09 Ene 2016
Los Andes | Nancy Giampaolo
Juan Filloy es un autor indispensable, cuya obra se hace accesible después de su muerte (el 15 de julio de 2000), porque en vida publicó mayormente sólo para sus amigos.
Murió el 15 de julio de 2000 mientras dormía la siesta, pocos días antes de llegar, nada más y nada menos, que a los 106 años. Había nacido en Córdoba, a fines del siglo XIX, de modo que cumplió con el fantástico hito de vivir en tres siglos diferentes. Pero eso no fue lo único extraordinario en la biografía del magnífico escritor de Río Cuarto, Juan Filloy.
Su obra es enorme (tanto en cantidad como en calidad) y aborda casi todos los géneros en uso: novela (se cuentan unas 52, todas con títulos de siete letras), cuento, artículo periodístico, crónica, ensayo, poesía (se jactó de haber sido el hombre que más sonetos escribió desde Petrarca), dramaturgia, traducción… Fue protagonista de la Reforma Universitaria de 1918, fundador del club Talleres de Córdoba, boxeador (llegando a ser árbitro en varios combates realizados por Luis Ángel Firpo), miembro del grupo de intelectuales que dio nacimiento al Museo de Bellas Artes, colaborador del “El Pueblo de Río Cuarto” y juez, además de marido y padre. Como muchos, sufrió el yugo de la última dictadura militar.
Tenía más de 80 años en 1976 cuando su novela “Vil y vil”, publicada unos años antes, fue prohibida por la junta. Lo interrogaron en un cuartel de Río Cuarto durante horas, para soltarlo porque habló solamente de literatura.
Se lo tilda de escritor secreto porque estuvo muchos años sin publicar excepto en ediciones autogestivas que sólo hacía leer a sus allegados. Decía irónicamente: “Hay un artículo en el Código donde la publicación de pornografía es punida. Como juez he hecho todo lo posible para que los libros que tuvieran coprolalia (tendencia patológica a proferir obscenidades) no estuvieran al alcance de la prensa. Por eso se hicieron ediciones privadas, que eran dedicadas personalmente, de modo estricto, a mis amigos. Yo no podía cometer la tontería de caer en las sanciones del artículo 218 que a mí, como juez me correspondía aplicar”.
De un tiempo a esta parte, la editorial El cuenco de Plata se impuso la noble tarea de ir editando algunos de sus títulos, como “Periplo” su primer libro, en el que da cuenta de un viaje por Europa y Medio Oriente, lleno de ironías en torno a la convivencia entre cristianos, judíos y musulmanes, entre otras delicias; “Caterva” citada en “Rayuela” por Cortázar, uno de sus más declamativos fans; y “Op Ollop”, relato increíblemente conmovedor (aunque sórdido) cuyo uso de la palabra no encuentra pares en la literatura argentina, entre otros.
A su obra y su vida tan desmesuradas pero precisas, Filloy suma un anecdotario tan rico como para parecer inventado por él, cuyos protagonistas son muchas veces personajes fundamentales del siglo XX. A continuación y a modo de cierre, dejamos una de esas historias breves y jugosas que dio a conocer en una de las últimas entrevistas que le hicieron: “Yo soy mayor que Borges. Hace muchísimos años, cuando éramos jóvenes, le envié una copia de mi libro "Estafen".
Era una edición de autor y se la dediqué, como se usaba entonces: 'Con afecto, Juan Filloy'. Más tarde, buscando entre los libros usados de una tienda, encontré uno mío. Era "Estafen". Me resultó muy raro, porque yo hacía ediciones sólo para los amigos. Cuando lo abrí, encontré con sorpresa la dedicatoria. ¡Era el libro que le había regalado a Borges! Compré el libro, me volví para casa, y se lo mandé otra vez de regalo. Abajo de la primera dedicatoria, escribí otra: 'Con renovado afecto, Juan Filloy'.”
Fragmentos
“Periplo”
¡Cuántas mujeres escribiendo “diarios”! Sin embargo siempre es interesante el diario de una mujer. Hay en él perspectivas y matices que el hombre no percibe. Encanto y diafanidad de una atmósfera saturada de ensueño y melancolía. Documento de intimidad, revela el diagrama sinuoso de la pequeña fiebre del amor satisfecho o de la dicha malograda.
La mujer plenamente feliz no escribe: goza, disfruta. Escribir es, en cierto modo, una autovacuna para neutralizar el pulso del pesimismo, la desolación y la tristeza. El diario y la correspondencia epistolar – géneros literarios que domina la mujer- delatan que su plan es secreto y su propósito exclusivo: hacer el drama para un solo espectador: el ser que ellas soñaron ser.
“Aquende”
El fiord es una generosidad del océano. Brazo colmado de belleza, ofrece la pompa del mar a la aridez pétrea del continente. Valle de agua, nivela en esbeltas languideces de bahía la abruptez de la montaña. Valle de luz, fertiliza milenarias sombras. Y entre murallas rocosas, hinchando sus bíceps, penetra por angosturas y desfiladeros en continuo juego de refulgencias como la espada ondulada de un arcángel.
El fiord se ramifica en dos caletas profundas. El peñón del centro, tallado a pique, avanza igual que una proa fantástica. Y recta, vertical, hunde sus quinientos metros de altura en quinientos metros de reflejo. Abajo, en revuelo de escamas, el agua transcribe varios cirrus en forma de pez. Arriba, la cimera drapeada de nieve, afirma la veracidad de la imagen.
Quien mira el paisaje entre las piernas, como un niño, evidencia la realidad del cielo líquido. Uno se asoma al agua. Y en las paredes macizas del reflejo se ven las cicatrices de los terremotos, el tatuaje de las erupciones y, cayendo en guedejas virginales, las guedejas de agua de los deshielos.
“Caterva”
Estaban juntos, bajo el puente. No se habían reunido como los cantos rodados: porque sí, rodando… Sino en virtud de una corriente secreta. Una corriente espiritual que los empujó a ese cauce, desde diversos confines. Aparentemente porque sí, rodando…Estaban juntos, bajo el puente.Cielo atormentado. Venía del norte un viento nauseabundo, pertinaz. En el sopor grasoso de la tarde, la fetidez impregnaba la atmósfera fácilmente; pues, en los días limpios, tersos, la fetidez resbala hacia remotas zonas.Cielo de tormenta. Nubes bajas, olor a sexo. En el horizonte, los relámpagos iluminaban fugazmente el interior de sus faldas.El viento, nauseabundo, insistía. Revoloteaba alrededor de los vagabundos igual que una bandada de moscardones de humo. Escarnecía sus olfatos. Remontaba. Ondulaba en curvas graciosas, para esquivar las pecunias del puente. Flotaba sobre el río, reflejando su tul de miasmas. Ascendía a los carriles, hilvanando los durmientes de quebracho. Jugaba entre el encaje férreo de las barandas. Y volando, volando, -terca bandada de moscardones de humo- el viento volvía a refregar la hediondez por sus narices. A beber el sudor de sus andrajos. A lamer la roña de los muros orinados.- ¡Qué tufo!- ¿En qué estercolero estamos?- Paciencia, un poco de paciencia, ya pasará.- Es el basural vecino. La “quema”, viejo…El que leía, dejó el diario. Y le espetó con rabia:- Usted siempre lo mismo. Tolerante con todo…- Y… ¿Qué podemos hacer? Si fuese posible apagar la “quema”, meando en ella, iría. Hay que soportar… Seguí leyendo. Dentro de un rato la lluvia sepultará al fuego. (…)
“Op Oloop”
Verdugo paulatino de toda espontaneidad, Op Oloop era ya el método en persona. El método hecho verbo. El método que canaliza en profundo las ilusiones, las sensaciones y las voliciones. El método ya consubstancializado que evita los respingos del espíritu y los corcovos de la carne. ¿Cómo romper su vaivén rítmico? ¿Cómo alterar su fluencia consuetudinaria?–Es inútil. No podré nunca emanciparme. El hábito me ha forjado una tiranía atroz. Yo no quise nada más que trabajarme, hacerme grande desde la pequeñez, como una de esas joyas diminutas del Renacimiento, cinceladas sobre la paciencia, que ostentan el decoro de una fresca intuición y una larga sagacidad. Pero me he adiestrado idiotamente en una amarga escuela de constricción. He hecho de mi espíritu un cronómetro de exactitud ineluctable, con timbre despertador y esfera luminosa... Oigo y veo mi "exacto" fracaso a cada instante. Y sufro no poder vencerme, venciendo el arte indigno que ahogara desde el escrúpulo más tenue al impulso más poderoso. Un factor novel de rebeldía, tímido ayer, implacable ahora, trabaja la populosa pena de mis ideas. Estérilmente. Me ha castrado el afán de ser algo, ¡algo notable! en el concepto del mundo. Y sólo he logrado ser algo, en el sentido patológico de la palabra: un dolor vivo, que se desliza oculto bajo las horas y la mentira de mis propias sumisiones.