El culpable - El aleluya 05 Jul 2017

Pensar a solas, vencer bien acompañado

Revista Ñ | Daniel Scarfo

Toda la fuerza y la complejidad de este singular escritor y pensador francés brilla en los dos volúmenes de su “Suma ateológica”.

 

Georges Bataille escribió libros imposibles, tal vez un único libro imposible. A esta edición de los dos primeros tomos de su Suma ateológica se agregan numerosas variantes y notas nunca antes editadas en español. Comúnmente se habla de esta obra evocando el tríptico compuesto por La experiencia interiorEl culpable y Sobre Nietzsche, a los que se agregan otros textos menos conocidos: Método de meditación y El aleluya, incluidos en estos dos volúmenes.

Disuelto su Colegio de Sociología Sagrada y ante el estallido de la Segunda Guerra Mundial, el autor se sumergió en una experiencia de la que da cuenta en estos libros, que muestran sus legados en pos de lo que podría llamarse la creación de un sistema inacabado del No-saber. El principio de su experiencia interior es que no se alcanza el estado de éxtasis sino tocando el extremo de lo posible. Esta supone una ruptura y el libro que lleva ese título es un relato en el que el pensamiento se pierde, y se pone en cuestión lo que el hombre puede saber.

La experiencia es la única autoridad y sus enunciados deben ser impugnados por ella misma. Su naturaleza es la denuncia de la tregua, un ser sin prórroga, una voluntad agotadora que no puede entenderse tan cabalmente como el costo que implica. Y se alcanza precisamente yendo en contra del proyecto que se tiene de obtenerla, revuelta contra los apaciguamientos que ella misma sugiere y ligada a la necesidad que tiene el espíritu de cuestionarlo todo, a la supremacía de la muerte. Lo que tal vez explique la negación de estos libros y la paradójica paz de quien sabe que no llegará a reposo alguno.

La súplica sin respuesta sería para Georges Bataille la única verdad del hombre. Cuando en “Método de Meditación” busca una definición de la operación soberana “la imagen menos inexacta” le parece ser “el éxtasis de los santos”, acompañada de otras como la efusión erótica, sacrificial y poética, y la risa: un método en las antípodas de la salvación y de todo misticismo.

Sin embargo, El culpable es el relato de una experiencia “mística”. La culpa consiste en sobrevivir al duelo del amor y continuar con la embriaguez y la meditación en medio de la catástrofe. Su escritura coincide con la muerte de su amada y el fin de la comunidad alrededor de la revista Acéphale, donde esperaba recobrar la experiencia de lo sagrado. Duelo del amor y de la comunidad de amigos, Bataille lo define como un libro escrito por el viento que sopla afuera, por quien desea dejar la autoridad del yo y participar tanto de la suspensión como del gasto del tiempo. La comunicación debe revelar el ser común de poder morir y por ello el escribir pertenece a la noche, donde todo comunica y quien escribe no se percibe separado de las cosas y de los otros: en la oscuridad todos somos iguales.

En la escritura de este diario que niega su pertenencia al día, Georges Bataille comunica la noche con el futuro e imagina la comunidad por venir cuando, muerto, ya no pueda estar separado de lo escrito. La comunicación se da así en la aniquilación y la vida es espera de aquella, de lo sagrado y el éxtasis. El erotismo anticipa la muerte y la culpa de no morir se disuelve en la certeza de la muerte, único impulso para seguir escribiendo. De allí el odio a la angustia que impide vivir y nos quita la inocencia y la gloria.

El concepto de “soberanía” es decisivo en la Suma. Es “soberano” quien se niega a ser siervo; allí la subjetividad humana alcanza su cumbre. Pero la cumbre es también el lugar de la perdición porque para acceder a ella es preciso poner en cuestión la propia vida, razón, e individualidad. La soberanía exige el sacrificio de todo saber y poder, la indiferencia con respecto al futuro y la renuncia a todo dominio, la afirmación del presente inmediato y la comunicación con los otros, la aceptación del azar. El ser solo es soberano insubordinado en una “puesta en juego” que rechaza todas sus prisiones y encarna en las efusiones del éxtasis, el erotismo, la embriaguez, lo sagrado, el sacrificio, la danza, la poesía, el arte. La soberanía es esa revuelta.

Todos los esfuerzos de Bataille apuntan a la necesidad de un mundo sagrado. Estar frente a lo imposible cuando ya nada es posible es para él tener una experiencia de lo divino. No hay filosofía que valga sino la que tiene en cuenta esta “ausencia de respuesta” y de descanso. La conciencia de lo imposible sería así una “conciencia de impotencia infinita” de la que está cargada toda vida profunda. Subordinarnos a lo posible sería dejarnos desterrar del mundo soberano de las estrellas, los vientos, los volcanes. De esa prueba angustiante nos separan el tejido del conocimiento y sus ficciones, el proyecto y el cálculo que destruyen la aventura. La decisión y el sacrificio son el revés de quien socráticamente sabe que no sabe y con ese no-saber comunica el éxtasis. Allí llega mediante el cuestionamiento y la interrogación infinita sin sufrir la necia angustia, puesto que esta se transforma en deleite, gracia y gloria: el sentido esencial de esta Suma.

El proyecto es solo un arrastrado aplazamiento de la existencia que se recupera en la fiesta que lo olvida e impugna. La risa aclara la oscuridad de la nada y llega a ella embriagada de vacío, supone la ausencia de angustia no teniendo otro origen que esta. La representación de las miserias de los culpables los haría reír, confundiéndolos con el impiadoso viento. Nada es serio sin la risa que se burla del pensamiento y la preocupación, y su entusiasmo infantil resuelve las brumas de la tragedia.

El lenguaje sagrado es aquí lenguaje destruido, extranjero a la comunicación. Un soberano silencio interrumpe su articulación. Sin embargo, escribe contra la agitación del discurso y para anunciar ese pasaje del proyecto al ser, buscando el sacrificio de las palabras apartándolas de su servidumbre, invitándolas a descubrir su ruina interior y a que vuelvan intolerable nuestra miseria. Mejor no escribir si las palabras no tienen para el lector la gravedad del sacrificio, supone. Porque la escritura también permite al escritor poner en juego su ser. Como la fiesta, no tiene aquí otro fin que romper el aislamiento del ser. Pero esa comunicación aparece sobre todo en experiencias –como la risa, el éxtasis y la súplica– no mediatizadas por el discurso; se alcanza suprimiendo lo que usualmente llamamos comunicación.

Cual Sísifo camusiano, Georges Bataille se definió como un filósofo feliz cuyo espíritu de revuelta accede al extremo por exceso, perdiéndose en un movimiento que no quiere ser más todo y que morirá ciego. Ese es el último coraje: olvidar y volver a la inocencia, a la vivacidad de la desesperación. Porque todo lo que es, es demasiado.

Una relación social sagrada y soberana no teme la muerte, no calcula, es indiferente al futuro, afirma el deseo y la entrega en el presente, supone el filósofo que, una vez estallada la guerra, se volvió incapaz de esperar. Si su destino era el desierto no temió imponer ese misterio árido y espantoso que lo liberó y obligó al cuestionamiento de lo que designa al ser humano, perdiéndose en movimientos que parecían imposibles y en un vértigo que adivina lo insensato en tiempos de abismos, para los que ningún cobarde refugio es imaginable.