Memorias de un cinéfilo 05 Oct 2016

La cinemateca en presente, según Costa-Gavras

Revista Ñ | Roger Koza

 

Para los jóvenes politizados de la década de 1970, el nombre de Costa-Gavras no era uno entre otros. En 1972, el director nacido en Grecia estrenaba Estado de sitio , película controvertida y símbolo de un cierto cine político que en su momento adquiría un valor extracinematográfico debido a la temática elegida. En aquella película interpretada por Yves Montand, un oficial del gobierno de los Estados Unidos, enviado a Uruguay con fines castrenses, era secuestrado por el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros. El realizador había elegido filmar la actualidad candente del continente.

Diez años después, Costa-Gavras volvía a tomar como centro de un relato un tema difícil y delicado: la instauración de la dictadura del general Augusto Pinochet. Missing fue otra película que provocó incomodidad en el continente y más allá de él. La razón de sus elecciones temáticas de aquel entonces Costa-Gavras la recuerda sin titubeos: “Lo que sucedía en Latinoamérica me parecía inadmisible”.

Pero el realizador de Z y Amén fue también un funcionario del cine. En 1981, el director griego fue nombrado por François Mitterrand presidente de la Cinemateca Francesa, la mítica institución que había sido creada por el cineasta Georges Franju y el coleccionista Henri Langlois en 1936.

Unas dos décadas y media después de su primer mandato, Costa-Gavras, que siguió haciendo películas y en la actualidad está escribiendo un nuevo guión, volvió a tener el mando de la noble institución cuya misión es coleccionar, conservar, restaurar y proyectar películas. A sus 83 años, Gavras sigue al frente de la Cinemateca, en este segundo período que arrancó hace ya más de diez años.

–Cuando en la década de 1930 Henri Langlois funda la Cinemateca, tiene dos objetivos en mente: el primero consiste en coleccionar películas; el segundo, en proyectarlas. Era otro tiempo y eran otras las coordenadas tecnológicas para pensar una cinemateca. ¿La misión de una cinemateca es la misma o hay nuevas metas centrales para este tipo de instituciones?

–En principio, una cinemateca debe intentar abarcarlo todo: conseguir películas, trabajar con las fichas, reunir manuscritos e incluso resguardar las máquinas con las que se hace cine. Este mes, por ejemplo, tenemos una exposición sobre las máquinas con las que se hacían las películas. Vamos a exhibir desde el cinematógrafo de Lumière hasta las cámaras digitales de nuestro tiempo. Por supuesto, lo más importante es tener películas y pasarlas. Pero hoy la situación ha cambiado. Se puede ver películas en cualquier lado, hasta en un teléfono, pero nosotros tenemos que insistir en la experiencia de ver cine en una pantalla grande. Porque un filme se concibe para ser visto así.

–La materia del cine ha cambiado. La película ha sido sustituida por el archivo digital. ¿Cómo resguarda la Cinemateca una película cuyo “negativo” es digital, ya que sabemos que lo digital en sí es inestable y menos seguro que el material fílmico?

–Es nuestro problema más acuciante. ¿Cómo conservamos hoy las nuevas películas? Es verdad que la digitalización ha permitido que se conozcan más las películas antiguas, ya que la calidad que se obtiene de los transfers es muy buena y parecen originales al proyectarse, al menos los espectadores jóvenes no consiguen ver la diferencia, aunque sí los más maduros, como yo. Sin embargo, el soporte digital desaparece; un filme dura entre 10 a 15 años. Conservar películas que han nacido digitales es un problema enorme. Unos tres años atrás organizamos un coloquio para entender qué hacer con este nuevo desafío.

–¿Cuál fue la conclusión?

–Pasarlas a fílmico. Con el fílmico estamos seguros de que un filme puede durar unos 30 a 50 años como mínimo. Y en la Cinemateca tenemos varios ejemplos de eso. Si una película solamente se guarda en digital, hay que transmigrarla cada diez años; si todo se digitalizara, el problema sería entonces enorme. Nosotros tenemos 35.000 películas. Imagínese. Es un problema económico, humano y tecnológico.

–Usted fue testigo del momento en que Henri Langlois tuvo que atravesar un intento de destitución en la Cinemateca, en tiempos de André Malraux. ¿Cómo recuerda ese episodio central previo al Mayo Francés?

–Hubo varias razones o situaciones que llevaron a ese momento. Se trataba de un período histórico y político radicalizado. Se quería cambiar todo. Por otro lado, la relación entre Langlois y Malraux, que entonces era el ministro de Cultura, fue siempre problemática. Malraux tenía una gran admiración por el trabajo de Langlois. Quería hacer un cine especial para él y un laboratorio. Pero la burocracia, sumada a la situación política, llevó a que la relación entre ellos se alterara.

–¿Cómo terminó la situación?

–Duró muy poco la dimisión de Langlois. Malraux lo tuvo que reincorporar. El tiempo posterior a ese conflicto fue difícil, ya que el gobierno temía que se diera otro conflicto. Se trató de un escándalo mundial; cineastas de todo el mundo firmaron un petitorio contra el gobierno. Lo que sucedió después es que la Cinemateca empezó a recibir poco dinero, algo que duró hasta la muerte de Langlois. Recién con el gobierno de Mitterrand y Jack Lang, que fue su ministro de Cultura, la situación cambió.

–Usted tiene dos períodos en su haber. Cinco años en la década de 1980 y su nuevo mandato, que va desde el 2006 al día de la fecha. ¿Cuál cree usted es el legado que dejó Henri Langlois?

–Conocí a Langlois cuando yo era todavía un joven director de cine, y debo decir que no teníamos una relación muy linda, aunque lo interesante es que podíamos hablar en griego, porque él había nacido en Esmirna, donde había muchos griegos. Pero el período de Langlois fue esencial: la creó y también resistió en ella frente a las adversidades. El dejó muy en claro qué tenía que ser una cinemateca. Pero hoy nos encontramos en un período muy diferente. Hoy tenemos que adaptar la idea de la Cinemateca al tiempo actual de lo audiovisual que se define en lo digital. Además, han cambiado los espectadores. En el tiempo de Langlois había un mito del cine. Era una época mitológica porque no se accedía a las películas. Eso ya no sucede porque las películas se pueden comprar. Así que tenemos que reinventar cómo mostrar el cine y cómo programar nuestras salas.