Finnegans Wake 04 Jul 2016

Primera versión integral del Finnegans Wake en español

Clarín | Román García Azcárate

La novela más endiablada del irlandés James Joyce El argentino Marcelo Zabaloy acometió la proeza de traducir sus 600 páginas; no se privó de bromas ni localismos.

 

Acaba de editarse la primera traducción completa al castellano de uno de los títulos más complejos de la literatura mundial, el Finnegans Wake, del irlandés James Joyce, quien empleó 17 años en escribirlo. La versión estuvo a cargo del argentino Marcelo Zabaloy, reciente traductor también de la otra gran novela de Joyce, Ulises, ambas en editorial El cuenco de plata. Nunca se dedicó Zabaloy de manera profesional a la traducción ni tuvo educación formal en este oficio. Nunca nadie le encargó a este nativo de Bahía Blanca –59 años, casado y padre de seis hijos– que se metiera en esas camisas de once varas pergeñadas por Joyce, a quien honró con una dedicación abrumadora: diez horas diarias, de lunes a lunes, los últimos tres años, además de cuatro horas por día los cuatro años previos.

“Además de ir a una escuela pública”, recuerda en nuestra charla, “asistía de tarde a un colegio donde aprendí inglés. Más adelante, para no perderlo, leía en inglés todo lo que podía. Siempre leí. Novelas policiales, cosas sencillas. Después de haber leído lo que Borges decía de Joyce, lo difícil que era Joyce y todo lo demás, despertó mi curiosidad por ver qué era lo tan difícil.” Fue al cabo de asimilar y disfrutar intensos años de buena literatura, al principio con gran prudencia y con un respeto casi inhibidor Zabaloy se le animó al Ulises, dispuesto a traducirlo para su mujer. Ya existían tres versiones previas en nuestro idioma, incluida la clásica y muy satisfactoria del también argentino J. Salas Subirat –otro importante traductor vocacional, el primero en acercarnos ese libro impar desde su original inglés–, publicada aquí por Santiago Rueda.

“No es imprescindible ser vasco para traducirlo”, bromea Zabaloy. Alude a que entre tapa y contratapa, Finnegans Wake comprende innumerables ríos, cuatro mil nombres, quién sabe cuántos idiomas hábilmente mezclados, infinidad de palabras ‘ómnibus’, esos neologismos compuestos que algunos denominan retruécanos y que admiten de dos a tres significados, arcaísmos bienvenidos, poesía a discreción, notas al pie que no aclaran absolutamente nada, largas frases entre incomprensibles y disparatadas, y tanto, tanto más. De a ratos reaparece lo que podríamos llamar “normalidad”.

Esta obra desconcertante, cargada a más no poder de enigmas y provocaciones y de una iconoclastia literaria de dimensiones jamás vistas, fuerza la interrogación del que lee. “He tirado una bomba que obliga a los académicos a sacarse la modorra y poner en marcha la máquina de criticar, para lo cual tendrán que leer y leer”, concluye.