Yo, yo y yo 25 Abr 2007

"Yo, yo y yo"

Intramed | Redacción

Un libro de Juan Filloy que es una verdadera experiencia de lectura.

 

Juan Filloy fue una de esas raras personas que reunieron una existencia profesional serena y rutinaria a una vida de creación concretada a través de una obra múltiple y polifacética.  Y todo esto durante más de un siglo de vida. Sus libros constituyen una verdadera "experiencia", en el sentido más complejo del término. Su lectura es un acontecimiento del que el lector participa con todo el cuerpo, sometido a las más diversas emociones. El recorrido por sus páginas es un itinerario vertiginoso a bordo de un lenguaje que, a menudo, es desbordante y arrollador. Resulta muy difícil que alguien permanezca indiferente ante la contundente voz del "maestro" cordobés. 

En "Yo, yo y yo", (monodiálogos paranoicos) -que acaba de publicar Cuenco de Plata- Filloy hace hablar a una serie de encendidos personajes que apabullan a su interlocutor con una serie de monólogos furiosos. 

Los personajes:

* Un hombre que convoca a un arquitecto para que construya su casa pero al que aporta una verdadera filosofía del espacio como retórica y como poética. Las indicaciones que el profesional recibe son una declaración de principios que el personaje espera que se traduzcan en obra. Algunas de sus afirmaciones más significativas son: 

"Entonces el hombre se mecaniza y, en la paradoja de avanzar hacia el futuro, retrocede hacia la animalidad"

Citando a Rilke: "Lo bello es sólo el comienzo de lo terrible..."

* Alguien que discute la celebración del día de la raza con una impugnación mortífera del espíritu español y una descripción cruda del aniquilamiento de la cultura originaria.

"Había que reemplazar al indio hermético y altivo –que saboteó por instinto a todos los invasores- por el negro dócil y de sudor fácil. Él fue la verdadera bestia de carga."

* Un "monseñor" dedicado a la escritura de anónimos que explica a su secretario los modos de la degradación que lo religioso sufre en el mundo actual.

"Nos hemos convertido en una dependencia estatal, en un comodín filantrópico, nosotros que iluminamos el mundo con la aurora del amor entre los hombres e iluminamos la humanidad con la aurora de la belleza del Renacimiento. Estamos en pleno crepúsculo" 

"Es triste, ya no tenemos antorchas que llevar por las amplias avenidas del mundo."

* Alguien consulta a un psiquiatra con la idea de someterse a un "narcoanálisis" para conocer el contenido de sus sueños. No reclama interpretaciones, sólo la grabación de esas narraciones oníricas sin mediación hermenéutica. El objeto de sus sueños es Walt Disney, el mítico dibujante americano. El paciente habla y destroza con su palabra el sacrosanto prestigio del padre del dibujo animado contemporáneo. 

"Yo me siento feliz de no haber abdicado nunca, frente a la dictadura de Walt Disney, de mis soberanía espiritual."

* Un hombre que ama las profundidades, la gruta. la caverna al tiempo que rechaza la superficie del mundo.

"Porque si la fe sirve para ascender, para bajar sólo es necesaria la cautela."

* Un individuo que habita una fabulosa casa subterránea se niega a ser entrevistado por un periodista. Esa negativa es también su desprecio por un mundo del que ha decidio huir.

"Libre en este bastión de protesta perenne contra la trivialización de la vida, contra la fragmentación de la especie, contra el amor mecanizado, contra la descomposición moral, contra la gregarización del espíritu, contra la regresión psíquica, contra la nivelación general." 

* Mientras dos hombres caminan, uno de ellos hace una declaración contra la brutalidad de la oratoria, contra la degradación de la palabra.

"Protestando contra la oratoria. Es una plaga nacional. Una ignominia de la sociedad presente. Una aberración de la humanidad. El espíritu está en crisis. Su bancarrota proviene de tanta locuacidad sin motivo, de tanta palabrería sin provecho. Todo el mundo lanza impunemente palabras en circulación. Nadie ofrece responsabilidad de lo que dice y ofrece..." 

* Resulta infrecuente –lamentablemente- que, como lectores, tengamos la oportunidad de acceder a textos como los que Filloy nos ofrece. Aún hoy, en épocas de efectos especiales y emociones bastardas, su inteligencia conmueve y su manejo exquisito de la lengua como vehículo del pensamiento resultan cautivantes. Como tantas otras veces, sus mejores virtudes quedan expuestas sin exhibicionismos pedantes y lúcidamente  inmersas en una atmósfera cargada de humor ácido y sagaz. Tal vez esté llegando la hora de que este escritor -que vivió más de cien años entre nosotros- abandone el limbo de los autores de culto y llegue a la mayor cantidad de gente posible. Estoy seguro de que los ecos  de su voz nos harán mejores de lo que hoy somos.

 

¿Quién fue Juan Filloy?

 Juan Filloy nació en Córdoba el 1º de agosto de 1894 , de madre francesa y padre español, compartió la vida y el trabajo con sus seis hermanos en el negocio de ramos generales que su padre tenía en el Barrio Gral. Paz hasta que se recibió de abogado en la Universidad Nacional de Córdoba.

De joven fue también dibujante caricaturista, además de uno de los fundadores del popular Club Talleres de Córdoba (aunque jamás jugó al fútbol), el Golf Club de Río Cuarto, y el Museo de Bellas Artes de Río Cuarto.

Trabajó durante sesenta años en el diario El Pueblo, en donde tenía una sección de glosa del día, de crítica teatral, arte, etc.

Juan Filloy murió, mientras dormía la siesta, en la tarde del 15 de julio del 2000, pocos días antes de cumplir los 106 años de edad.

A partir de 1931 comenzó a publicar sus obras en ediciones privadas, entre sus características como escritor podemos mencionar : la costumbre de utilizar siempre siete letras en todos sus títulos; el hecho de que por lo menos uno de ellos se corresponde con cada letra del abecedario, de la A a la Z y su afición a los palíndromos, entre otras.

Después de sus primeras siete obras, se mantuvo casi 30 años sin publicar. Entre 1939 y 1967 hay una enorme pausa en su bibliografía, aunque no dejó de escribir ni un solo día. Y si se llamó a silencio (editorial, no escritural) fue porque en esos años su labor como magistrado lo forzó al recato y le impidió hacer pública la constante impudicia de sus textos, así como sus opiniones polémicas, abundantes en toda su obra. Entre 1967 y 1973 aparecieron sus tres novelas más conocidas en una importante editorial porteña, y desde 1973 en adelante volvió a su costumbre de publicar ediciones de autor.