Para terminar con el juicio de dios - El teatro de la crueldad 22 Ene 2014

Eterno embrujado

Revista Veintitrés | Redacción

 
El próximo 4 de marzo se cumplirán 66 años de la muerte de Antonin Artaud, dicho esto es necesario escapar rápidamente de las efemérides para intentar armar su rompecabezas.

Se podría empezar por los sanatorios donde fue internado por depresión o por trastornos nerviosos, se podría arrancar con su primer Tric Trac del Cielo, o con André Breton y el Surrealismo, seguir por Alfred Jarry y luego por “El teatro y la peste” (El teatro y su doble) y terminar con el Teatro de la Crueldad y sus experiencias con los indios de la Sierra Tarahumara, pero esto es lo menos importante. 

Lo trascendental es que Artaud nos provee un poema extenso y milenario como la Cordillera de los Andes. Un poema feliz y desdichado, feliz como la carcajada abrupta de una hiena, desdichado como el canto impreciso de un cuervo, tal vez viceversa. En ese músculo agarrotado, resultado de sus últimas palabras, hay un destello de las formas, mientras el eco de un grito en las cuevas de Altamira nos cuenta una historia, un relato tan breve que desaparece cuando se la empieza a escuchar: 

¿Qué esconde dios bajo su manga?

En los ojos de Artaud una respuesta improbable y cíclica. 

Los ojos de Artaud cargando una cruz. Los ojos de Artaud despidiéndose y en ese adiós la coagulación definitiva del ser, un lapsus, el trance que simula la muerte. 

De nuevo, ¿qué esconde dios? ¿O Dios?

Nos lleva el misterio y caemos errantes como larvas. 

¿Dónde y cómo se arma el rompecabezas de Artaud? Tal vez se puede empezar por sus cuadernos, por lo último que escribió: 

“Seguir/ haciendo de mí/ este embrujado eterno/ etc., etc.”