El olvido 30 Oct 2015

"El arte es un lugar de violencia"

Blog Eterna cadencia | Patricio Zunini

La escritora francesa Frederika Amalia Finkelstein habla de su novela El olvido (El cuenco de plata): “mucha gente de mi generación tiene un sentido catastrófico de la historia”, dice.

 

Es un viaje a través de la noche. La protagonista de El olvido, la novela de la francesa Frederika Amalia Finkelstein —publicada en Argentina por El Cuenco de Plata— no puede dormir: está demasiado enojada. Pone una canción de Daft Punk (“One more time / we’re gonna celebrate”) en loop para ver si la repetición de la voz robótica consigue serenarla. Setenta años atrás el abuelo de Alma-Dorothéa llegó a Buenos Aires desde Polonia para escapar del holocausto. Adolf Eichmann fue el responsable de directo de la solución final en Polonia. Alma no puede serenarse: hace unos días conoció a la nieta de Eichmann, que no sabía qué era Auschwitz. La realidad del olvido sume a Alma en una apatía de la que no puede salir. El olvido es, en palabras de J.M.G. Le Clézio, “un grito: un pedido de auxilio, de reconocimiento, de memoria”.

Finkelstein es muy parecida a su personaje. Ambas comparten obsesiones, furia, intereses. Ambas comparten también biografías: la autora tiene 23 años, la protagonista entre 20 y 25. Como el abuelo de Alma, el de Finkelstein huyó de la muerte nazi emigrando a Buenos Aires, ciudad que la escritora visita cada verano. “Buenos Aires es un como un paraíso perdido muy vinculado a la infancia, es un lugar de libertad”, dice.

—¿Con qué objetivo planteaste la novela?

—Un libro tiene que dar un golpe en el presente. Hay que golpear, como decía García Lorca. Quería escribir una novela que hiciera del presente un personaje. Que fuera muy contemporánea y que a la vez tuviera una dimensión muy clásica. Yo pienso que la discusión política no se da en los ministerios, sino en el arte. Escribir un libro sobre la memoria que se llama El olvido es un acto político.

—¿Por qué la memoria es un problema actual?

—Tengo la sensación de que la gente olvida todo el tiempo todo y con internet es peor. Los cerebros se consumen. Mucha gente de mi generación tiene un sentido catastrófico de la historia. Hay datos o información importante que mis amigos no saben. Creo que es algo nuevo, no era así hace 40 años. Yo intento de hablar de eso.

—¿Por qué hacerlo desde el holocausto?

—En Francia hay un problema con la Shoa. La gente tiene cierto desagrado con la Shoa y se da una situación extraña, porque hacemos conmemoraciones y al mismo tiempo no lo queremos recordar. Crea un ambiente raro.

—La novela comienza con la frase «Exterminio de judíos. No entraré en detalles», que se puede vincular directamente a una declaración Jean-Marie Le Pen, que había dicho que las cámaras de gas eran un detalle de la historia.

—Ahora es probable que Marine Le Pen, la hija de Jean-Marie Le Pen, sea presidente. Es impresionante que la hija de la persona que fue un cómplice no directo del nazismo sea presidente. Para mí es la prueba del olvido. El padre odia a los judíos, pero ella odia a los árabes. El odio está puesto en otro lugar, pero es el mismo odio.

—Buenos Aires aparece en la novela en el mismo capítulo en el que mencionás cómo los alemanes hablaban del procedimiento para desaparecer los cadáveres de la cámara de gas. Me llamó la atención que no hayas hecho referencias a la ESMA.

—¿A la ESMA?

—La Escuela de Mecánica de la Armada. En el libro hacés una lista de los campos de exterminio nazi, pero no mencionás los centros clandestinos de detención en la Argentina.

—No forma parte de mi historia personal. Mi madre fue confrontada por la dictadura, dormía con la ventana abierta por miedo a que entraran los militares. Algunos de sus amigos desaparecieron, pero nuestra familia no tuvo muertos. Mi abuelo, en cambio, tuvo que escaparse de Polonia por los nazis. Lo bueno es que puedas hacer el vínculo. Que el libro tenga el espacio para hacer el vínculo, aunque no me era mi intención.

—Al comienzo de la entrevista decías que la discusión política hoy se da en el arte: ¿por qué, de qué manera?

—El arte es un lugar de violencia, de despertar. Las preguntas más esenciales de nuestra sociedad pasan por este intermediario violento. El arte se preocupa por cuestiones esenciales, la política pone de relieve las preguntas que son esenciales. Uno lo logra creando personajes y mundos imaginarios que te hagan pensar, que te interroguen sobre lo que estás viendo en la realidad. Es como un espejo que mira hacia adelante.