Una vida divina 11 Ago 2007

Citas con un filósofo alemán

La Nación | Matías Serra Bradford

 

Está probado que, en casos de parasitismo, una de las dos partes sale beneficiada -siempre la más pequeña- y la otra perjudicada. Una vida divina es a Friedrich Nietzsche lo que un anélido a un organismo más vigoroso: un fraudulento ejercicio de simbiosis. Philippe Sollers (Burdeos, 1936) se apropia de la vida y las palabras de Nietzsche para escribir un libro con tentáculos en varios géneros: novela, ensayo y biografía. Sollers confiesa que cultivó su afición a citar en sus tempranas visitas a la casa de Montaigne, y tal vez le haya jurado también fidelidad a la idea de Nietzsche según la cual se requiere, para que el arte exista, "una precondición indispensable, la intoxicación". Como sea, el metraje de citas del filósofo germano incluidas en Una vida divina no sería tan visible si éstas no fueran lo mejor que tiene para ofrecer.

Los elementos novelísticos de Una vida divina son tenues, casi inexistentes. Su narrador donjuanesco y sediciosamente intelectual va y viene de una amante a la otra, examina el trabajo entero del autor de El ocaso de los ídolos y lo actualiza, literalmente, trasladando a Nietzsche al presente con una irreverencia que, por virtud o por contraste, consigue acercar al filósofo a un lector del siglo XXI. En un artículo sobre Nietzsche, Bernard Shaw afirmaba que el único objetivo a la vez útil y entretenido era convertirse en un iconoclasta. Sollers despliega todas sus astucias para mantener ese papel, y paga su precio. Hay una suficiencia en Sollers que se vuelve irritante. La decepción que produce parece por momentos deliberada, una provocación que no deja de garantizar cierta recompensa.

La inteligencia del narrador, más bien impostada, posada, poco grácil, no goza de la inevitabilidad que se percibe en una inteligencia genuina, sin ir más lejos la de Nietzsche. Una vida divina confunde ritmo con estilo y lleva a la cima ese vicio, nada infrecuente en cierta tendencia de la literatura francesa, de embelesarse con las palabras que brotan de la boca propia. Esa suerte de ceguera se desnuda por completo cuando el francés pasa a otro idioma. (La versión castellana es de admirar, y estas cuatrocientas páginas se leen como las de un traductor que decidió saldar la deuda que dejó impaga la mesa vecina antes de darse a la fuga.) Para ejemplos de escritores que despliegan ritmo y estilo, el catálogo de la editorial que publica este libro nos facilita dos modelos franceses extraordinarios: Marguerite Duras y Louis-René des Forêts.

En Una vida divina , Sollers no se detiene, como quería Roland Barthes, antes de que se forme un exceso de lenguaje. Sollers cita, pero no acata, el credo de Nietzsche, que decía pesar sus oraciones "en una balanza de oro". Tampoco logra, como apuntaba su amigo y admirador, "hacer del lenguaje un tema." Pero a no alarmarse: fue el propio Barthes quien argumentó que "para que un texto exista es necesario que sea repudiado por algunos cuerpos. Por algunos lectores: no hay lectura universal, no hay cuerpo universal." Se ha señalado que los últimos escritos que redactó Nietzsche negaban la posibilidad de la lectura. Algo de esto, acaso, ha querido imitar o parodiar Una vida divina , y no sólo en sus páginas finales.