03 Ago 2014
Perfil cultura | Gonzalo León
Ningún autor extranjero ha significado tanto para la literatura argentina como Witold Gombrowicz, quien supo nadar a contracorriente del modelo estetizante y borgeano. Las jornadas que comienzan esta semana permitirán apropiarse del legado de una inteligencia literaria descomunal que nos hizo a todos, con amor, con crueldad y con ironía, contemporáneos de todos los hombres.
El 21 de agosto de 1939 el diario La Nación registraba el arribo de un barco de bandera polaca al puerto de Buenos Aires. Además de informar que se trataba del viaje inaugural del Chrobry destacaba que entre los pasajeros se encontraban “los escritores Bohdan Pawlowicz, Witold Gombrowicz y Czeslaw Strazewicz (sic) (…) Gombrowicz es un humorista moderno, de vasta cultura. Acaba de tener un éxito de resonancia con un folleto titulado Ferdydurke”. Pero por qué un autor polaco que había tenido cierta notoriedad en su patria emprende un viaje de veinte días por el océano Atlántico. La historia cuenta que le pidió a un amigo que lo embarcara en aquel viaje inaugural. Sea como sea, la lectura de su Diario se vuelve imprescindible no sólo para cualquier inmigrante en Buenos Aires, sino también para ese narrador fuera de lugar, que tiene sus ojos aquí y allá, en lo que perdió y en lo que puede estar ganando sin darse cuenta. De ahí que con ese viaje inaugural del Chrobry se estará inaugurando, de algún modo, una tradición, una literatura. Y el paso de Gombrowicz por Argentina, como dicen muchos, construirá esa literatura, esa mirada.
Los diversos testimonios, tanto del propio autor polaco como los recogidos por su viuda, Rita, en el libro Gombrowicz en Argentina, dan cuenta de sus primeros días en Buenos Aires. De partida se descarta la tesis de que la guerra estalló mientras la nave cruzaba el océano. Jeremi Stempowski, que en 1939 era director de la compañía marítima dueña del barco, cuenta que organizó una decena de recepciones a bordo y que incluso a una de ellas asistió el presidente Roberto Ortiz: “Hubo cócteles, partidas de bridge, tés, fiestas mundanas. Me presentaron a Straszewicz y a Gombrowicz como corresponsales de un periódico polaco”. Por su parte Gombrowicz, en Kronos, el diario o cuaderno de notas póstumo, relata así esos días: “Recepción en el barco. Visita al parque zoológico. Costanera. Estalló la guerra. Camino por Florida”. Efectivamente, a los días de su llegada la guerra estalla, pero un poco antes el barco había recibido la orden de partir. Gombrowicz empaca y se embarca, pero antes de que el Chrobry zarpe se vuelve con sus valijas y baja al muelle. Ese sería el primer año de los casi veinticinco que pasaría en Argentina.
Witold Gombrowicz a fines de los 60 ganó el prestigioso premio Formentor, que a principios de esa década lo habían recibido Samuel Beckett y Jorge Luis Borges, por lo que la importancia literaria del autor nacido un 4 de agosto queda establecida. Pero previamente, con más exactitud en la década anterior, Gombrowicz había comenzado a hacerse conocido en el mundo gracias a los textos que enviaba a la revista de exiliados polacos en Francia llamada Kultura y que años después reunió en lo que sería su Diario (1953-1969); por esa misma época aparecía la traducción al francés de su novela Ferdydurke bajo el seudónimo Brone, y más tarde, cuando regresó a Europa y estaba instalado en Francia, en pleno mayo del ’68 la edición francesa de la revista Les Inrockuptibles le dedicó un número, por lo que, como señala Enrique Vila-Matas en su artículo “Gombrowicz en seis horas y cuarto”, convirtió al autor “en lo más parecido –sobre todo para la juventud francesa de hoy– a una estrella pop”.
Desde ese momento tuvo reconocimiento casi mundial; en su país hasta hoy sus textos son enseñados en la secundaria, salvo una breve interrupción que coincidió con la llegada de la extrema derecha al poder.
¿Pero dónde radica la importancia de Gombrowicz hoy? ¿Es un escritor europeo o su paso por el país fue determinante para su obra y puede considerarse parte de la tradición argentina?
Para la escritora y docente de la Universidad de Buenos Aires María Rosa Lojo, si a Gombrowicz hay que considerarlo dentro de la tradición europea o argentina es un asunto superado, básicamente desde la conferencia “El escritor argentino y la tradición”, dada por Borges en el Colegio Libre de Estudios Superiores. Dicho de otro modo, “la tradición argentina incluye a la europea”. De hecho, Lojo llegó a Gombrowicz a través de Ernesto Sabato, con quien el autor polaco tuvo estrecha amistad y quien le escribió un prefacio a una reedición de Ferdydurke. Para esta escritora, el hecho de que Gombrowicz tocara tópicos argentinos no convertía sus textos en argentinos, sino que “lo interesante es la mirada argentina: la condición de sentirse exiliado es muy propia de los argentinos”. Buenos Aires como una Babilonia, los indígenas como exiliados en su propia tierra es aquello de lo que se da cuenta este autor polaco, según Lojo.
Hace unos años Pablo Gasparini –quien al igual que Lojo participará en el Congreso Gombrowicz– escribió El exilio procaz: Gombrowicz por la Argentina. En ese ensayo coincide con la escritora y académica al plantear que “desde la punzante ingenuidad de un polaco recién llegado, descubrió (o al menos inventó) una nueva mirada”. La diferencia que propone Gasparini es que esta mirada no fue una mirada argentina convencional, fruto de la época, sino que fue “una mirada virginal”. Esa mirada le aseguró poder mantener la estética que ya había trabajado en Ferdydurke, es decir el culto a lo inferior, a lo no realizado, a la juventud, a lo inmaduro, porque precisamente había llegado a un país joven, inmaduro, inferior en relación con la cultura europea. Como señala Gasparini, “el país más rico en vacas que en literatura deslegitima la situación literaria de Gombrowicz”, y eso mismo le otorga una oportunidad para desfachatarse, “una caída en lo aún inmaduro que el autobiográfico y procaz ‘yo’ del Diario presiente apenas desembarcado”. Un ejemplo de eso es cuando precisamente en Diario se pregunta retóricamente qué es la Argentina: “¿Es acaso una masa que no llega a ser pastel, es sencillamente algo que no ha logrado cuajar del todo o es una protesta contra la mecanización el espíritu, un gesto desdeñoso e irritado del hombre que rechaza la acumulación demasiado automática, la inteligencia demasiado inteligente, la belleza demasiado bella, la moralidad demasiado moral?”.
Los primeros años de Witold Gombrowicz los vivió en la miseria, vagando de pensión en pensión, pasando incluso hambre, sin poder escribir una sola línea. Recién después de la guerra su situación dio un giro, cuando consiguió trabajo en el Banco Polaco, un hogar estable en Venezuela 615 (donde vivió hasta su regreso a Europa) y fondos suficientes para emprender la traducción al castellano de Ferdydurke. Si bien en esos años ya contaba con un grupo de escritores entusiastas que lo rodeaban, según Adolfo de Obieta (hijo de Macedonio Fernández) su actividad literaria en el país fue casi nula, a excepción de esa traducción. De hecho, las repercusiones de esa novela fueron contadas, pese a los intentos que hizo Gombrowicz para que ocurriera todo lo contrario, mandando cartas al director de La Nación, haciendo gestiones de todo tipo. Esto, pese a que en el prólogo a la primera edición de Ferdydurke escribiera: “Quisiera pedirles que no digan nada”.
Como persona –tal como explica Germán García, psicoanalista y autor de Gombrowicz: el estilo y la heráldica–, le encantaban los juegos de dominio. En ese sentido era “despiadado con todos”, cosa que por contrapartida no le otorgaba ningún poder: “Por ejemplo, iba a una casa y decía algo como ‘qué lindas las cortinas’ y luego agregaba ‘lástima que no combinen’…”. Tal vez esto explique la conocida anécdota de esa cena en San Isidro con Borges, Bioy y Silvina Ocampo. Pese a que Gombrowicz consideraba a Borges “el escritor argentino de más talento”, le reprochaba su afán europeizante: él tenía ganas de hablar de Argentina y ellos, los del Grupo Sur, tenían ganas de hablar de Europa. De ahí que haya escrito que “así terminó la cena en la casa de Bioy Casares… en nada… como en todas las cenas consumidas por mí al lado de la literatura argentina”.
La disputa entre Borges y Gombrowicz la zanjó Juan José Saer en su ensayo La perspectiva exterior, incluido en El concepto de ficción. A propósito de esa cena que no terminó en nada, Saer trae a la memoria la catastrófica cena entre James Joyce y Marcel Proust, “encuentro en el que, según Joyce, a Proust parecían interesarle exclusivamente las duquesas en tanto que a él, Joyce, le interesaban exclusivamente las mucamas”. Tanto Joyce como Proust revolucionaron la literatura del siglo XX así como Borges y Gombrowicz revolucionaron la literatura argentina. En este sentido, uno es la cara inversa del otro, de ahí que Saer afirmara que la acusación de europeizante que hacía el polaco al argentino era infundada, porque en el único sentido en el que era europeizante “es exactamente el mismo en que lo es el propio Gombrowicz”. Y agregó algo más que ambos compartían: “El mismo gusto por la provocación, la misma desconfianza teórica ante la vanguardia y, sobre todo, el mismo intento de demolición de la forma; uno, Gombrowicz, exaltando la inmadurez, y el otro, Borges, desmantelando con insistencia la ilusión de identidad”.
La influencia de estos dos escritores en la literatura argentina es innegable pero, según Pablo Gasparini, hay que mirarla con lupa. Hijos literarios directos, es decir de su círculo más inmediato de escritores jóvenes (aquella “barra adolescente”, como diría Germán García) no hay; sin embargo, como propuso el mismo Gombrowicz, de tener un heredero, que “surja de una nada oscura”. Y no son “nada oscura” tampoco aquellos escritores que lo usaron como personaje (Piglia en Respiración artificial) ni aquellos que pusieron parte de sus textos a modo de citas o epígrafes (Cortázar en Rayuela o Pizarnik en La condesa sangrienta), sino aquellos donde está esa “nada oscura”, es decir en esos hijos bastardos, que son Copi, Osvaldo Lamborghini y Néstor Perlongher. Todos marcados “por la reinscripción de su radical exilio metafórico, de su visceral extraterritorialidad, en el azar de exilios biográficos”.
Kronos es el libro póstumo que apareció en Polonia el año pasado. Había expectativas de que pudiera dar más luces sobre la obra de este autor; sin embargo, para Pau Freixas Terradas, profesor de la Universidad de Barcelona y que también participará de este Congreso, este libro es “una operación comercial, sin valor literario”, porque no es el diario B, como se anunció en su momento, sino “notas donde con suerte se pueden leer oraciones”. Empezó a escribirlo para no olvidarse de las cosas y lo hizo sin duda “para ser publicado, de ahí que le hubiera dicho a Rita que si se incendiaba la casa salvara esas notas”. Kronos tiene sesenta páginas, pero más de quinientas notas al pie; el corpus, a grandes rasgos, está dividido en bloques temáticos: el erotismo, la salud, el dinero y la fama. En el erotismo anota todas las personas con las que supuestamente se acostó y, pese a que allí hay algunas mujeres, el texto “no deja dudas de su homosexualidad”. En una de las partes de Kronos puede leerse: “Corrientes 1258. Paseos por Corrientes. 2 putitas. Panadero. Calle Junín. El vendedor, que quiere leer. Chino. Putita. Enfermedad”. Si bien aparecen registradas las personas, no hay, como en el resto de su obra, mención explícita de una relación sexual completa. A esto llamó Germán García “perversión”, y es algo que ya había detectado con anterioridad: “Lo perverso está tomado de una idea de Freud: la de ausencia de coito”.
Con motivo de los 75 años de su llegada y de su cumpleaños número 110 se realizará el Congreso Gombrowicz entre el jueves y el domingo próximos en la Biblioteca Nacional. Además de las ponencias de expositores nacionales y extranjeros, habrá otros cinco ejes: un ciclo de teatro, un city tour por los lugares que frecuentaba, la exhibición de un documental en proceso, la presentación de una nueva reedición de Ferdydurke y del libro de ilustraciones sobre la obra de Gombrowicz y una muestra de los originales de esas ilustraciones. Nicolás Hochman tuvo la idea del congreso y puede decirse que es su director, aunque él prefiere precisar que en todo esto hay “un comité ferdydurkista”. Para él, el principal objetivo es dar a conocer la obra de Gombrowicz, porque “hoy si salís a preguntar a la calle quién lo ha leído, te encontrarías de seguro con nadie”. Esta es la oportunidad para combatir esa ignorancia y empaparse de este extranjero del mundo.