Esta América nuestra 06 Ene 2008
Perfil | Juan Fernando García
La edición de “Esta América nuestra” compila los momentos más intensos del intercambio epistolar entre dos figuras clave de la modernidad intelectual: una, la gran poeta chilena, el primer Premio Nobel latinoamericano; la otra, responsable del proyecto más enriquecedor para la cultura argentina del siglo XX, la ya mítica revista “Sur”.
El epistolario de escritoras suele ser un universo en el que se teje lo íntimo y lo público, con distinguida autoridad y hasta con medido desenfado. Sobre todo en aquellas cartas que no fueron pensadas para la posteridad, sino como el lazo de amistad posible enhebrado a una fluida comunicación. En el siglo XX –lejos, muy lejos de la inmediatez de los sistemas contemporáneos– lo prueban las cartas de Virginia Woolf, las de Jane Bowles, las agudezas de Mary McCarthy con Hanna Arendt. Atisbamos un biografema apasionante en las palabras que se cruzan Marina Tsvietáieva, Rilke y Pasternak en el verano de 1926, y que por estos días inspira una lírica puesta de Alejandro Tantanián en Buenos Aires.
Algo de esa naturaleza literaria híbrida leemos en Esta América nuestra, en la cuidada edición de El cuenco de plata, que compila los momentos más intensos –entre los atisbos de 1926 a los estertores de 1956– de dos figuras clave en la modernidad intelectual americana: Gabriela Mistral (1889-1957) y Victoria Ocampo (1890-1979), ambas nacidas un 7 de abril. GM, maestra chilena, la gran poeta de las Américas, el primer Premio Nobel latinoamericano; dueña de una voz poética incomparable. VO, responsable del proyecto más enriquecedor para la cultura argentina del siglo XX; un motor incansable, heredera de una fortuna dilapidada en una revista de larga vida (Sur, y la editorial del mismo nombre); una escritora testimonial, de rica expresividad, de vena sarmientina. Dos potencias intelectuales; dos librepensadoras que, en la madurez de sus vidas, comienzan una intensa relación que se refleja en este apasionante libro. Y es de la pasión de lo que hablan estas cartas: la vida de Gabriela ocupa la mayor parte del epistolario conservado, pero en las respuestas extensas aparece la pregunta común a ambas por el destino de América, la guerra civil en España, luego la Segunda Guerra Mundial y la situación de los amigos en común.
Leemos sobre la muerte de los seres queridos; el suicidio de Yin-Yin, el adorado ahijado de GM, que la sume en una depresión visible. También las contrariedades entre amigas. La confianza que se fortalece en los consejos a VO sobre Mallea quien “flotaba a cada rato en el aire como la causa de su desazón, y como el nudo que no la deja a Ud. tener nunca la alegría cien por cien y soltar la risa entera, abierta, feliz”, ironizando GM sobre “una relación literaria importante”. Y es la pasión y el amor lo que sostiene esta correspondencia. La defensa inigualable de la lengua española, sobre la anglo-francofilia de la argentina es uno de los altos momentos del libro: como una filóloga, Mistral despliega sus conocimientos de los poetas místicos, de Gracián. “Apenas conocen los sudamericanos a la gente que escribió dentro de esa lengua de inocencia, que se parece a una rama florida de durazno antes de que amanezca, cuando ella tiene tanto peso de rocío como de flor” y agrega: “A lo mejor no has leído jamás a San Juan de la Cruz. ¡Qué barbaridad!” (carta de finales de 1940, principios de 1941).
Hay los episodios dignos de los lazos amistosos y estéticos que gustaban desplegar a Victoria: enviándole a Mistral a Giselle Freund para que la fotografíe, como lo había hecho antes con Virginia Woolf. Recordemos que en la edición española de Cartas a mujeres, la inglesa se incomoda con VO por esta situación. Acosada, VW había escrito tiempo antes a Vita Sackville-West sobre Victoria: “Es inmensamente rica y amorosa […] Me regaló una caja de mariposas y de vez en cuando desciende sobre mí con ojos como fosforescentes huevas de bacalao. No sé qué hay debajo”.
Si dijéramos que podemos leer el entramado de lugares, tiempos, escrituras como una novela epistolar, estaríamos restándole valor documental a unas páginas que trasuntan las experiencias de estas dos protagonistas de las luchas de mujeres en la región; también, es imposible no leer en la distancia la novela real de dos intelectuales que viajaron incansablemente, que hicieron de la literatura modo de vida y pasión encarnizada; que deslizan sus días entre maletas, traducciones y consejos: como el que le hace VO a GM para que se interese por Camus, “gran talento de escritor y además es un hombre o más bien dicho un espíritu libre”.
Cómo no leer con códigos de ficción la incomunicación que se establece alrededor de 1953 cuando Victoria es apresada por antiperonista y no puede obtener por dos años su pasaporte. En un contrapunto perfecto, GM reclama, obsesivamente, una visita que nunca parece concretarse, mientras asistimos a la composición del Poema de Chile; al momento que VO repite la letanía de la “dictadura” y sus interminables vueltas para que le den el certificado de buena conducta y el pasaporte que le permitiría salir del país.
Como un ejercicio más enriquecedor, el libro es un documento de escritoras, de dos monumentos que es interesante revisitar, sacar del polvo mezquino de la historia literaria y releer prosas y poesías de indudable riqueza para el idioma.