Felicidad clandestina 20 Oct 2011

Recuerdos reales e inventados

Veintitrés | Redacción

 

En “Felicidad clandestina”, el relato que abre el libro homónimo, Clarice Lispector es una niña que envidia a una compañera de escuela por tener un padre librero. La perversa compañera le promete día tras día un libro que nunca le presta, y mientras crece el deseo, también crece la desazón por algo que aparentemente nunca va a tener.

Tanto en ese cuento como en los otros que componen este volumen, Lispector despliega un abanico infinito de recuerdos de su niñez, al tiempo que inventa otros: con nueve años, se enamora de su maestro; una niña trata de disfrutar del carnaval mientras piensa en su madre moribunda.

Prematuramente inteligentes, lo que los hace prematuramente infelices, los personajes suelen detenerse en detalles insignificantes que nos llevan generalmente a una moraleja. Su escritura es perenne y desdichada como los niños o los grandes de los que habla, que no son otros que la propia Clarice cambiando de voz y de cuerpo.

Se sabe que, por su imposibilidad, la felicidad es clandestina. Pero a veces, ese mismo dolor nos da una tregua. En esos momentos, la mirada se renueva y salimos a la calle a mirar de nuevo, como cuando éramos niños.