Cuentos dos veces contados 01 Sep 2013

Entre los espejos del mal

El País | Montevideo | Carlos Ma. Domínguez

Cuentos dos veces contados en los inicios del cuento norteamericano.

 

EL TÍTULO, Cuentos dos veces contados, surgió de una línea del tercer acto de Vida y muerte del rey Juan, de William Shakespeare, para aludir a un desengaño: que los cuentos reunidos ya habían sido publicados en periódicos y revistas, con poco éxito. Pero luego de la fortuna de su novela La letra escarlata (1850), estos relatos de Nathaniel Hawthorne publicados en 1837 hallaron su merecido lugar en los inicios del cuento norteamericano junto a las historias de Edgar Allan Poe y Herman Melville.

Regresan ahora en una reedición con prólogo de Elvio E. Gandolfo y el tinte añoso que se adhiere a las obras pioneras, donde relumbra el genio y una vieja forma de leer, como señaló Flannery O`Connor: "Hubo un tiempo en que el lector medio leía una novela buscando una moraleja, y por ingenuo que pudiera parecer, era un propósito muchísimo menos ingenuo que algunos de los objetivos más limitados que tiene ahora… Hawthorne conocía bien sus problemas y anticipó quizá los nuestros cuando dijo que él no escribía novelas, sino romances". O`Connor recordaba que el autor definía al romance como un punto de encuentro entre lo imaginario y lo real. Y así transitan los catorce cuentos reunidos en este volumen, a la orilla del género fantástico, dentro de la atmósfera calvinista en que Hawthorne maduró y con el espíritu especialmente dotado del romanticismo para indagar la naturaleza del mal.

"Wakefield" es su cuento más difundido, itinerario de un hombre que abandona a su esposa sin motivo, vive oculto veinte años a una cuadra de distancia, observa a su mujer envejecer con dignidad mientras experimenta su condición de paria, y un día regresa sin explicaciones. Queda a cuenta del lector completar el sentido de un acontecimiento transparente en su detalle y meridianamente oscuro. La mayoría de los relatos mueven la imaginación por caminos penumbrosos en los que la belleza convive con el mal ("La hija de Rapaccini"), asoma lo siniestro sobre la superficie de un mundo que se creía puro ("El joven Goodman Brown"), o una virtud se convierte en tragedia ("Los retratos proféticos"). Entre todos los cuentos, "El artífice de la belleza" destaca por la comunión con que a la par de la historia narrada -la ambición de un relojero por insuflar el espíritu de la vida a una preciosa máquina-, Hawthorne expresa su poética: un juego de espejos donde la pretensión de belleza y la rusticidad del mundo intercambian planos deformantes.

"La catástrofe del señor Higginbotham" presenta una intriga lógica, llevada adelante por la noticia anticipada de un crimen, resuelta con gran sencillez, en la tradición inglesa del cuento de misterio que prolongaría Edgar A. Poe. Otros relatos del libro exhiben el pasaje de la sociedad colonial a la independencia norteamericana sin apartarse del temperamento gótico de Hawthorne ("La vieja Esther Dudley", "Mi pariente, el mayor Molineux"), y todos conjugan la inocencia y la alevosía, la claridad de la moraleja con un misterio impenetrable que los vuelve atractivos al día de hoy.

Nacido en Salem, Massachusetts, en 1804 -su abuelo fue uno de los jueces que actuaron en el célebre proceso de hechicería-, Hawthorne tuvo una mala infancia y juventud. Contó Borges que muerto su padre, cuando Nathaniel tenía cuatro años (el padre era capitán y murió en las Indias Orientales), durante doce años la familia llevó una vida de reclusión. "Entregados a la Sagrada Escritura y a la plegaria, no comían juntos y casi no se hablaban. Les dejaban la comida en una bandeja en el corredor. Nathaniel se pasaba los días escribiendo cuentos fantásticos, a la hora del crepúsculo salía a caminar". De aquella espesa sombra nacieron estos cuentos inquietantes.

CUENTOS DOS VECES CONTADOS, de Nathaniel Hawthorne. El Cuenco de Plata, 2013. Buenos Aires, 254 págs.


EL MÁS ÓSCURO

Elvio E. Gandolfo

SI ALGO define a Hawthorne a lo largo de su vida y de su carrera literaria es también una incomodidad interior persistente, más allá de los triunfos externos. La primera edición deTwice Told Tales, de 1937, tenía 18 textos. Se realizó gracias al aporte económico de su amigo Horatio Bridge y fue anónima. La segunda edición, aumentada en 21 relatos, apareció en 1842, y ya figuraba su nombre. Hubo un fenómeno curioso: tal vez se trate del único libro que tuvo una crítica más famosa que el libro mismo. Edgar Allan Poe lo comentó en tres etapas sucesivas en publicaciones periódicas, y en esos textos desarrolló su célebre y después repetida teoría del cuento.

El propio Hawthorne, sin embargo, se consideraba menospreciado. Tanto que es posible ver en él un tema estadounidense como pocos: la persecución del Gran Éxito, el convencional (ventas, fama) que, una vez alcanzado, es más una maldición que un alivio. De hecho llegaría a conocerlo al editarse la novela La letra escarlata (1850), convertida en un clásico instantáneo. Eso provocó la reedición de los dos tomos de cuentos. El prólogo de Twice Told Tales de 1851 incluye esta dolida queja: "El autor [...] puede reclamar una distinción que, como a ninguno de sus hermanos literarios le importará disputarla con él, no necesita tener miedo de mencionar. Fue, durante muchos años, el hombre de letras más oscuro de América". (...)

Además de ser comentado por Poe, Hawthorne tuvo una amistad reticente con Herman Melville, que lo admiraba y a quien le dedicó su Gran Novela Americana, Moby Dick. Los tres fueron los pilares fundadores de la prosa narrativa estadounidense. Cada uno de ellos escribió un relato que pareció saltar al futuro en el tono y en el tema, y reflejarse en autores como Kafka o Benjamin: "Bartleby, el escribiente" de Melville, "El hombre de la multitud" de Edgar Allan Poe, y "Wakefield" de Hawthorne.

En el caso de los dos últimos hay que subrayar el modo en que, ante un Estados Unidos que recién empezaba a desplegar las alas de su desarrollo, (...) ambientaron los textos en la gran ciudad de Londres. En ambos casos la elección los despojó de sus amores y excesos inmediatos (cadáveres que se niegan a morir, alegorías entre religiosas y morales), para brindar la materia misma que podía captarse en el horizonte aún lejano de la época, más tarde convertido en experiencia cotidiana. (...)

La descendencia de Hawthorne como cuentista ha sido abundante y variada. Entre los estadounidenses vivos pueden citarse a Stephen King, que escribió un sólido remedo de y en homenaje a "El joven Goodman Brown" en "El hombre del traje negro", y a Steven Millhauser, que modernizó y amplió "El artífice de la belleza" en la genial novela corta El pequeño reino de John Franklin Payne(Extractos del prólogo a esta edición)