Diario | Diario argentino 13 Abr 2025
0223 | Mar del Plata | Bernabé Tolosa
El escritor polaco Witold Gombrowicz es uno de los grandes innovadores de la literatura del siglo XX. Su obra está marcada por el humor, la ironía y una aguda reflexión sobre la condición humana. Tuvo su paso por Mar del Plata y lo reflejó en su Diario.
Gombrowicz llegó a Argentina de manera casi fortuita. En 1939, mientras viajaba a bordo de un barco de lujo hacia Buenos Aires con una embajada de escritores polacos (ya tenía en su haber la novela Ferdydurke), estalló la Segunda Guerra Mundial. Sin la posibilidad de regresar a Polonia, debido a la invasión alemana, se quedó en Argentina, donde vivió 24 años. Durante su tiempo en el país, enfrentó dificultades económicas y sobrevivió gracias a empleos ocasionales, como trabajar en el Banco Polaco de Buenos Aires y escribir artículos.
Su relación con Argentina fue compleja y apasionada. En su obra y en su diario reflejó una conexión íntima con el país. Nunca logró desprenderse de ella, ni siquiera después de su partida en 1963. Siempre fue su segunda patria. Argentina fue para él un escenario de autodescubrimiento y de inspiración artística, una tierra que lo acogió en un momento crucial de su vida y que terminó marcando profundamente su visión y su obra.
En el prefacio de su Diario argentino (El cuenco de plata - 2016), el autor se enfocó únicamente en su vivencia en Argentina, mostrando una perspectiva personal y emocional más que una descripción objetiva del país. Para él, el paisaje argentino es más un estado de ánimo que una representación física, dándole al diario un carácter completamente subjetivo, similar al de un poema.
El enfoque del diario es privado e íntimo, algo que considera necesario en un contexto donde las opiniones dominantes suelen repetirse. Desde su perspectiva como europeo, la realidad argentina tiene matices distintos. Gombrowicz destaca en el prefacio cómo Argentina se convirtió en algo profundamente importante y conmovedor para él, aunque reconoce que no entiende completamente la razón. A pesar de los años transcurridos, admitió que nunca ha logrado desprenderse del país.
Dentro del diario hay párrafos dedicados a la ciudad de Mar del Plata, una localidad que visitó en reiteradas oportunidades.
MAR DEL PLATA
“Sábado
Atravesé Buenos Aires sólo de paso rumbo al Sur. Debía ir a la estancia de “Dus” Jankowski, cerca de Necochea. Pero Odyniec me metió en su automóvil y me llevó a Mar del Plata. Después de ocho horas de viaje, la ciudad; y de repente a un lado, a la izquierda, visto desde la altura, él, el Océano. Nos metemos por entre las calles y, por fin, la quinta. Ya la conocía. Grandes árboles rumorosos en el jardín, perros y cactus. Un huerto. Es casi el campo.
Miércoles
Absolutamente solo en Jocaral (así se llama la quinta). Me levanto a las nueve. Después del desayuno escribo hasta el mediodía. Almuerzo. Voy a la playa. vuelvo a las siete. Escribo. La cena. Escribo. Luego leo el Vicomte de Bragelonne, de Dumas, y La pesanteur et la grâce de Simone Weil. Duermo.
Apenas comenzó la temporada. Muy poca gente. Viento, viento y viento. Por la mañana se hinca en mi despertar el ruido de los árboles que rodean la quinta. Los vientos que corren desde el Norte, el Sur, el Este, no quieren calmarse; el océano brilla, verde y blanco; salta, salino; con estruendo, en las orillas rocosas, explota la espuma; en las arenas una incesante invasión de aguas que se levantan amenazadoramente y se arremolinan en su escalada; ni un momento de silencio, y el trueno, el ruido tan amplio que logra volverse silencio. Silencio. Ésta es la demencia de la tranquilidad. La línea del horizonte, inmóvil. Inmóvil brillo de la placa inconmensurable. Movimiento inmovilizado, pasión de eternidad…
Vagabundeaba por la parte trasera del puerto, por playas no custodiadas, detrás de Punta Mogotes, donde las gaviotas en bandadas enteras, timoneando contra el viento, tensas, se elevan repentinamente hasta alturas vertiginosas y desde allí, en una línea oblicua y bella en la que se unen la inercia y el vuelo, caen hasta la superficie del agua. Miro el espectáculo durante horas enteras, atontado y aturdido.
Durante el viaje me acompañaba la esperanza de que el océano pudiera limpiarme de inquietudes y que cediera el estado de ansiedad que me había atacado en Meló. Pero estos vientos sólo han logrado aturdir mi angustia. Por la noche vuelvo de la orilla rugiente al jardín que murmura desesperadamente, abro con llave la casa vacía, enciendo la luz, como una cena fría preparada por Formosa y luego… ¿qué? Me siento y ‘‘exploto", explota mi drama, mi destino, mi hado, la confusión de mi existencia… codo esto me acorrala. Mi gradual alejamiento de la naturaleza y también de los hombres en los últimos años —el proceso de mi edad creciente— convierte tales estados de ánimo en algo cada vez más peligroso. La edad convierte en una trampa de hierro la vida del hombre. Al principio blandura y flexibilidad, uno se interna fácilmente en eso… pero después, ahora, la mano blanda de la vida se vuelve de hierro, inexorable frío del metal y crueldad terrible de la arteria que se osifica.
Sabía todo esto desde hacía mucho tiempo. Pero no me preocupaba… pues estaba convencido de que también yo evolucionaría junco con mi destino, que con el correr de los años sería otro hombre capaz de soportar la situación con su horror creciente. No elaboraba ningún sentimiento para este tiempo de mi existencia, pensando que los sentimientos surgirían en mí por propio impulso a su debido tiempo. Pero hasta ahora no existen. Me encuentro solamente yo, mínimamente cambiado… con la diferencia de que todas las puertas se me han cerrado.
Salgo de casa con este pensamiento, lo paseo por la playa intentando perderlo en el movimiento del aire y del agua… pero es ahí, precisamente, donde veo el horror que se realizó en mí, porque si antes estos amplios espacios me liberaban ahora me aprisionan, sí, incluso el espacio se me ha vuelto prisión y camino por la playa como alguien que se encuentra entre la espada y la pared. Con la conciencia de que ya devine. Ya soy. Witold Gombrowicz, estas dos palabras que llevaba sobre mí, ya realizadas. Soy. Soy en exceso. Y aunque podría acometer todavía algo que me resultara imprevisible a mí mismo, ya no tengo deseos… Nada puedo querer por el hecho de ser en exceso. En medio de esta indefinición, versatilidad, fluidez, bajo un cielo inasible soy, ya hecho, terminado, definido… soy y soy tanto que ese ser me expulsa del marco de la naturaleza.
Jueves
Llegué más allá del torreón que protege del viento, ahí me senté. Luego fui a Playa Grande, ahí me acosté; casi nadie, gran conmoción del mar, estruendo, rugido, golpes sordos. Al regresar apenas podía moverme contra el viento que me ahogaba, penetraba y sacudía. Belleza de las ensenadas, fuerza de los acantilados contemplados desde la altura de muchos pisos, grupos de casitas de colores en las lomas, reflejo dorado de las playas soleadas.
Cuando por la noche regresé a Jocaral, los árboles aullaban como si los estuvieran desollando. Me puse a escribir este diario, no quiero que la soledad ronde en mí sin sentido, necesito a los hombres, a un lector… No para comunicarme con él. Sólo para emitir señales de vida. Ya hoy consiento en este diario las mentiras, los convencionalismos, las estilizaciones, con tal de poder pasar de contrabando, aunque sea como un eco lejano, un tenue sabor de mi yo aprisionado.
Dije que además de Dumas estoy leyendo La pesanteur et la grâce de Simone Weil. Es una lectura obligada. Tengo que escribir sobre el libro en una revista argentina. Pero esta mujer en demasiado fuerte para que pueda rechazarla, especialmente ahora, en esta lucha interior, estando tan enteramente a merced de los elementos. A través de su presencia creciente junto a mí, crece la presencia de su Dios. Digo "a través de su presencia creciente” porque el Dios abstracto es para mí una cosa incomprensible. El Dios elaborado por la razón de Aristóteles, Santo Tomás, Descartes o Kant ya no sirve para nosotros; para nosotros, es decir los nietos de Kierkegaard. Nuestras relaciones —las de mi generación— con la abstracción se han perdido por completo o, más bien, se vulgarizaron, porque frente a esas abstracciones mostramos una desconfianza completamente campesina; y toda esa dialéctica metafísica se me presenta a estas alturas de mi siglo XX de la misma manera que a los terratenientes de alma sencilla del siglo pasado, para quienes Kant era un estafador. ¡Cuánto tiene uno que penar para llegar a lo mismo, aunque sea en un nivel superior del desarrollo!
Pero hoy, cuando mi vida se ha convertido, como dije, en una prisión de hierro, la vida misma al transformarse en una monstruosidad me arroja hacia el campo de la metafísica. El viento, los árboles, el ruido, la casa, todo esto dejó de ser “natural” al ya no ser yo mismo naturaleza, sino algo paulatinamente expulsado de su marco. No soy yo sino lo que está pasando conmigo; lo que exige a Dios, esta necesidad o exigencia, no está en mí sino en la situación. Observo a Simone Weil y mí pregunta no es: ¿Dios existe?, sino que la contemplo con estupor y digo: ¿de qué manera, por qué magia logró esta mujer tal ajuste interior que le permitiera enfrentarse con lo que a mí me destroza? Al Dios encerrado en esta vida lo siento como una fuerza puramente humana, independiente de cualquier centro extraterrestre, como a un Dios que ella creó en sí por su propio esfuerzo. Ficción. Pero si esto ayuda en la agonía…
Siempre me ha preocupado que puedan existir vidas basadas en principios que no sean los míos. No hay nada más ordinario que mi existencia, ni más común —y tal vez más repugnante o miserable (yo no siento repugnancia hacia mí ni hacia mi vida). No conozco ninguna, absolutamente ninguna grandeza. Soy un transeúnte pequeñoburgués extraviado en los Alpes o quizás en el Himalaya. Mi pluma toca frecuentemente cuestiones definitivas y poderosas, pero si llegué a ellas fue por juego… me metí entre ellas como un muchacho, me extravié imprudentemente, Una existencia heroica, como la de Simone Weil, me parece de otro planeta. Es un polo contrario al mío: mientras que en mí esquivar la vida es una constante, ella la asume con plenitud, elle s’engage, es la antítesis de mi deserción, Simone Weil y yo somos realmente los dos contrastes más violentos que uno pueda imaginarse, dos interpretaciones que mutuamente se excluyen, dos sistemas contrapuestos. ¡Y me encuentro con esta mujer en una casa vacía, en momentos en que me es tan difícil huir de mí mismo!"
(La ausencia de fechas en el Diario argentino respeta el criterio adoptado por Witold Gombrowicz cuando preparó la primera edición de esta obra).