Complementos a la teoría sexual y sobre el amor 11 May 2025
Radar Libros | Página 12 | Demian Paredes
Erudición, punto de vista ecléctico y una escritura de indudable plasticidad son las marcas notables que han llevado a Pascal Quignard a convertirse en una de las voces más potentes de la actual literatura francesa. Después de completar la serie de trece volúmenes conocida como Último reino, entre otros libros, ahora Quignard vuelve sobre los pasos de Freud y Ferenczi para explorar los misterios del sexo y el amor, reflotando archivos de muchos años, apuntes y fragmentos de una hermética belleza. Por estos días El cuenco de plata publica Complementos a la teoría sexual y sobre el amor, su último libro de 2024.
Los libros de Pascal Quignard están entre las joyas actuales de la literatura francesa. Es un autor con decenas de volúmenes publicados: pequeños “tratados” y “novelas” con fragmentos de prosa poética, que navegan y bucean, investigan, profusos en saberes, entre libros y mitos, imágenes y culturas de la historia humana. Obsesionado con ciertos misterios de la existencia y las artes -posiblemente inagotables-, Quignard reitera sus temas: las escenas del ser en el que este se halla ausente (el momento de la concepción y el momento de la expiración), la vida intrauterina (concebida como el “Primer Reino” de lo humano, para pasar, ya en tierra, al segundo y “Último Reino”), el sexo y el amor, el idioma y el arte, todo entrelazado y articulado delicadamente, exquisitamente, muchas veces sin que falte la nota o referencia autobiográfica. Su nuevo libro, Complementos a la teoría sexual y sobre el amor, aparecido en Francia en 2024, es ahora publicado por El cuenco de plata, con diligente traducción -una vez más- de Silvio Mattoni.
Estos Complementos traen una breve “Advertencia”, de dos carillas. Allí, el autor explica que no agregará nada a lo ya escrito por Freud en los Tres ensayos de teoría sexual (1905) y por Ferenczi en Thalassa, aparecido poco antes de la Primera Guerra Mundial. “Son libros perturbadores y para mí insuperables”, afirma. Además de mencionar El sexo de los Modernos (2021), de Éric Marty, Quignard habla de la teoría sexual de aquellos dos libros de comienzos del siglo XX siendo, hasta ahora, “la más perenne, la más aguerrida, las más temeraria y, en determinados aspectos, la más salvaje que haya sido concebida”. Imitando de algún modo a Georges Dumézil, que reunió investigaciones no concluidas en un libro, y con quien tuvo diferencias y un diálogo trunco por la muerte de este -ocurrida en 1986-, Quignard anuncia: “Voy a hacer exactamente lo que él hizo. Acomodo los archivos que han permanecido abiertos y que no llegarán a buen puerto. No pienso que las cuestiones de erudición que tratan sea importantes para la historia del psicoanálisis, ni para el pensamiento en general. No obstante, plantearlas es una alegría. Todo estudio es una alegría”. Así, entre sus capítulos, la obra recupera y modifica algunos ensayos publicados previamente las últimas dos décadas -en revistas psicoanalíticas-, y se desarrolla, como es habitual en él, por medio de una numerosa cantidad de escenas, usos y costumbres, anécdotas, citas y palabras de la historia antigua (especialmente de los clásicos griegos), entre análisis e interrogantes, y múltiples y originales asociaciones de etimologías y términos acadios, sánscritos, hititas, griegos, latinos, nórdicos, sajones, celtas, alemanes, húngaros, ingleses y franceses. Una suerte de genealogía de las lenguas, ensayística y poética, obsesionada por el origen y devenir del ser humano.
CENSURA, SEXO Y AMOR
El libro se abre con un episodio personal, en el que el autor comenta un viaje a Estados Unidos, en 2006. Trabajando en la biblioteca de la Universidad de Sewanee, se encontró con el debate nacional que surge por una ley contra las “imágenes indecentes”. “Escuchamos atentamente los argumentos que eran expuestos por los diversos interlocutores”, cuenta Quignard. “La izquierda norteamericana se rebeló tanto como pudo. No obtuvo nada. Incluso el nieto de Edgar Poe, George Poe, quien me alojaba en su casa a la orilla del hermoso lago de Sewanee, no hablaba más que de esa decisiva excomunión de las representaciones eróticas”. ¿El objetivo y la justificación? “Para proteger a los niños, para adular a sus madres, para no ofender la fe de los fieles pertenecientes a las diferentes religiones que habían recibido los Estados Unidos de América durante su historia reciente, todas las imágenes originarias serían sustraídas de sus miradas so pena de multas considerables”. Votada por unanimidad en el Senado, “luego fue plebiscitada por 379 votos contra 35 por la Cámara de representantes. El resultado fue promulgado el 7 de junio de 2006, con el nombre de Broadcast Decency Enforcement Act”.
Quignard fotografía entonces con su teléfono, de inmediato, todo lo que puede de diversos libros, para trasladarlo (y salvarlo) al otro lado del Atlántico. Retornando a las temáticas ya aparecidas en otros trabajos como El sexo y el espanto y La noche sexual, contesta a quienes lo cuestionan por no dejar de mencionar e interrogar “el abrazo fabuloso”: “¡no hay otra cosa en nuestro origen!”, responde con énfasis. “Cada cuerpo es el fruto de ese fuego”, señala.
Quignard teje su red, conectando conceptos: entre la ausencia de nuestra escena originaria y el lenguaje que nos conforma; entre el origen animal del sexo (como apareamiento reproductivo) y la proyección del anhelo sensual y amoroso de las individuos humanos; entre la imperfección del lenguaje (y su “abstracción”) y las cosas y seres de la realidad; entre la cultura (condicionante y castradora) y la pulsión intermitente (proveniente de la naturaleza, del reino animal); entre el erotismo, la voluptuosidad y el goce sexual, y las tradiciones y observaciones del mundo antiguo, y los saberes y planteos del psicoanálisis. Para Quignard, el amor es una “pasión indómita”, no reducible a la sublimación ni a la vulgaridad: “blasfeman y nos lastiman”. Con el amor como unión de dos seres, plantea una defensa de la materialidad corporal: “Aquellas o aquellos que hunden sus cuerpos bajo las palabras del lenguaje, aquellos o aquellas que encierran y disimulan sus deseos bajo las palabras abstractas y las frases infinitas, son indignos de nuestro afecto”. La religión, el matrimonio, el interés, la genealogía, la herencia, la comunidad y el Estado son intereses y compromisos de sujetos que injurian el amor. “El abrazo voluptuoso nunca se socializará”, sentencia Quignard. “Encierra fuera del mundo propio, en lo clandestino, en el mundo prelingüístico, en lo asocial, en lo a-familiar, en lo inconfesable”.
Desde cierta estricta base materialista (biológica, binaria-reproductiva), Quignard plantea como misterio: “La sexuación es perenne. El deseo es inmarcesible. La pulsión es ineducable. La hembra no está totalmente disuelta en la mujer. El macho no está completamente consumido en el hombre. La vida y la naturaleza están ceñidas por un lazo indisoluble sobre la superficie de la tierra, continentes emergidos del fondo de los océanos dentro del sistema solar. El niño es polimórficamente perverso, pulsional, arcaico, infinitamente curioso, infinitamente seductor. El amor es indomable. Por un lado, pena irresistible, indomeñable. Por el otro, búsqueda sin oriente, sin género, sin objeto, sin fin”. Para Quignard es la educación, especialmente el lenguaje que se termina incorporando trabajosa y voluntariamente, y retomando la antigua etimología de infante como “aquel que no habla” o “que no tiene voz” -en la escala socioeducativa de la Grecia antigua-, lo que centrará al sujeto ante ese vacío esencial, ocultando o superponiéndose a lo originario-animal que poseería o traería cada humano desde el fondo de la historia. En el ser, arrojado en el mundo, “vivir-leer-escribir-amar no forman sino un solo bloque, doloroso, maravilloso, sin razón, pero insuflado, inspirado, animado, que se lanza”.
FONDO VACÍO
Dice Quignard: “muy raros son aquellos que descubren ese secreto que es tan penoso de aceptar: no hay nada en el fondo de sí mismo que sea anterior a uno mismo”. ¿Qué sucede? “Todo fue construido. Todo fue robado. Todo lenguaje es mentira. Toda vida es viaje. Así como toda alma es fantasma, errancia, dispersión, olvido, falta, deseo, audacia, vergüenza”. “Vergüenza del náufrago desnudo en su matorral”. Una cobertura de palabras. Y es la lengua, fijada a la escritura, la que “le da un rostro al misterio de la significación”. “El surgimiento inhumano y arbitrario del lenguaje subjetivó a la humanidad. La lengua proyectó las propiocepciones en un extraño ida y vuelta entre locutor y oyente. Un intercambio entre Ipse y Alter. Una transferencia de Yo a Tú”. Para Quignard, la abstracción del lenguaje permite elevarse por sobre las diferencias biológicas y corporales: “Mediante el diálogo y la subjetivación humana es asexual, arreferencial”. “El dual de las lenguas arcaicas -no sexuado, no jerárquico- está inmerso en el acto de tomar la palabra y de escuchar el significante en tanto que significación”. “Esperar la respuesta del otro distinto de uno neutraliza a las personas en sus sexos, abole la diferenciación sexual y generacional que las separa, universaliza la significación”. Sería este un “proceso sin fin”.
Prosiguen capítulos y secciones con Séneca Padre y Apuleyo, con Heráclito de Éfeso (“el primer escritor griego”) y el sentido de la escritura: derivada del enigma. Quignard suma nombres elocuentes: Gorgias, Licofrón, Mallarmé, Celan.
Se analiza la figura del “rapaz”, mitos bíblicos y Eurípides. Y en otro capítulo: “Pienso de pronto en Seurat, inmenso pintor, extraordinario dibujante: la familia declinó la herencia y luego de su final imprevisible, inesperado, deseó hacer desaparecer todos los primeros momentos de una obra que se preparaba para ser genial”. También, discusiones con Gilles Deleuze, y más autores clásicos: Ovidio y Plinio el Viejo. Y las relaciones entre noche y sueño, pasado vivido y memoria: “la lengua no tiene otra potencia más que hacer volver todo como perdido en lo que ella hace volver por la mediación de las palabras y de los nombres”. “Hay dos memorias. En el centro de la latencia, a partir del décimo año, el alma dejó caer uno por uno los vestigia silenciosos, arcaicos, sensoriales, traumáticos que el lenguaje adquirido no supo integrar. El lenguaje ejerce su imperio. Es un imperio -pero su memoria no reina más que sobre las colonias que se conquistaron durante su aprendizaje. Es impotente para recordar lo que no pudo nombrar. Todas esas emociones, todos esos rasgos discordantes, antiguos, conmovedores, son como huérfanos. Se eclipsan bajo otro sol. Olvido total del mundo anterior infantil, natal, acuático, fetal”.
Sorprendente y paradójicamente, el primer pensamiento registrado sería el de Argos, el perro moribundo de Ulises en la Odisea, el único que lo reconoce a su regreso, disfrazado de mendigo. Sostiene Quignard: “La animalidad muere en el pensamiento. Se despide del mundo inmediato. El lenguaje otorga la memoria brindándole sus referencias. La lengua subjetiva del cuerpo que se dedica a aprender la lengua del grupo en la toma de la palabra (al decir Yo). Cobra sentido al dirigirse (Tú escuchas). Inventa su guerra al oponer los dos functores (Yo, Tú), destextualizando a las personas, oponiéndolas a un tercero (Él)”. De este modo, “la transmutación lingüística de las emociones torna el sueño: 1. memorable, 2. contable, 3. analizable. El sueño no es narrativo en su material. Lo es su expresión en la frase lingüística”.
De ahí que “Los hombres, las mujeres transformen sus sueños en relatos, en biografías, en malas historias, en novelas que inventan un destino lineal que fija un comienzo, que exige un desarrollo (es decir, una frustración), que proyecta un fin (es decir, una muerte)”. “La simbolización reprime, o suspende, o amonesta la pulsión. A esa puesta a distancia de lo real se añade el vuelo involuntario del sueño (que realiza de manera irreal la necesidad en el mundo dormido y nocturno)”.
Hay también un apartado titulado “Las palabras anetimológicas”: “Privilegio esas palabras cuya etimología ha permanecido inhallable en la historia de las lenguas”. Para Quignard “La literatura es un ejercicio espiritual”, lo que le permite hacer toda clase de lecturas y comparaciones entre gatos, pájaros y humanos, referirse al sentido del “verdugo” (en palabra y acto), el levantar la conciencia contra la tiranía (el Contra Uno, subtítulo de Contra la servidumbre voluntaria, de La Boétie), y tomar a Spinoza y a San Agustín. Y otro fragmento, relacionando oriente con occidente: “El abad Guigues enseña: ‘sentarse solo en el silencio’. Solus sedere in silentio”. “Sedere in silentio: estamos casi en Japón”.
“Perder la conciencia de lo que hago fue la pasión de mis días”, se confiesa Quignard. “Al menos tres horas por día al amanecer, en la inconciencia de uno mismo. El solo, el solitario, el ego perdido en las megalópolis de nuestros días es el lector silencioso”. Tan silencioso como generoso, es este un lector que, además, escribe y comparte.
Fragmentos de Complementos a la teoría sexual y sobre el amor de Pascal Quignard
BORRADORES
Isidoro de Sevilla en los Etimologías del mundo brinda esta definición de la creación: Invenire est in id venire quod quaeritur. (Inventar es venir en lo que es buscado.)
El sí mismo existe tan poco. No es más que un cuerpo que nada, después un sonido en principio sofocante en su emisión que luego llega a gritar, a gemir, a pedir auxilio, a llorar. Sí mismo desfalleciente, hambriento, careciente, impotente, frustrado, decepcionante, jadeante, finito, sexuado, privado de toda motricidad, avergonzado de su impotencia, ladrón de la leche que ingiere así como de la lengua que se introduce. Es ante todo un hocico que atraviesa la superficie del agua y luego un grito en la orilla. Furtivo, fisgón, metido, fur desde el alba. Destructor de la naturaleza, ladrón de todas las sociedades animales imitadas, mata lo que es distinto a él y se alimenta de ello. Predador de todos los predadores del universo de la predación, heredero de todos los ardides vegetales y animales, todos los cantos, todos los ruidos, todos los gritos, todos los llamados, que plagia. Ya los mirlos imitan todo. Los loros no son más que un caso extremo, revestido de prodigiosos y muy vivos colores, de ese desdoblamiento sonoro del ambiente en sus cuerpos.
Imitadora limitada desde la apropiación de la lengua, que no es más que una asociación ilimitada de los lenguajes robados, toda la esfera ego es robada: dialectos, manías, deseos, usos, ropas, costumbres, modelos, poses, géneros, peinados, enfermedades. Todo hombre es una especie de borrador, de exploración, de revoltijo, de hurgamiento, de furtivismo, de esbozo de relato, de proyección de sueños que no son sino tentativas alucinatorias más o menos voluntarias, más o menos contagiosas, de-predadoras precisamente de todas las cazas, pescas, acaparamientos, carnivorías, hidrovorías, heliovorías.
Todo sujeto es primero una versión de vida contada por otros, vuelta legendaria por quienes lo hicieron, lo acogieron, lo soñaron, lo sometieron al sueño que habían tenido con él, lo educaron en dirección a ese sueño incontrolable, una leyenda sin cesar maltratada, aumentada, reconfigurada, nunca verdaderamente reconocible, nunca verdaderamente autentificable. Cada una de esas versiones que logra brindar de ella es una mentira que toma la forma orientada de un viaje. Y toda ficción en primer lugar se origina en el relato sustitutivo de un sueño. Una identidad se cree única y personal a fuerza de ser repetida mientras que reitera un pueblo de secuencias más antiguas que ella. Es así que un destino arrastra, mientras que comenzó sin embargo siendo una fábula de los ascendientes construida como un regalo ofrecido a los mayores. No es el sí mismo (ipser) lo que retorna en la ipseidad: es el mundo anterior, los deseos agitados de todas las otras veces del otro tiempo, el abrazo olvidadizo de los dos sexos perdidos en la morfogénesis de sus propios deseos heredados de deseos, lo anterior y todos los orígenes en el seno del origen que regresan en círculo, en rotación, a la manera en que proceden las olas, que al avanzar retroceden. ¿Qué conmueve el corazón de Nietzsche cuando el caballo tiende su rostro hacia él? Una vieja mirada animal retorna y levanta sus párpados sobre su tátara-tátara-tataranieto. Es lo anterior que reconoce lo reciente y no a la inversa.
TIRESIAS
En la antigua Grecia, aquel a quien llaman en griego Teiresias es el único mortal macho que tuvo conocimiento del secreto de las mujeres. Hesíodo relató, en su Melampodeia –el “Pie Negro”- la disputa de los dioses. La cuestión es: “¿Quién goza más, el hombre o la mujer, durante el abrazo?”. Cada diosa y cada dios tenía su opinión y nadie se ponía de acuerdo. Los dioses pensaron en dirigirse a un tercero: se trataba de un viejo mortal que había conocido las dos vidas y experimentado los dos placeres. Se hizo elevar la propuesta de los dioses hasta la cumbre del monte Olimpo. Los dos dioses más grandes, Zeus y Hera, aceptaron a Tiresias como juez. "Lo admitimos como árbitro de nuestro diferendo puesto que ese mortal experimentó las sensaciones de cada voluptuosidad”. El viejo debió dirigirse a la morada de los dioses. Ayudándose con su largo bastón curvo trepó penosamente el monte Olimpo. Entonces le plantearon la pregunta. Tiresias no dudó ni un instante y dio su veredicto:
-Por una sola parte sobre diez partes goza el macho. Pero las diez partes completas la mujer, entendiéndose que la décima está en el pensamiento.
¿Por qué esta formulación enigmática?
El enigma fue comprendido por la tradición como refiriéndose al grado de goce. Y en efecto ¿qué es una sacudida frente a una marea de olas?
Apenas hubo hablado Tiresias, de inmediato Hera ciega a Tiresias.
Inmediatamente después de que Hera cegó a Tiresias, Zeus le otorga el don de ver (la videncia) a aquel que Hera volvió ciego.
Le otorga el don de ver en lo que no ve: en lo invisible. De ver in praesentia lo que está in absentia. El don de ver con los ojos cerrados. Es lo que los griegos llaman “onirocrítica”. Es lo que Freud llama Traumdeutung.
Resulta así que la clave del enigma no es la del grado de voluptuosidad, ni la del origen de la adivinación. El enigma que propone Tiresias concierne a las mujeres. La mujer goza en el acto en mayor medida pero la mujer goza también in futuro. Goza en pensamiento por un décimo de una alegría de nueve (ennea) sobre diez (deka).
En ese caso no se trata del “secreto de las mujeres”. Se trata del “secreto de las madres”. Se trata de ver al hijo in futuro en la sangre ausente.
Tiresias no respondió la pregunta que el conjunto de los dioses le planteaba. Los hombres no cuentan sino como un décimo en el mundo de las mujeres que no son su mundo. 1 y luego 9 mientras que las mujeres son 1 + 9 (un abrazo seguido de nueve meses). Por otra parte, debido a que Tiresias revela el secreto de las mujeres (que establecen el lazo entre coito, sangre ausente, feto, embarazo y nacimiento) es que la soberana de los dioses, Hera, presa de cólera, lo ciega. Enseguida Zeus lo convierte en adivino: le concede ver en lo que nadie ve así como lo hacen todas las mujeres en la décima parte de su experiencia. Resulta pues que el viejo conserva la memoria de lo que el goce ignora en su goce- de modo de gozar. Y es porque el adivino adivinó que la formulación adquirió la forma de un enigma. Ver la sangre ausente y a partir de ese “no- visible”, deducir el parto nueve meses después, esto es lo que los ojos no ven. Tal es la verdadera mántica.