Finnegans Wake 10 Jun 2017

Joyce, un imán para el arte y la ciencia

Babelia | Eduardo Lago

El legado del autor modernista ha despertado interés mucho más allá de los confines de la literatura.

 

Como cada año, el próximo 16 de junio, fecha en la que transcurre la acción de Ulises, la obra maestra de James Joyce, se celebrará en numerosas ciudades del mundo la jornada conocida como Bloomsday en honor a las peripecias del protagonista, Leopold Bloom, por Dublín. Pese a su proverbial dificultad, a seis años de cumplirse el centenario de su publicación, la centralidad de Ulises (1922) en el canon de la literatura universal es algo que a pocos se les ocurre cuestionar. En el ámbito de la cultura anglosajona, el veredicto es unánime. A modo de síntoma, baste señalar que en la lista de las 100 mejores novelas escritas en inglés durante el siglo XX elaborada por la prestigiosa Modern Library figuran las tres que escribió Joyce.

El primer lugar lo ocupa Ulises; el tercero, Retrato del artista adolescente (1916), cuyo centenario se celebra este año, en tanto que Finnegans Wake (1939), considerada también por consenso la novela más difícil de todos los tiempos, ocupa el número 77. El influjo de Joyce en la novelística universal es incalculable. Desde que el autor vivía, su obra y su figura siguen generando toda suerte de exégesis, secuelas y comentarios que se van agregando a una bibliografía de proporciones ingobernables. Además de en la literatura, la obra de Joyce ha despertado considerable interés en los ámbitos del arte y la ciencia. Finnegans Wake es una suerte de imán para artistas de numerosas latitudes, que intentan traducir a imágenes plásticas la vitalidad de un texto que responde a la voluntad de forjar un lenguaje literario universal a partir de más de 80 idiomas naturales, con el inglés como sustrato.

En el ámbito de la ciencia, el interés por Joyce es palpable en disciplinas como la astrofísica, con casos como la celebrada adopción del término quark por parte de Murray Gell-Mann, físico teórico quien, necesitado de un vocablo que le sirviera para designar ciertas partículas subatómicas, lo encontró en las páginas de Finnegans Wake. Hace unos meses, un grupo de investigadores del Instituto de Física Nuclear de Polonia publicó un estudio en el que se analizaba la presencia de fractales en ciertas obras literarias.

El caso más acusado de la coincidencia entre estructuras lingüísticas y matemáticas era Finnegans Wake, con mucha diferencia sobre el resto de las obras analizadas. Como parte del aluvión de títulos que giran en torno al legado de ­Joyce, cabe señalar la aparición de tres obras recientemente traducidas al castellano.

El oficio de escribir (La Balsa de la Medusa) vierte a nuestro idioma un estudio de Giorgio Melchiori publicado originalmente en 1994. Se trata de un comentario de conjunto a medio camino entre la exégesis académica y el intento por llegar al lector medio, enfatizando la importancia de lo italiano en la obra del irlandés. Conversaciones con James Joyce (Diego Portales) plantea un tipo de problema muy distinto. Se trata de una reconstrucción efectuada por Arthur Power, quien gozó de la amistad de Joyce en los años veinte.

Varias décadas después, en 1974, se publicó su versión de las conversaciones que mantuvo con el escritor. Estamos ante un caso de “memoria novelada” en la que el lector está a merced de un testimonio en buena medida incontrastable. Independientemente de los méritos literarios que pueda tener Joyce y las gallinas, de Anna Ballbona, finalista del primer Premio Anagrama de novela en catalán, la incidencia del autor irlandés en la obra se circunscribe al título y a algunos comentarios, a veces extensos, pero tangenciales, sobre el reto que supone leer a Joyce, en particular Finnegans Wake.

La editorial argentina Cuenco de Plata anunciaba para ayer la aparición de la primera traducción castellana de la obra final de Joyce. Su traductor, Marcelo Zabaloy, es también responsable (junto con Edgardo Russo, editor de Cuenco de Plata) de la cuarta versión castellana de Ulises publicada ahora hace un año. Russo falleció repentinamente en vísperas de la presentación de su trabajo en unas jornadas sobre Joyce celebradas en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires.

La aparición de estas dos traducciones plantea una cuestión urgente: ¿es válido traducir obras de vocación tan universal como las de Joyce a una sola de las variantes regionales del español con exclusión de las demás?