Karcino 19 Dic 2006

Filloy, el escritor de 105 años

La Vanguardia | Juan García

Perfil “Escribo lo que me da la gana”, aseguraba. Oportuna recuperación de los trabajos de un autor argentino (1894-2000) absolutamente heterodoxo.

 

Los lectores más avezados de la obra de Julio Cortázar pueden distinguir los muchos guiños a una obra escrita a lo largo del siglo XX, allá en la pampa argentina, por un escritor que supo cosechar lentos elogios al margen de los circuitos consagratorios de Buenos Aires.

Juan Filloy fue admirado por Borges y reconocido por Cortázar como uno de sus maestros. Los clochards de Rayuela son incontestables secuencias de Caterva, su libro de 1937 en el que siete linyeras filosofan sobre la vida, la ética, la estética y el amor. En La vuelta al día en ochenta mundos, Cortázar afirma: “El humor es all pervading o no es, como siempre lo supieron Juan Filloy, Shakespeare y Max Ernst”.

Para Alfonso Reyes, Filloy es el padre de la parodia en la literatura en español. “Sus libros dieron la vuelta a la esquina”, dijo el mexicano en la década de los 30. Mempo Giardinelli, en el epílogo de Caterva, escribe que Juan Filloy “se adelantó a Henry Miller y Charles Bukowski en la indagación de las posibilidades literarias de la coprolalia y el lenguaje descarnado”. Y que “su obra es un infinito ejercicio de realismo alusivo, de ironía constante, como una comedia humana. Una especie de Balzac argentino”.

Y cuando se lo enfrenta al olimpo literario sudamericano, la opinión es unánime: Filloy no es menor que Borges. A pesar de ello, su obra tiene más de mito de isla paradisiaca perdida en un continente aún por descubrir, que el lugar que le corresponde.

De padre gallego y madre francesa, Juan Filloy nació en 1894 en Córdoba, la ciudad universitaria del centro de la Argentina. Fue caricaturista, boxeador, activista en la Reforma Universitaria de 1918, abogado, juez, amigo epistolar de Freud, fundador del club de fútbol Talleres de Córdoba, del Golf Club y del museo de Bellas Artes de Río Cuarto; socialista sin carnet, candidato al Nobel, premio Nacional de Literatura, doctor honoris causa, Orden al Mérito de la República Italiana, Caballero de la Orden de las Artes y las Letras de Francia... y un fanático de los prostíbulos, a los que frecuentó hasta los 39 años, cuando conoció a Paulina Warshawsky y, resolutivo, la esposó al tercer día.

Personaje mítico del interior del país, antiporteño militante, escribió más de cincuenta libros (muchos aún inéditos): su manía cabalística lo obligaba a titularlos con sólo siete letras y de la A a la Z, como un ejercicio precursor al OuLiPo. En ellos alternó novela, ensayo, cuento, crítica de arte, teatro, historia, sonetos, palíndromos... Publicó por primera vez a los 14 años en una revista que dirigía Horacio Quiroga. Desde sus primeros libros Periplo y ¡Estafen!, su manejo del lenguaje es soberbio y exquisito, hurgando entre los vocablos más inauditos del idioma español, pero también en las otras lenguas que dominaba: griego, latín, francés, italiano, alemán, inglés, hebreo y hasta el araucano.

 Ejecutante del precepto latín nulla die sine linea (ningún día sin una línea), escribió sistemáticamente hasta sus últimos días, con un cerebro vital y en ebullición. Siempre con gran sentido del humor, fina ironía, polémicas opiniones, zafado y desenfadado, supo quitarle a la literatura argentina de los años 30 el doble discurso de subterfugios y eufemismos. Llamaba a las cosas por su nombre, y en sus novelas nadie mandaba a alguien “¡a la grampa de la puerta!”, sino adonde debe ser: “¡a la gran puta!”.

Ninguneado y olvidado por la prensa y la crítica de Buenos Aires (pero con éxito en Alemania y en Holanda, “mejor libro extranjero en 1998”), silenciado por la moral rancia de la Córdoba religiosa, fue publicando libros en pequeñas editoriales de autor de las que nunca cobró un peso y cuyas tiradas no superaban los 500 ejemplares. “La vida literaria es muy agradable tomada como yo la tomo”, dijo, “sin propósitos venales de ninguna especie, con prescindencia del lector, el editor y la crítica. Escribo lo que me da la gana.”

El reconocimiento llegó pocos años antes del 2000 cuando recibió el premio literario más importante de su país. La editorial Siruela, luego de Caterva en el 2004, publica ahora la que tal vez sea su mejor novela, escrita en 1934, Op Oloop: el delicioso trazado de un hombre obsesionado con registrar cada detalle que lo rodea. Por su parte, la editorial argentina El Cuenco de Plata ya distribuye aquí su Colección Juan Filloy, que incluye títulos como Vil&Vil, Gentuza, La Purga y Karcino, una de las joyas más extrañas del tesoro reencontrado.

“ATEO POR ARABIA IBA RARO POETA.”

De este heterodoxo escritor, Karcino es su avis más rara, un volumen que recopila dos mil doscientos palíndromos. Un “casi tratado de lingüística”, decía Filloy de este libro secreto y mítico del que sólo se conocía una escueta edición de la ciudad de provincias donde ejercía como magistrado.

Karcino. Tratado de palindromía reúne estas grageas lexicográficas que pueden leerse en un sentido o en el inverso, que divertían tanto a los griegos cultos. Orgulloso estaba Filloy de ser el recordman mundial en palindromía: tenía registrado más de ocho mil. Había desbancado alevosamente al campeón mundial hasta entonces, el emperador de Oriente León VI, que sólo había publicado vergonzosos veintiséis.

“En ninguna lengua ni en ningún lugar existe alguien que haya escrito tantos palíndromos como yo”, decía altivo; pero agregaba: “Claro que no hay otro zonzo como yo en el mundo que haya dedicado media vida a estas cosas”.

En Karcino, que en griego significa cangrejo –ese animal que camina como se lee un palíndromo–, Filloy escribe que la condición jánica de las palabras muestra una cara y luego otra, que las alumbra “para conducirlas por sendas metodológicas hacia revelaciones inéditas”. Filloy rescata algunos realizados por personajes célebres y en diversos idiomas, partiendo del primer palindromista de la historia, un griego llamado Sótades (siglo III a.C.), de allí que a los palíndromos también se los llame versos sotádicos. De Dante, cita “IN GYRUM IMUS NOCTE ET CONSUMIMUR IGNI” (“Dábamos vuelta en la noche y nos consumió el fuego”); y de Miguel Ángel transcribe “A ESI DO L'ILIADE ED A ILI L' ODISEA” (“A esos doy la Ilíada y a aquellos la Odisea”). También recupera una deliciosa pequeña obra de teatro en versos palíndromos sobre Adán y Eva que comienza así:

–MADAM, I'M ADAM.

–¡AVE! YO SOY EVA.

“A la gente le gusta leer palíndromos, para comprobar si son ciertos. Comprendo su inquietud”, dijo en una de sus últimas entrevistas, unos meses antes de morir el 15 de julio del 2000, mientras dormía la siesta, a dos semanas de su cumpleaños 106.

Buenos tiempos los que corren (a pesar de todo), si aún es posible (re)descubrir a Juan Filloy como al Jardín del Edén de la literatura iberoamericana.