La experiencia interior 19 Feb 2017
Ideas | La Nación | Cecilia Macón
Experiencia mística sin dioses
Lidiar con aquello de lo que parece imposible hablar es, tal vez, una de las tareas centrales de la filosofía. Georges Bataille encarna un caso entre quienes insistieron en rendir cuenta de lo que se presenta como inaprehensible, intraducible y hasta enceguecedor: al enfrentar el erotismo, lo sagrado, la soberanía o la mercancía, el pensador francés buscó siempre tocar zonas que van más allá de las palabras.
La experiencia interior (1943) -primera de las tres partes de la Suma Ateológica que próximamente será publicada por primera vez en su totalidad- deja en evidencia esa suerte de voluntad arrolladora que, lejos de sostenerse en el optimismo iluminista, se basa en el reconocimiento fulminante tanto de la opacidad propia como de la ajena. Aun cuando Bataille siempre rechazó ser etiquetado como filósofo -prefería inspirarse en la antropología o en la literatura-, el camino que abre en este volumen para fundar una experiencia mística atea recurre como inspiración explícita a la filosofía nietzscheana y a la hegeliana, pero también a santa Teresa de Ávila y a Marcel Proust.
Si bien Bataille nació en una familia en la que la dimensión religiosa no tenía tenía lugar alguno, durante su juventud desarrolló una vocación mística que lo llevó a transformarse en seminarista católico por unos pocos años. Su posterior renuncia a la fe no diluyó la persistencia de su interés por ese tipo de experiencia interior que remite a un misticismo ahora carente de dioses.
El modo en que Bataille intenta referirse en este volumen a una experiencia mística sin Dios lo lleva a argumentar a favor de un materialismo que tiene como premisa central terminar con cualquier rastro del clásico dualismo cartesiano que separa la mente del cuerpo. La experiencia es aquí material: encarna su exceso de energía sin necesidad de apelar a la trascendencia de la abstracción en cualquiera de sus formas posibles. Se trata de crear un misticismo acéfalo -calificativo recuperado por Bataille al llamar Acéphale a la revista fundada en 1936 y a su sociedad secreta correspondiente un año más tarde- que se sostiene en la fusión del sujeto con el objeto. No hay aquí lugar para "idea elevada" alguna -ni Dios, ni moral-, pero sí una insistencia en que la experiencia sólo es con otros. Y es allí donde el texto se transforma en esencial pero también heterodoxamente político.
Suma Ateológica no es por cierto el primer proyecto filosófico que resulta publicado a pesar de haber quedado inconcluso, pero uno de los elementos más llamativos de este primer volumen es el modo en que la suma de apostillas, notas, superposiciones de géneros diversos, excursos, comentarios autobiográficos, fragmentos escritos décadas antes, un post-scriptum de 1953, poemas, citas de una extensión fuera de lo común logra construir un argumento central sólido y abierto a las divergencias y la derivación de ideas. Autor de novelas como Historia del ojo (1928) o ensayos como La parte maldita (1949) y El erotismo (1957), Bataille hace aquí de la superposición de géneros una estrategia destinada a acercarse a aquello de lo que parece imposible hablar.
La brillante traducción de Silvio Mattoni llega en un momento en que la filosofía y la teoría social enfrentan el desarrollo de nuevos modos de entender el materialismo cercanos a la propuesta del francés. Autoras como Diana Coole o Jane Bennett indagan hoy la posibilidad de hacer foco sobre la dimensión material de la experiencia, pero no ya entendida como un fundamento inapelable, sino como una matriz fugaz, construida y perturbadora. Sin embargo, Bataille había ido más allá al mostrar el modo en que esa experiencia de carácter inmanente es capaz de poner en jaque también los principios éticos. "Este libro es el relato de una desesperación", confiesa en una de las páginas. Así, su argumento a favor de lo que excede en tanto poético como un estado fatal de desnudez remite a la angustia, a la muerte, a los estados de éxtasis, de arrebato, de emoción abrumadora que al referir a sí mismo lo hace también a los otros.