi oficial en el sentido de que Filloy creía más en la posteridad que en la vida, su obra es la biografía oficial. Al final entre los apéndices puse un diálogo ficticio con él donde le digo que terminé siendo un personaje suyo.
Actualizarlo siempre
-¿Por qué no ocupa Filloy un lugar más destacado en el canon? ¿Cómo es leído en el exterior?
-A él le encantaba decir que sus libros estaban por ser traducidos o ya habían sido traducidos, y era mentira. Muy al final de su vida le tradujeron al holandés un par de libros y recién ahora aparecieron en inglés, en alemán. En Alemania o Suiza, encontré una reseña que decía que es imposible que no haya sido traducido antes. El crítico lo llevó al extremo de sospechar que el libro había sido escrito por un tipo hoy tomando cosas de los años 1930. Lo dice medio en chiste, medio en serio. Es tentador plantear una historia contrafáctica, porque es un caso extraño. Si sus libros hubieran circulado en librerías y él hubiera sido un personaje más público habría cambiado la historia de la literatura argentina. Él está incorporado a esa historia y todo el tiempo lo estamos incorporando o aunque sea rescatando, y esa también es una manera de ingresar en la literatura.
-¿Qué contacto tuviste con Candelaria de Olmos, una de las mayores especialistas en Juan Filloy?
-La primera persona que me recomendó hablar con Candelaria fue mi traductora al alemán, Silke Kleemann, que casualmente fue la que tradujo a Filloy al alemán. Le escribí a Candelaria y me dijo que ya estaba haciendo una biografía. Al principio pensé en abandonar, pero Filloy es tan grande que merece varias biografías. Para no contaminarme no le volví a escribir. Lo gracioso es que cuando iba por las diferentes paradas me decían “ah, sí, por acá ya pasó una chica que está haciendo la biografía”, y no era Candelaria. Así que éramos tres haciendo la biografía en el mismo momento. Dije: “Esto va para novela”. Dos chicas y yo, además. Me lo propuse seriamente, hice anotaciones para una novela sobre la biografía de un escritor que nadie termina escribiendo. Igualmente me parece significativo que seamos tres personas jóvenes o relativamente jóvenes tratando de rescatar a esta figura o de actualizarla, a Filloy hay que estar actualizándolo siempre.