Finnegans Wake 26 Ago 2016

En torno a Joyce y otros demonios

Babelia | Eduardo Lago

No hay obra que alcance las cotas de inaccesibilidad, ilegibilidad e intraducibilidad de 'Finnegans Wake', que acaba de ser vertida al español completa por primera vez.

 

En cuestiones de traducción literaria, uno de los casos límite es sin duda el de James Joyce. Obras tempranas como Dublineses y El retrato del artista adolescente no suponen un reto mayor, salvo la necesidad de preservar las cualidades musicales, a veces asombrosamente elusivas, de la prosa. Por el contrario, el nivel de dificultad que presenta el Ulises raya en el paroxismo. La cuestión es problemática: hay obras cuya universalidad, manifiesta desde el momento mismo de su aparición, hace necesario su traslado urgente a otras lenguas. Fue el caso del Quijote y, cuatro siglos después, del Ulises.

En cuanto al libro de Joyce, su extraordinaria dificultad arroja sobre ella el estigma de que estamos ante una obra no ya ilegible, sino virtualmente intraducible, juicio desmentido por el hecho de que no hay lengua literaria en el planeta a la que no se haya vertido el Ulises. Dos hechos que resaltar aquí: la necesidad de la traducción como operación cultural pesa más que su imposibilidad, supuesta o real.

En segundo lugar, el hecho de que ciertas obras literarias resulten inaccesibles para un número ingente de lectores no disminuye un ápice su importancia. Tampoco está al alcance de la inmensa mayoría de la población entender el lenguaje especializado de la ciencia, lo cual no impide que dependamos de los avances que se dan en campos como la medicina o la astrofísica. El gusto no desempeña aquí papel alguno (incluso Borges o Cervantes tienen sus detractores), la cuestión es otra. Como ocurre con ciertas manifestaciones artísticas o musicales, la considerable complejidad de un artefacto textual como el Ulises exige un elevado nivel de adiestramiento por parte de quien aspire a su disfrute estético. Por otra parte, la dificultad inherente a ciertas obras literarias hace que resulte a veces inútil trasladarlas a otro idioma.
 
Paradójicamente, la calidad de la traducción no es un factor determinante. Hay veces (ocurrió con las primeras traducciones de Faulkner al castellano, la mayoría de un nivel ínfimo) en que la torpeza del traductor no logra destruir por completo la fuerza y belleza del original, que el lector llega a vislumbrar. En otros casos, el problema es casi el contrario. Algunos autores fundamentales en su ámbito lingüístico originario no logran llegar a los lectores en otro idioma ni siquiera cuando están bien traducidos. Es el caso de las versiones inglesas de los esperpentos de Valle-Inclán o Paradiso, la magistral novela de Lezama Lima. Lo idiosincrático de la lengua literaria empleada por sus autores convierte a estas obras en objetos culturalmente intransferibles, fuera incluso del alcance de los lectores más cultos. La excelente traducción de Paradiso al inglés, realizada por Gregory Rabassa, no ha hecho mella alguna en el ámbito cultural anglosajón, al contrario que sus traducciones de García Márquez. Con algunos escritores norteamericanos contemporáneos clave, como Thomas Pynchon o David Foster Wallace, la cuestión puede llegar a alcanzar considerables niveles de complejidad. La traducción de algunas obras de estos y otros autores se aleja en ocasiones tanto de la textura del original que lo que tiene el lector en sus manos es otro libro, no solo muy inferior, sino distinto (recuerdo cierta versión atroz de La subasta del lote 49, de Pynchon).
 

El aura de prestigio que rodea a algunos autores (el caso de Foster Wallace, cuya tragedia personal ha hecho de él una figura mítica, es particularmente relevante) minimiza el hecho de que la traducción al español de algunas de sus obras sea deficiente.

Por lo que a inaccesibilidad, ilegibilidad e intraducibilidad se refiere, no hay obra que alcance las cotas de Finnegans Wake, a la que Joyce dedicó 17 años, casi hasta el final de su vida. Este texto ejemplifica una circunstancia que se da en torno a ciertas obras notorias por su dificultad. La fascinación por su carácter hermético las convierte en objetos de veneración. Hay webs dedicadas a los textos más oscuros de Pynchon, Foster Wallace y Joyce, entre otros. La paradoja aquí es de otro signo: más que de leerlos, se trata de preservar el aura de misterio que envuelve a los textos. Más paradojas: pese a ser intraducible, hay versiones de Finnegans Wake en francés, turco, alemán, griego, coreano, polaco, portugués, holandés, chino y, muy recientemente, en español (obra del argentino Marcelo Zabaloy).

En el mundo hay tan solo un libro más inaccesible, ilegible, intraducible y, por tanto, más enigmático y fascinante aún que Finnegans Wake: el códice Voynich, solo que queda fuera de los márgenes de lo que entendemos por literatura, ya que los caracteres que integran su texto no corresponden a ningún idioma conocido. Cuando salga a la venta clonado por Siloé, se venderá al precio medio de 7.500 euros el ejemplar, lo cual le confiere un sesgo distinto al término inaccesible. Teniendo en cuenta que no se sabe si los signos textuales corresponden a algún lenguaje natural o inventado, no es posible leerlo ni traducirlo. Quien se pueda permitir su adquisición (numerosas bibliotecas se han mostrado interesadas), se tendrá que conformar con contemplarlo.

Eduardo Lago coordinará una traducción panhispánica de Ulises bajo los auspicios del Instituto Caro y Cuervo.