En busca del asesino 15 Sep 2009

El día y la noche de Enrique Symns

Crítica Digital | Roka Valbuena

Un mito viviente de la cultura under local, fundador de revistas y periodista de fino olfato, acaba de sacar un libro, Asesino.

 

A la una de la tarde del miércoles uno le besa la mejilla a Enrique Symns. El escritor entra en un bar con paso decidido y el reportero, cuya sensación es que ambos van camino a una borrachera, lo sigue con convicción profesional. A Symns le abren la puerta, dice hola, y, rápido, se dirige a su oficina que, en verdad, es la zona de fumadores del bar. Hace un chasquido de dedos, viene una mesera y entonces el autor de novelas y libros de crónicas, el activista más renombrado de la marginalidad, este estoico mito de 63 años, se afina la garganta, le alaba la simpatía a la dama, y luego hace algo insospechado: pide, por favor, una taza de café y un vaso de agua. La mitología, de pronto, parece desfigurada. El reportero había escuchado historias que protagonizó Enrique Symns, todas ellas situadas en los costados de la legalidad, y en ninguna de esas historias Symns se tomaba un vaso de agua o, todavía menos, alababa las cualidades de una torta.

–Muy buena la torta… –dice ahora Symns, degustando una gentileza del bar.

Sucede que estamos de día. Los rumores recopilados dicen que hay dos Symns dentro del mismo señor. Se dice que un Symns más bien compuesto y lúcido vive de día y otro Symns, más descompuesto, viviría de noche. El Symns de día puede saborear un pastel y acompañarlo con un vaso de agua. Este Symns de miércoles, por ejemplo, se levantó a las nueve de la mañana y ríe de vez en cuando ante chistes menores. Está vestido con normalidad, correctamente despeinado, es sincero y se ha puesto un cigarrillo en los labios dado que es la herramienta que ambos Symns –Symns día, Symns noche– utilizan para reflexionar. 

–¿Es usted una leyenda?

–Sí, lo soy –dice Enrique Symns. Y, la leyenda de día, tira el humo por la boca.

Día. Tal vez los otros clientes de la zona fumadores del bar no sepan que Enrique Symns está instalado tranquilamente en su oficina. Para ellos es un vecino de mesa que fuma. Quizás tampoco sepan que es un periodista que inventó un antiguo hito, Cerdos y Peces, o que compartió escenario con el Indio Solari. Y, por supuesto, no deben sospechar que Symns, hace unas semanas, publicó un libro que se llama Asesino.

–Es un libro que llevé dentro de mí por muchísimo años –dice.

El libro se trata de una investigación periodística: una argentina murió asesinada en Brasil y las autoridades culpan a un guía de turismo argentino llamado Rafael Arrieta. A Arrieta lo liberan un día en que descubren que es inocente. Arrieta, libre, clama justicia y busca difusión. Es entonces que contacta al investigador Symns. Es, a la larga, la historia verídica de Symns investigando un caso muy torcido. Y al respecto señala el autor: “El mejor periodismo para narrar es el policial. Aunque los periodistas policiales son detestables”. 

–¿Usted conoce bien el mundo policial?

–Soy muy amigo de muchos policías. Incluso en los 80 fui amigo de comisarios. Compartía merca con ellos, íbamos juntos a comprar. Era una época maravillosa. Pero la policía estaba toda corrupta y lo sigue estando.

Respira Symns. Da un sorbo al café. Y analiza el motivo de su libro: los asesinos. 

–Un amigo hizo un doctorado en filosofía y me dijo, citando a Nietzsche, que la única manera de hacer filosofía es narrar una porquería. Nietzsche tenía razón. Y yo voy por ese lado. Yo soy un tipo sucio, un conspirador. Soy un tipo que sé lo que es el mundo. Sé qué complot hay que perder. Algo así es lo que pasa en el fondo de mi alma. Y, bueno, en este caso, en el libro, yo creo que el crimen era una excusa para contar.

–¿Cómo son los que matan?

–Los psicópatas son extraordinarios. Te engañan. Los asesinos, como me dijo un comisario, tienen olor. 

–¿Le gustan los asesinos?

–Una vez un asesino al que entrevisté me dijo: matar es una droga. Una vez que la probás, no podás parar nunca más. Yo, te aclaro, disparé sobre seres humanos cuando pibe. 

Enrique Symns se crió sin padres, casi ni fue al colegio, detesta cualquier aroma a universidad, pero, dice, siempre fue un genio. A los catorce años, por influencia de su hermana que era profesora de filosofía, leyó a Kant, leyó a Heidegger, a los griegos, a quienes juzga como una caterva de ratas mentirosas, salvo Heráclito. Luego de eso, tras esa voracidad autodidacta, se hizo delincuente. Ejerció con esmero la delincuencia a mano armada entre los 17 y los 30 años.

–Pero nunca he matado. Aunque mi fantasía de juventud siempre fue matar –precisa Symns, el diurno, quien, a lo sumo, ha disparado rabiosamente sobre las rodillas de algunos seres humanos. 

–¿Y qué sentía al disparar sobre personas? 

–(Suspira, fija la vista en un paraje romántico del exterior.) Es algo apasionante…

–¿Usted cree? 

–Y acuchillar también. Apasionante. Yo siempre ando con cuchillo.

–¿Pero por qué anda armado?

–Y, a veces tengo peleas.

A Symns a veces le gritan cosas en la calle. Usualmente, con alegría, le dicen que se parece al científico loco de la película Volver al futuro. Le gritan: “¡Eeea… Volver al futuro!” O le gritan: “¡Eee… Bianchi!” Symns no se molesta, a menos que lo toquen. “Ahí ya es distinto”, dice y mira fijamente a los ojos de su nervioso interlocutor. “Y si alguien quiere pelear…”

En esos instantes el escritor hurga en su bolso con naturalidad y saca, desde luego, un cuchillo. No es un cuchillo criminal, tipo Rambo, de filo agudo. Es, curiosamente, el mismo cuchillo pequeño con dientes y mango de madera que cualquier ciudadano usaría para cortar una zanahoria. Symns se figura que es un cuchillo temible. Y, en el aire, hace un gesto letal con el arma. “Este cuchillo entra y, al salir, por los dientes, te mata”. Symns deja el cuchillo en la mesa. La entrevista pasará a ser una conversación de a tres: a un lado de la mesa está el reportero, al otro lado está Symns día y, en medio de ambos, muy atento, estará el cuchillo. Por alguna razón el reportero cambió el tema.

El periodismo del marginal. Enrique Symns dice que, hace un tiempo, él, que estuvo laboralmente muerto, resucitó. Tras unos años en Chile donde elaboró, junto a chilenos progresistas, el diario The Clinic, llegó a la Argentina y se instaló a vivir incómodamente en una plaza. Era un linyera de intelecto desarrollado que mendigaba a la gente. Pero ahora, enfatiza, el periodista mítico resucitó. Actualmente Symns escribe cuatro notas a la semana. Actualmente afirma que si alguien le dice la palabra “servilleta”, él inmediatamente puede escribir una nota de cinco mil caracteres y, más encima, con un fondo filosófico.

–Ahora que volví, sí, siempre estoy pensando en notas. Y por eso todas las semanas me tengo que meter en el mundo.

–¿Y cómo organiza su día?

–No sé. Eso sí, yo tengo una condición genial en mi mente que es prestar atención. Por eso sé tanto de los seres humanos. Yo necesito quince minutos para mirar a alguien y sé todo lo que le pasa. A las mujeres más las descubrís. La clave de la inteligencia en mi vida es prestar atención, aprender, y eso me salvó del dolor. 

–¿Le gusta lo que hace?

–Y, las entrevistas son mi mejor tiro, soy muy bueno. Los famosos saben que no pueden mentir conmigo. Pero también me gusta hacer investigación. En realidad, soy un periodista completo.

–¿Siempre, en periodismo, escribe en primera persona?

–Me gusta estar, loco. Es que yo no creo en la objetividad. ¿Te cuento un secreto para escribir bien?

–Por favor.

–Siempre hay que escribir mal de uno. Una vez le preguntaron a Henry Miller cómo hace para escribir. Y dijo: siempre hay que escribir cosas dolorosas, siempre hay que escribir cosas vergonzosas, cosas que hagan que la gente te deteste y se ría de ti. Eso me marcó para siempre.

–¿Por qué es bueno hablar mal de uno?

–Sobre todo porque todos los seres humanos somos una mierda. Por ejemplo, los artistas son una mierda. Los conozco a todos. A Sabato, a Borges, las nuevas generaciones, a los músicos, a todos. Y sé que todos son una mierda. Todas las personas tienen secretos. 

–¿Y usted?

–Yo no tengo ninguno. He contado todo. 

Entonces Symns de día se cansó. Se puso de pie, pidió que alguien pagara la cuenta, y partió a caminar como un zombie. Para ese periodista el mundo, entre las siete de la mañana y las siete de la tarde, es una carnicería sin alma. Veinticuatro horas después nos encontraríamos con el otro, con el artífice de las leyendas. El Symns noche. 

Noche. Tampoco es para tanto. Ahora es la noche de un jueves y Enrique Symns nocturno camina con sandalias y sin felicidad. Está adolorido en el cuerpo, pero, dice, no en el cerebro. A su lado va el reportero presumiendo, esta vez sí, una noche escandalosa. Le pregunta, exaltado, por la noche, qué es la noche, y Symns dice que las mañanas no le gustan porque ya son mañana y las tardes ocurren demasiado tarde: a él le gusta la noche porque está fuera del tiempo y, por eso, nunca duerme. Eso sí, esta noche está muy apagada. 

–Un whisky para mí –dice sin chispa, sentado ya en otro bar. Empieza, como tantas veces le ha pasado, una conversación en torno a las drogas. 

–Para llegar al éxtasis se necesitan dos cosas en la vida: el sexo promiscuo, pero muy promiscuo, y las drogas. No hay otra manera de tener un éxtasis. No hay nada más.

Y enumera drogas, pero, fundamentalmente, agradece: “Sin las drogas nunca habría explotado. Soy un tipo tímido. Me cuesta mucho salir de mí. Pero la anfetamina, la cocaína y el éxtasis me mandaron al mundo”.

–¿Escribe bien con cocaína?

–Sí. Freud habló muy bien de ella. Pero la recomendaba para no gozar.

–¿Usted sentía que antes tenía poder?

–Sí, he tenido poder. Cuando me subía a un escenario tenía poder. Subirse a un escenario es un orgasmo más fuerte que el sexo. Yo me bajaba del escenario y me ponía a coger.

–¿Tiene sexo en la actualidad?

–No. El amor es para tarados. Lo inventaron los franceses en 1210. A mí me gusta sentirme deseado. Hoy no me siento deseado.

–¿Por qué no?

–Y, ya estoy viejo.

A Symns le cuesta vivir, sobre todo económicamente. El año pasado, pese a su prestigio, ganaba mil pesos al mes. Este año gana cinco mil pesos al mes, y el 20% se lo da a otros que necesitan más. No tiene casa, no puede alquilar porque no tiene garantía. Vive, hace mucho, en pensiones. No tiene amigos de su edad porque con unos se peleó y otros se jubilaron. No tiene novia. Symns está siempre solo.

–¿Y por qué se ha peleado con tanta gente?

–Y, soy de peleas largas, pero siempre puedo pedir perdón. Mis amigos tienen que entender que estoy un poco loco.

–¿Está loco?

–A veces. Me han querido internar, mi hermana…

–¿Debido a qué…?

–Tengo esas cosas de llamar a mi hermana en la noche y decirle: che, te voy a mandar unos guardias, porque parece que te van a ir a matar… Y una vez me reuní en mi casa con palos y cuchillos y empecé a gritarle a la gente desde el balcón. Después lo analizaba y me cagaba de risa. La paranoia es muy entretenida, eh. También bajaba a la calle y le decía al del kiosco: oiga, esto es Rosario, ¿cómo es que no tiene el diario de la ciudad? Es que me extravío. A veces no sé dónde estoy, ni quién soy. Me digo: ¿dónde estoy? Y después me decepciono cuando ya sé donde estoy.

–¿Está cansado?

–Estoy cansado de vivir. 

–¿No estará planeando suicidarse?

–Lo intenté una vez hace mucho. Pero no. La verdad es que estoy cansado de mí. Porque la soledad te mete en un envase. 

–Al menos en periodismo, ¿usted siente que ya hizo lo que tenía que hacer?

–Ya lo hice. Las consecuencias van a estar cuando yo me muera. Pero la verdad es qué carajo me importa eso a mí.

Tal vez el Symns noche también responda a una mitología anterior. Este mismo Symns de jueves asegura que la noche ya no es como antes. No hay pandillas. No hay lugares. La noche, confiesa, está aburridísima. Ahora es una porquería. Y por eso, Symns está melancólico y dice, otra vez: “Ya está”. Y el legendario señor de los márgenes, la eminencia de la calle, el autor de Asesino se para, pide que alguien pague la cuenta, y se va a su hotel. Quién sabe, quizás esta noche el mito sí pueda dormir. 

Fragmento de su nuevo libro, Asesino

El 19 de septiembre de 1994, al día siguiente de que Rafael Arrieta llegara a Buenos Aires luego de atravesar una pesadilla carcelaria de casi un año, yo estaba instalado en una de las mesas más ocultas de Liberarte, el bar y centro cultural ubicado en un sótano de la calle Corrientes, leyendo muy interesado la noticia de su liberación publicada en Clarín.

Conocía perfectamente el laberinto lunático de la justicia carioca, y todavía podía recordar con cierto viscoso impacto espanto las celdas de la 14ª Delegancia de Leblon, donde había estado preso dos décadas atrás. Así que me identifiqué de inmediato con las penurias del guía de turismo. No hay delito que justifique la perversa sofisticación del castigo carcelario.

Siempre leí con un interés casi adictivo las noticias policiales; suelen ser la zona más refrescante de cualquier diario. Su verdadero nombre debería ser “Delicuenciales”, ya que son los que cometen un delito (y no aquellos que lo reprimen) los auténticos protagonistas de los sucesos que allí se narran. Estoy convencido de que cualquier lector recuerda el nombre de al menos tres o cuatro delincuentes legendarios y rara vez el de algún policía heroico. No existen los héroes a sueldo. En “Policiales” todavía se puede husmear el aroma de la selva de la vida, que en las pasiones criminales (aun en las más crueles) laten las salvajes remembranzas de nuestra animalidad extraviada. Quizá la única narrativa posible en los diarios de hoy sea la que leemos en la sección Policiales.