Teatro 3 09 Jul 2017

La otra cara de Copi, un talento delirante: el dibujo y la ficción

Clarín | Matías Serra Bradford

Autor de la pieza teatral "Eva Perón", que se estrena en el Teatro Cervantes, Copi era también un dibujante y narrador de excepción.

 

Nacido en 1939, Copi bien pudo haber estado sentado en las oficinas parisinas de Charlie Hebdo el 7 de enero de 2015, el día del atentado terrorista a la revista más políticamente incorrecta de la historia de los medios en Francia. De hecho, había colaborado con la revista en los años 60 y 70, y varios de sus dibujos ilustraron su tapa. Pero la crueldad -que tantas satisfacciones le había dado en sus obras de toda clase- se lo había llevado a su regazo antes, mucho antes, en 1987, a los 48 años.

Los que lo trataron, describían al escritor, dibujante y dramaturgo Copi como alguien “encantador”, “simpatiquísimo”. Su ficción y su teatro son ciertamente simpáticos, los dibujos de su mujer sentada indudablemente encantadores. Su simpatía y su encanto, sin embargo, no dejan de convertirlos en las historietas, piezas y narraciones más virulentas y alucinadas que se puedan invocar.

Hay en Copi un desenfado que une y empata todo lo que hace, pero si se ven filmaciones de Copi disfrazado de mujer, histriónico, epocal, es difícil imaginarlo como la misma persona paciente que trazaba esos dibujos claros, de una elegante e hipnótica monotonía. Las líneas llegan a la página limpias y prolijas para contrabandear delirios totales. El minimalismo cínico de Copi –que reconocía el influjo de Landrú, Oski y Lino Palacio- lo coloca como uno de los dibujantes menos versátiles –su versatilidad se desplegaba hacia otros terrenos, el teatro y la ficción- pero con un sentido exacto para el timing. Copi siempre tuvo timing (en sus novelas, sus dibujos, su teatro) y los diálogos de la mujer sentada con un pollo, un caracol, una niña, son un ping-pong de réplicas perfectamente cronometradas. Si uno de sus títulos "Virginia Woolf ataca de nuevo", debemos pensar enseguida en el/la Orlando de Woolf que cambia de sexo: Copi se disfrazaba de mujer, a su Eva la actúa un hombre, su mujer sentada se quita la peluca y se transforma en un pelado. Copi no escribe, salta: de un género a otro.

Al contrario que en su narrativa, que tiende al exceso, en sus historietas y en su teatro no parece sobrar una palabra. Unos personajes callan a otros (en el dibujo, en el escenario), les mienten a otros y se mienten a sí mismos. La mujer de cinco pelos rectos, largos, lacios, de una crueldad sin límite, es a veces capaz de un acto de suma ternura (como era el propio autor). Curiosamente, Copi emociona, sobre todo, en los cuadros silenciosos, que ganan un tiempo y nos dejan frente a un vacío plagado de incógnitas.

En sus ficciones –El uruguayo, La ciudad de la ratas, etc- por medio de un elenco rotativo de inválidos, mutilados y coloridos marginales, Copi despliega un desparpajo de iconoclasta, y apuesta por una saturación bufonesca, por un extremismo verdaderamente electrizante. Cada Copi es un sismo. La genialidad por desconcierto, por agotamiento. Por escrito, no delira cualquiera. Copi era de la raza de los imperdonables. La crueldad de un escritor sobreviene, a veces, sólo por su voluntad de escribir. (Otra cosa es la crueldad de la buena escritura). “Una novela es un poco como un médano; hay que sacudirlo cada tanto”, soltaba.

Como en El baile de las locas a veces la fantasía le exigía frases cortas, telegramáticas, al estilo de Azorín, para no perder velocidad. (Las traducciones no la pierden; tampoco las del español Alberto Cardín, que era una mente veloz y velozmente olvidada). Es lo que puede ocurrir: de pronto un libro impone una velocidad –una bienvenida atadura- durante la escritura o lectura de sus páginas y ya no se lo puede soltar. Con Copi, la escatología se convierte en un endiablado carnaval veneciano. En una oportunidad, admitió: “¡Cómo no me voy a acordar de la Argentina! Cualquiera se acuerda del infierno, es de lo que uno más se acuerda… Conservo de la Argentina lo mejor, conservo el teatro argentino. Yo escribo en la tradición de Florencio Sánchez y Gregorio de Laferrère”.

De los argentinos que se fueron a vivir a París –Cortázar, Saer, Calveyra, etc- fue el más versátil e impredecible. En el loquero jerárquico que es cualquier país, pareciera que no hay lugar más que para un puñado de escritores delirantes, y que basta que ellos -Copi, pero también Osvaldo Lamborghini, Alberto Laiseca, César Aira, Marcelo Cohen- deliren por todos sus compatriotas.