La Tarea 26 Jun 2014

La tarea

Revista Otra parte | Federico Romani

 

Resulta difícil fijar el carácter removedor y destructivo de la poética de William S. Burroughs (1914-1997) a la luz del paradigma de exposición irrestricta de las personalidades, las obsesiones y los vicios que vino a fijar entre nosotros la sobremodernidad. Precursor y mentor de la generación beat, inspiración fundamental de los profetas del cyberpunk y catalizador de algunas de las tendencias más conjeturales de la vanguardia contemporánea (desde la llamada “estética de la destrucción” hasta las penetraciones más inesperadas de esa catastrófica ecuación llamada biopolítica), la originalidad del creador de El almuerzo desnudo está ligada tanto a las sensaciones de desprotección y amenaza que fluyen desde sus escritos como a las extremadamente originales y controvertidas redefiniciones de parámetros culturales que palpitan en sus declaraciones. Melodrama de choque y confrontación, épica infecciosa construida sobre una adivinación siniestra del futuro y nihilismo proyectado sobre una nueva economía mezcla de delirio psicótico e idealidades pervertidas, estas entrevistas con Daniel Odier, recuperadas en excelente edición de Ariel Dilon y Edgardo Russo cuarenta años después de su aparición original, vienen a confirmar que la llamada “confrontación total” que Burroughs sospechó y esbozó a finales de los años sesenta y principios de los setenta se estaba dando en un terreno cuyas infinitas posibilidades recién comenzaban a ser exploradas. Si la contracultura había propuesto una nueva idealidad para un mundo en crisis, los excesos y la corrosión de Burroughs se mostraron a la vez como inspiraciones prodigiosas y anotaciones al pie de página en el sistema nervioso de esa época que calmaba la agitación de la carrera armamentista en el refugio psicodélico y antigravitatorio del flower power. Burroughs es (fue) un profeta y, como tal, habla (habló) quieto y en voz baja, en medio del caos y la indiferencia, puso en vilo sus teorías con la convicción de quien demanda guiar la exploración de un nuevo marco relacional y no legitimar su acceso al ya establecido. Por específicas que sean, sus propuestas no eluden la utilidad —pasajes enteros del libro pueden ser leídos como un manual de instrucciones— aunque su forma periodística pueda llegar a sugerir una articulación algo excéntrica en los pasajes más intranquilizadores. A Burroughs parece no interesarle tanto lo que hay detrás de las convenciones que se propone destruir —la familia, los modos consolidados de transmisión de la información, la realidad como escenario prefabricado— como las distintas maneras en que las operaciones simbólicas del lenguaje podrían delinquir sobre su superficie. La tarea es un recetario para incendiar la conciencia colectiva, el bisturí eléctrico que corta y cauteriza la religión muerta de la sociedad de consumo, y sus concepciones patológicas del cuerpo y la mente no tienen otra meta que transformarnos en cómplices de lo que él entiende como una farsa generalizada. Hay algo muy sádico en su modo de decir y escribir, como si el reportaje fuera una simple técnica de uso y no la ocasión de apertura de la subjetividad, una sesión demencial de hipnosis en lugar del espacio de reflexión que podríamos esperar de un libro de entrevistas. Polémico y desaforado, este libro discutible —profundamente discutible, digamos—, polémico y absolutamente fascinante, divide, convence y repele al mismo tiempo, méritos de fuerza sólo reservados para los escritores imprescindibles.