Las radicalidades existenciales 21 Ene 2018

El amor por uno mismo

Perfil cultura | Juan Arabia

En “Las radicalidades existenciales”, Michel Onfray trabaja con tres autores pilares de su pensamiento: Henry David Thoreau, Arthur Schopenhauer y Max Stiner.

 

Enemigo de toda forma de institucionalización académica y filosófica, Michel Onfray (Argentan, Francia, 1959) se inscribe y se siente identificado con aquella tradición de filósofos y pensadores que encarnaron sus ideas en su propia vida.

El volumen de Las radicalidades existenciales (Contrahistoria de la filosofía VI) –publicado por El Cuenco de Plata–, precisamente, trabaja con tres autores que desarrollaron un homólogo destino y que plantearon tres formas de radicalidades existenciales, esto es, nuevas posibilidades de experienciar e interpretar la vida: Henry David Thoreau, Arthur Schopenhauer y Max Stirner.

Como indica Onfray en la introducción, el siglo XIX no sólo fue el siglo de la emergencia de soluciones y proposiciones colectivas (socialismo, comunismo, anarquismo) frente a la brutalidad del capitalismo. Es, además, el siglo en el que cierto número de filósofos no sólo se sienten disconformes con los propósitos del liberalismo económico sino además con esas mismas respuestas colectivas. “También ellos proponen soluciones, pero no colectivas sino individuales. Proposiciones que definen, a pesar de la heterogeneidad, un continente que yo llamaré el continente de las radicalidades existenciales. Radicalidades, porque las so-luciones propuestas toman las cosas de raíz y proponen nada menos que una reorganización del mundo a partir de pilares mayores: para Thoreau, sería la naturaleza; para Schopenhauer, la nada; para Stirner, el yo; existenciales, por la intención pragmática de una vida filosófica”.

Así las cosas, se trata de tres aproximaciones hacia el mundo a partir de la vía experiencial de lo particular, del yo anclado en un mundo poscristiano, radical, individualista, amoral y subjetivo. Onfray no duda en hablar de nuevas tendencias, nuevos brotes de un árbol que se aísla en conceptos tales como individualismo, egotismo, egoísmo y dandismo. Cada capítulo, de este modo, no sólo presenta la formación intelectual y artística de estos autores, sino su propio proyecto radical y experiencial.

Thoreau, más conocido por su exilio en el lago de Walden y por su solitaria vida en los bosques, persigue un único y específico deseo: vivir y morir sólo y a través de la naturaleza. Lejos de la modernidad, de la civilización. “Thoreau no busca recluirse lejos del mundo (...), sino que quiere experimentar una vida filosófica, quiere que su existencia concuerde con su pensamiento, que su teoría armonice con su práctica”. El conocimiento, para el autor, nunca puede darse sin las informaciones brindadas por los sentidos. Como buen libertario, Thoreau nunca pone nada por encima de su libertad. De esta forma desaparecen, rápidamente, el bien y el mal, los valores y las normas sociales. La única verdad o experiencia posible es el completo aislamiento, la fusión del hombre con la naturaleza.

La contemplación estética y sublime de Schopenhauer es muy próxima a la de Thoreau. Onfray rememora la fundacional experiencia del filósofo alemán en las montañas, ese consuelo frente a esa otra verdad, tan cara a los ojos de cualquiera de nosotros, y que implica el reconocimiento de la miseria en nuestro mundo. En su famoso trabajo El mundo como voluntad y representación, Schopenhauer concluye que no existe ninguna objetividad, ya que existen tantos mundos como sujetos que los perciben y se los representan. Pero la voluntad, ese deseo de querer vivir, el deseo de reproducirse y de continuar la especie, no es otra cosa que la confirmación de falta, verdadera causa de sufrimiento y de dolor. La existencia, y por tanto reproducción (de especie, valores y normas, etc.), no es otra cosa que la perpetúa oscilación entre el sufrimiento y el hastío. Sin embargo, Schopenhauer propone salidas epicúreas, hedonistas e independientes para sobrellevar la existencia, y de la misma forma que Thoreau, propone que el individuo se instale en el centro de sí mismo.

El insumo teórico de Stirner, último de los autores presentados por Onfray, se relaciona íntimamente con esta pedagogía antiautoritaria, libertaria, centrada en el yo. Para Stirner, la humanidad se divide en fuertes y débiles. El autor les declara la guerra a la religión, a la política, a la sociedad, a la moral burguesa, "existe un solo único y él dispone de una propiedad sin otro limite que el de otro único que haya manifestado una fuerza superior y se haya apropiado del objeto codiciado (...). Solo concibe al otro en la perspectiva de utilidad para aumentar sus fuerzas". Todo lo que sucede, a fin de cuentas, se desarrolla más allá del bien y del mal. No existen la compasión, la otra mejilla cristiana. El goce del “único" despliega sus alas en toda su extensión.

Estos autores compartieron la preferencia del amor a si mismo antes que el amor al prójimo, así como el desprecio por el trabajo y las instituciones. Forjaron un giro que, según Onfray, convergerá en una fuerza que lleva el nombre de un tal Friedrich Nietzsche, ad-mirador del trascendentalismo de Emerson, lector de Stirner, discípulo de Schopenhauer.

A diferencia de las soluciones colectivas (eudemonismo social) y su propuesta de “cambiar el orden del mundo”, las radicalidades existenciales plantearon, mucho antes de alterar las cosas, “cambiarse a uno mismo”.