Notre-Dame-des-Fleurs 26 Oct 2023

Notre-Dame-des-Fleurs

Revista Otra Parte | Marcos Crotto Vila

 

Adoptado, vagabundo, desertor del ejército, taxi boy, traficante y ladrón, Jean Genet (París, 1910-1986) conoció desde joven distintas cárceles y colonias penitenciarias. Desde su celda, aislado de la riqueza imperial de París y de los empachos de las vanguardias artísticas que la tenían como centro, empezó a escribir el lado oscuro de Francia. No los oprimidos, los desahuciados y los miserables, de quienes ya se venían ocupando distintos intelectuales y artistas toda vez que a aquella turba aparentemente la unían la fraternidad, la libertad y la igualdad de la bandera de la República. No. Genet se encargó de aquellos que sólo aparecían en las páginas policiales de los diarios y que, más allá de la atracción que despertaban, nadie quería tener cerca: los asesinos. Y, además de asesinos, también maricas y putos, como los llama recurrentemente sin ser peyorativo desde el punto de vista de la hombría, porque “un macho que coje con otro macho es doble macho”, escribe.

Con un ritmo que fluctúa entre velocidades, Notre-Dame-des-Fleurs, la primera novela de Genet, es una obra extremadamente potente. Escrita con las influencias cercanas de los tabloides, de los libros litúrgicos y alguna que otra balada carcelaria, una página eyacula odas a la masturbación y al sexo oral entre presos con imágenes directas y lenguaje soez para en la siguiente resplandecer un misticismo poético cargado de intensidad que no necesariamente desentona con lo anterior. Al contrario. Como si cada estilo tomara fuerza en el otro. En ese baile, en esa unificación, Genet va trazando el perfil de distintos asesinos–amantes que conoció durante sus muchas temporadas de encierros. La obra se detiene principalmente en las vidas breves de dos: Divine, cuya muerte escupiendo sangre por la tisis en la cárcel lo motivó a buscar inmortalizarla en la novela. Y Notre-Dame-des-Fleurs, un joven ladrón que mata a un jubilado para robarle, asesinato que conmocionó a la sociedad francesa de la época. Como los apodos son femeninos, ese es el género mayoritario en el cual está escrita la novela.

Siguiendo estas vidas errantes, el escenario de la trama irá modificándose: cárceles y colonias penitenciarias, la Montmartre de rufianes y distintas iglesias parisinas que sirven de refugio a los pordioseros y fugitivos. Si Cristo se rodeó de prostitutas, ladrones y violentos para revestirlos de la dignidad sagrada que nadie les otorgaba, bien merecen ellos —parece decirnos Genet casi dos mil años después de aquella primera camada de cristianos— ser objeto de una segunda revelación, ya no como tragedia pero tampoco como farsa. Y así como los Evangelios tienen su punto de tensión más álgido en el desarrollo de un juicio y en la ejecución de la condena, algo semejante sucederá cuando el joven e irreverente Notre-Dame-des-Fleurs comparezca también ante la justicia, la prensa y el pueblo.

Sirva también para aportar otra cuota de originalidad el hecho de haberse apartado del género policial, a pesar de que material negro le sobraba. Genet persigue algo mucho más complejo: redimir a los personajes del hampa, elevarlos a la categoría de santos paganos sin meterse con el resto de la sociedad. “Qué monstruos siguen sus vidas en mis profundidades”, dice, o casi grita, en su celda profundamente psicológica. Es como si pudiera verlos aislados del mundo, en otra frecuencia, desde “la voz de la sangre”.

Mucho se ha hablado de Notre-Dame-des-Fleurs como un clásico, aunque, de ser así, llama la atención que haya permanecido tanto tiempo descatalogado. Sea bienvenida entonces esta novela que sirvió de inspiración a los beatniks, agudizó el realismo sucio que coquetea con lo místico y constituyó los cimientos de lo que hoy se llama literatura queer, cuando era impensable que aquella sustancia, entonces marginal, gozara alguna vez del beneplácito activo del mercado.