Big Bad City | Big Bad City 01 Oct 2006

"Toda la pasión insensata ha sido asesinada"

La Voz del Interior | Gustavo Pablos

Siempre fue una figura controvertida del circuito under porteño. Acaba de publicar un libro de relatos, “Big Bad City”, donde vuelve a mostrar su visión corrosiva del mundo. Dice que fue testigo de demasiadas miserias y humillaciones como para no contarlas.

 

"He tenido tantas vidas, he transcurrido por tantos mundos, he sido testigo de tantas miserias y humillaciones que era imprescindible escribir sobre mi propia experiencia", confiesa Enrique Symns. El periodista y cronista, creador de algunos de los proyectos editoriales y de periodismo alternativo más influyentes de los ’80 y ’90, como la mítica Cerdos & Peces, y después de su autobiografía El señor de los venenos, publicada hace poco más de un año, vuelve sobre sus tópicos y con su estilo inconfundible en Big Bad City (Editorial El Cuenco de Plata). 

En su biografía realizaba un recorrido personal por la otra historia, la que se genera y circula por los canales subterráneos, clandestinos, y donde experimentación artística, periodismo, literatura maldita, drogadicción y delincuencia se dan la mano. Una actitud que a un periodista lo condujo a definirlo como la "perfecta síntesis entre las muchas cosas que no nos animaríamos a hacer nunca y las que no hacemos porque ya hemos decidido no hacerlas". 

En las crónicas de este libro continúa con el registro autobiográfico y testimonial de historias de vidas que enlazan vertiginosa e intensamente escenas del rock, el under, la trasgresión y los diferentes avatares de la vida al margen de la ley, un estilo temático y formal que lo acerca a escritores irreverentes como Charles Bukowski o William Burroughs. Y también un estilo que, por supuesto, lo lleva a decir: "No sé hacer diferencias entre el narrador y el cronista. Creo que, por momentos, soy indudablemente un narrador, malo o bueno, como en el caso del relato ‘840’, y en otros un simple cronista, es el caso de ‘Los pistoleros’". 

Vivido y escrito. En esta edición se puede apreciar el desempeño de Symns como monologuista, ya desplegada con Los Redonditos de Ricota, Los Piojos y la Bersuit, ya que el libro se completa con el CD Enrique Symns y el niño de los puentes, producto de recientes presentaciones en el espacio alternativo Centro Cultural Plasma. 

–En ambos libros, ¿buscaste el testimonio fidedigno o también hay algo de impostura y de juego de máscaras? 

–He tenido tantas vidas, he transcurrido por tantos mundos, he sido testigo de tantas miserias y humillaciones que era imprescindible escribir sobre mi propia experiencia. Siempre recuerdo la comparación entre Julio Verne, que jamás salió de una ciudad, y Jack London, que recorrió todos los mares y bosques y aventuras, para luego ficcionalizar todo eso en sus libros. Si me preguntás si hay tergiversación, debo decirte que no puedo responderte sin develar el mecanismo de mis relatos. Pero tú sabes que todo narrador mezcla voces, cambia cuerpos, traslada tiempos. Lo que resulta evidente es que todo lo que cuento sucedió en alguna parte. 

–También en ambos libros hay abundantes referencias a personajes conocidos de esos ambientes. ¿Buscaste deliberadamente cierto escándalo con la cita de sus protagonistas o considerabas que era la única forma de plasmar tu verdad sobre esa época? 

–Especialmente en el caso de "Los pistoleros" (una continuación de El señor de los venenos) me sentía en deuda con esos relatos, pero es una etapa que espero terminar pronto. Mi próximo libro, que ya estoy escribiendo, se llamará Adiós muchachos y contará las historias más tristes, miserables y antiguas de mi vida, incluso la verdadera historia de mi padre. 

Hombre de palabra. Como periodista, Symns estuvo vinculado a publicaciones como El Porteño, Satiricón, Eroticón, y siempre definiendo una zona y una manera de abordar la realidad que, con los años, se transformarían en su imagen de marca. En contra de las instituciones restrictivas de todo tipo, en sus publicaciones siempre luchó por una apertura de visión y por darles la voz a los más oprimidos: los locos, los delincuentes, los presos, los enfermos, etcétera. 

Pero esa zona de marginalidad no se convirtió sólo en su motivo u objeto de interés, sino que también lo encarnó en la propia vida, y su autobiografía es una muestra elocuente de una conducta heterodoxa, siempre en los límites, y que lo condujo a pasar una y otra vez de la condición de mendigo a príncipe y de príncipe a mendigo. Una vida donde arte, delincuencia, escritura, drogadicción, y marginalidad fueron la moneda corriente, y con la que circuló siempre por la corriente de la vida. 

–Por haber sido el mentor o uno de los protagonistas principales de proyectos editoriales y participado como monologuista y performer en algunos grupos musicales emblemáticos, ¿te sentís testigo privilegiado, si no de una generación, al menos de una zona importante de ella? 

–Me siento representante en vida del mayor de los resentimientos, el más escandaloso de los fraudes, porque el éxtasis de la creación ha sido reemplazado por el silencio cómplice de las conversaciones convenientes. El mundo ha sido clonado y los poetas y los dementes viven en una pesadilla. Toda la pasión insensata, todo el extravío maravilloso que experimentábamos en manada hace unos años ha sido asesinado cruelmente y cunde una aterrante dicha entre los afortunados. 

–¿No hay cierta contradicción entre los modos de vida que intentó sembrar y promocionar una revista como "Cerdos & Peces" y los actos delictivos que no te privas de narrar, con un dejo de heroísmo? 

–Debe haber contradicciones, pero prefiero no ser yo quien juzgue. 

–Si tuvieras que comparar la escena alternativa de hace una o dos décadas con la actual, ¿cuáles serían las diferencias más notorias? 

–Casi no existe una escena alternativa, especialmente después de Cromañón. Hay un fenómeno interesante e inclasificable, que la prohibición está produciendo, y es la aparición de bandas experimentales en lugares chicos, sin cantantes e improvisando. Lo demás es el escenario principal de la mediocridad del rock argentino, de las letras argentinas y de nuestra intelectualidad.