Ulises | Ulises 29 Jun 2015

Ulises de una orilla a otra

El Trujamán | Pablo Ingberg

 

El Ulises (1922) de Joyce se conoció en castellano a través de la traducción del argentino José Salas Subirat (1945), heroica porque se hizo en soledad, sin aparato académico, sin otra traducción castellana detrás con la que cotejar, en tiempos en que no había ni la décima parte de la bibliografía de apoyo hoy disponible y en que tampoco había, obviamente, Internet donde obtener en segundos cualquier referencia o explicación sobre cada palabra de esta novela monumental. Que en tales condiciones el resultado contuviera más errores y desaciertos que los habituales en cualquier traducción no es, por lo tanto, de extrañar. A pesar de todo, por su sabor literario siguió siendo, cuando dejó de ser la única, la preferida no sólo mayoritariamente en Argentina, donde se lo facilitaba la familiaridad dialectal, por así expresarlo, sino también para algunos lectores de otros países, incluso calificados, incluso de España. A esa traducción le siguieron dos españolas: la de José María Valverde (1976) y la de Francisco García Tortosa y María Luisa Venegas (1999), cada una con sus méritos y seguramente más cómodas al oído español. Ahora acaba de aparecer una nueva traducción argentina, de Marcelo Zabaloy, con la colaboración de Edgardo Russo.

Joyce emigró de Irlanda en parte porque cierto nacionalismo irlandés proponía un retorno a la antigua lengua vernácula, desplazada en casi todo el país por el inglés de los invasores, en tanto él sentía que no podía implantar en su mente una lengua que no era la suya materna y ya pocos hablaban. Declaró su independencia irlandesa superando a los ingleses en la escritura del inglés; un inglés invadido, desde luego, por Irlanda. No parece inapropiado, entonces, que una traducción castellana del Ulises tenga algo de sabor extranjero, como tiene el original para un británico. Por analogía con la posición de Irlanda respecto al idioma inglés, podría incluso postularse más adecuado un sabor latinoamericano que uno español. Pero, además de que no se le puede exigir al oído que se sienta naturalmente a gusto con lo que no le es cotidianamente natural, hay que admitir que la analogía no es del todo exacta: Ulises transcurre en Irlanda bajo dominio inglés y fue escrito en tiempos en que la independencia estaba declarándose y apenas empezaba a concretarse, mientras que las antiguas colonias españolas comenzaron a declarar su independencia hace ya más de dos siglos.

En cuanto a decisiones dialectales, en su traducción Zabaloy opta, para el trato de confianza a la segunda persona del singular, por el «tú», y del plural, por el «ustedes», es decir, no el uso argentino y de algunas otras regiones en el primer caso, ni el uso de la mayor parte de España en el segundo, sino las formas utilizadas en uno y otro caso por alrededor del noventa por ciento de los hispanohablantes; en cuanto al vocabulario, en cambio, una aspiración general similar convive con destellos de dialectalismo: «pava», «achuras», «boludeces». Me atrajo en particular «toscazo» (piedrazo), palabra que no escuchaba desde mi niñez y adolescencia en la provincia de Buenos Aires y que unos cinco jóvenes porteños a los que pregunté desconocían. Ahora bien, en un libro que, traducido, rondará las trescientas mil palabras, no creo que los argentinismos y sudamericanismos de Zabaloy superen los quinientos, es decir, el 0,17 % de las palabras totales.

Es curioso escuchar a menudo en uno u otro lado que se descalifique una traducción por su incurrimiento (ineludible en ciertos detalles) en dialectalismos. Habrá casos en que ese rasgo tenga mayor o menor peso, mayor o menor justificación. De todas maneras, sería deseable que los análisis sobre el valor de las traducciones se ocuparan de cuestiones más profundas que las variantes dialectales. Y ojalá eso le suceda al Ulises de Zabaloy, que inevitablemente tiene mucho de opinable, pero ya en primera lectura demuestra ser un trabajo concienzudo y con sabor poético a la vez.