Schopenhauer, filósofo del absurdo 27 Feb 2013

“Schopenhauer, filósofo del absurdo”

El Litoral | Redacción

 

En los dos estudios que el filósofo francés Clément Rosset dedica a Schopenhauer en Schopenhauer, filósofo del absurdo parte de la idea de asombro que alienta al espíritu filosófico, asombro que se multiplica allí donde la ciencia logra su satisfacción, al develar en leyes las redes de las causalidades. “Schopenhauer vuelve sin cesar a esa impenetrabilidad de toda cosa, desde el momento en que dejamos de considerar el mundo bajo la tutela de la causalidad. La idea central es que, en todos los fenómenos de la naturaleza, una fuerza subyace a toda causa, que no es más que una interpretación abstracta de aquélla, de la que no podría dar cuenta. La idea de fuerza es fundamental en Schopenhauer: debajo de todas las representaciones del mundo, tanto en su aspecto mineral como vegetal, animal o humano, se oculta una fuerza, una especie de oscuro principio motor, sin el cual nada de lo que es sería. Todo es fuerza, en la medida en que todo es tendencia hacia algo, tanto la piedra que ‘tiende’ hacia el suelo como la planta hacia el agua y el animal hacia su alimento. Todas las fuerzas son ‘cualidades ocultas’, tan impenetrables como la ‘virtud flogística’ mediante la cual Stahl pretendía explicar la combustión, como la virtus dormitiva de Moliere. Son irreductibles a cualquier causalidad real: están ya dadas desde un comienzo, sin razón explicativa o justificativa. Omiten brindar sobre sí mismas dos informaciones esenciales: su origen y su cualidad. En la medida en que la causalidad sigue siendo muda sobre estas dos cuestiones, es evidente que el mundo sigue siendo incomprensible”.

La explicación científica del mundo es, pues siempre insuficiente. “Schopenhauer ya no espera nada en materia de explicación del ser, sea que provenga de los filósofos o de los científicos. Toda tentativa de explicación metafísica cae para él en el domino de la ilusión, particularmente puesta de manifiesto en todas las formas de cosmología religiosa y de teleología teológica, que le causan horror”.

Sin embargo, Schopenhauer individualiza un principium individuationis en el seno de la voluntad. La voluntad gobierna todo; es el elemento primario y fundamental. Esto es revolucionario en la filosofía: “Todos los filósofos anteriores, desde el primero hasta el último, sitúan el verdadero ser del hombre en el conocimiento consciente: el yo, o en algunos la hipóstasis trascendente del yo denominada alma, se representa ante todo y esencialmente como conocedor, o incluso como pensante; y solamente de manera secundaria y derivada es concebido y representado como un ser deseante”.

Pero lo que sobre todo interesa a Rosset es referirse a la “visión absurda” de Schopenhauer, a partir del pesimismo con que concibe una existencia marcada por mucho dolor y pocos placeres. Y que se centra en una voluntad desprovista de fin, de meta. “De allí la paradoja schopenhaueriana del hombre, preso de cadenas ficticias, esclavo de tendencias que no ‘tienden’... Esta contradicción interna de la tendencia es el verdadero punctum pruriens de la filosofía. ¿Por qué el mundo entero es como una máquina destinada a producir resultados, dado que no hay resultados? ¿Por que hay tendencias y necesidades, dado que no existen ningún fin para la tendencia, ningún objeto para la necesidad? Toda actividad en este mundo se asemeja a la del topo cuyo destino es cavar durante toda su vida en la tierra y la oscuridad que lo rodean. Lo extraño no es la oscuridad sino cavar”.

Schopenhauer se remite a contestar: “El mundo, con todo lo que contiene, parece ser el juego sin objeto y por ello incomprensible de una eterna necesidad”.