Teresa filósofa 29 Ene 2023
Radar Libros | Página 12 | Demian Paredes
El siglo XVIII francés supo combinar con arte y razón la filosofía, el erotismo y la pedagogía del iniciado. Las novelas libertinas, de las más sensuales pero edificantes hasta la radicalizada producción del Marqués de Sade, fueron el fruto de este proceso. El Cuenco de plata publica Teresa filósofa, un clásico anónimo de este periodo, con un destacado estudio preliminar de Emilio Bernini, donde se analizan los alcances y los límites de la reivindicación libertina, del goce femenino y la obtención de la sabiduría por vía del erotismo.
Un arco histórico en Francia, desde el fin del reinado de Luis XIV, pasando por el sucesor Luis XV y, finalmente, Luis XVI, hasta la irrupción de la Gran Revolución de 1789, encuentra su retrato en dos de las últimas películas de Albert Serra: La muerte de Luis XIV (2016) y Liberté (2019). Es un período, de décadas, de crisis, deterioro, decadencia de la monarquía, con tendencias y corrientes religiosas apuntalando el poder y compitiendo y peleando por la preeminencia entre sí (los diversos actores: el Papado y los cristianos, jesuitas-molinistas y jansenistas, etc.), pugnando las ideas de la Ilustración y la Universidad de París con las “anticientíficas” y místicas, entre razón y creencia, dándose entonces múltiples procesos y cambios de hábitos, ideología y mentalidad entre distintos sectores y actores. En particular, el último tercio del siglo XVIII vio la aparición de publicaciones tanto de las temáticas filosóficas –Voltaire, Rousseau– como libertinas –el marqués de Sade–, y aun ambas combinadas en múltiples tipos y variantes de obras. A ese mismo período -aunque se conjetura que originado en un momento anterior- pertenece Teresa filósofa, un best seller de la época, de un autor anónimo clandestino, ahora flamante volumen 19 de “El libertino erudito”, colección de El cuenco de plata, dirigida por Fernando Bahr y Pablo Hernández.
La edición contiene un estudio preliminar, traducción y notas de Emilio Bernini. El título completo de la obra es Teresa filósofa o memorias para servir a la historia del padre Dirrag y de la señorita Éradice, con la historia de la señora Bois-Laurier, en gran medida inspirada en un hecho ocurrido antes: el affaire Girard-Cadière (1730-31), una penitente con crisis místicas, abusada por su director espiritual, un padre jesuita. Explica Bernini: “es un material del que la novela se apropia para reformularlo no en función de su historicidad sino sobre todo de los aspectos satíricos anticlericales que ya había producido en la opinión pública, en panfletos y dibujos, unos quince años antes, en el momento del juicio. El mismo tipo de uso y transformación ocurre con los materiales de dos tradiciones de la textualidad libertina de los siglos XVII y XVIII, claramente reconocibles en la novela: la de los textos libertinos d’esprit, filosóficos, que suelen combinarse en diversos escritos, como Teresa, y cuya culminación paródica constituye la obra del marqués de Sade. Esto es, la narración de historias de una sexualidad libre de las normas morales y religiosas, y el pensamiento filosófico materialista, ateo o deísta”. Su nacimiento fue, eminentemente, el móvil comercial: hacer dinero con su venta a los soldados de la guerra de Austria (1740-1748). Desde entonces, entre 1748 y 1800, apunta Bernini, Teresa filósofa vendió alrededor de unas veinte ediciones, momentos en los que la novela filosófica y/o pornográfica circulaba intensa y crecientemente, favorecida además en este caso por la ausencia de un autor, lo que ofrecía varias ventajas de edición, comerciales y hasta judiciales. En el presente caso, las ilustraciones del volumen de El cuenco de plata son estampas de una edición de 1785.
Abarcando un período de tiempo similar, es Robert Darnton, en su conocida investigación Los best sellers prohibidos en Francia antes de la revolución (1996) quien explica que, para los cánones de la época “ilustrado” y “revolucionario” eran todavía términos inexistentes en el mercado del libro, proponiendo distinguir las miradas de las obras circulantes, ayer y hoy, según la épocas. “Para nosotros Du Contrat Social es teoría política e Histoire de Dom B..., pornografía, incluso algo demasiado crudo para tratarlo como literatura. Pero los libreros del siglo XVIII los clasificaron juntos como 'libros filosóficos'. Si tratáramos de ver los materiales de esos libreros tal y como ellos lo hacían, la aparentemente obvia distinción entre pornografía y filosofía se empieza a quebrar. Ya estamos listos para percibir un elemento filosófico en lo lascivo -de Thérèse philosophe a Philosophie dans le boudoir- y a reexaminar las obras eróticas de los philosophes: Lettres persanes de Montesquieu, Pucelle d’Orléans de Voltaire”. Y aún más: “Deja de intrigar tanto que Mirabeau, la representación del espíritu de 1789, haya escrito la pornografía más cruda y los tratados políticos más osados de la década anterior. La libertad y el libertinaje parecen vincularse y podemos encontrar afinidades entre todos los best sellers que aparecen en los catálogos clandestinos. Pues una vez que hemos aprendido a buscar la filosofía que circulaba en forma clandestina, todo parece posible, hasta la Revolución Francesa”.
La obra, en su momento, fue atribuida tanto a Denis Diderot como al marqués de Sade, el que a su vez dio la pista más certera sobre la verdadera autoría de Teresa filósofa: Jean-Baptiste de Boyer, marqués d’Argens. Darnton, quien define a la obra como “impertinente y audaz”, “un desafío a los valores aceptados del Antiguo Régimen”, cita las palabras del autor de la dupla novelística Justine y Juliette: Sade la llamó “obra encantadora”, “la única que ha mostrado el objetivo, aunque sin alcanzarlo; el único libro que ha vinculado graciosamente la lujuria con la impiedad y que, de llegar al público tal y como su autor lo concibiera originalmente, al menos ofrecería la idea de un libro inmoral”.
Entre el sexo y la filosofía, entre la pasión y la razón, mediante tonos didácticos –por medio de la historia y la anécdota– Teresa filósofa apunta, desde cada uno de sus personajes, sus argumentos en varias direcciones. Ilustra la condena y la represión de la religión sobre el cuerpo femenino, por ejemplo, cuando reproduce el discurso del confesor de Teresa, un capuchino, en aras de volverla una virtuosa: “Nunca lleves la mano, ni siquiera los ojos, sobre esa parte infame por la que orinas, que no es otra cosa que la manzana que ha seducido a Adán y que ha producido la condena del género humano por el pecado original. Está habitada por el demonio, es su lugar, su trono; evita dejarte sorprender por ese enemigo de Dios y de los hombres. La Naturaleza cubrirá bien pronto esa parte de un repugnante pelo, tal como el que sirve de cobertura a las bestias feroces, para marcar, con esa señal de castigo, que la vergüenza, la oscuridad y el olvido deben ser sus atributos”. Junto a los temas de la masturbación femenina, se tocan también el coito y el embarazo no deseado, la envidia y los celos, y el sentido y la obligación –o su ausencia– en torno a la procreación humana.
El blanco central de Teresa filósofa, la historia de la vida de la protagonista y las de quienes conoció, apunta sus objeciones y argumentos a la Iglesia y a las ideas religiosas, desde el escándalo de su hipocresía (su doble discurso), que profesa virtud mientras incursiona en la falta y hasta en el crimen, gozando impunidad sus personeros. Desde la retórica de la erótica, Teresa filósofa exalta y postula el placer y la voluptuosidad, desde un materialismo que desdeña argumentos idealistas e idealizantes, para buscar e intentar satisfacer la necesidad de goce natural e innato de la carne, sus apetitos y deseos. Así, por ejemplo, le aconseja lo siguiente el “abad T...” a Teresa: “Hablemos, hija mía, de esos cosquilleos excesivos que siente a menudo. Son necesidades de temperamento, tan naturales como las del hambre y la sed: no hay que buscarlas ni estimularlas, pero cuando se sienta apremiada no hay inconvenientes en que se sirva de su mano, de su dedo, para aliviar esa parte por medio del frotamiento que es entonces necesario. Sin embargo, le prohíbo expresamente introducir su dedo en el interior de la abertura que allí se encuentra. Basta, por el momento, que sepa que esto podría causar problemas en las ideas del marido con el que se casará. Por lo demás, como se trata de una necesidad que las leyes inmutables de la naturaleza estimulan en nosotros, también es en las manos de la naturaleza donde tenemos el remedio que le indico para aliviarla. Ahora bien, como estamos seguros de que la ley natural es de institución divina, ¿cómo osaríamos temer la ofensa de Dios al aliviar nuestras necesidades por los medios que ha puesto en nosotros, que son su obra, sobre todo cuando esos medios no perturban el orden establecido en la sociedad?”.
La filosofía del tocador de Sade, las Cartas persas de Montesquieu, los Discursos de Rousseau, son algunas de las varias obras que, en la operación intertextual de esta novela, aparecen de manera más o menos explícita, retomando o parafraseando sus temas y argumentos, así como el Examen de la religión y el Tratado de los tres impostores, junto a la mención a Pierre Arétin, Pietro Aretino (1492-1556), el poeta y dramaturgo italiano, autor de unos Sonetos lujuriosos (1527), originalmente escritos para acompañar dibujos eróticos de Giulio Romano.
Para Darnton, la historia sexual de Teresa, un discurso de lo vivido y razonado, puede asimilarse a la novela de formación: “se convierte en una Bildungsroman, en el relato de una educación; y como se trata de una educación en el placer, el filosofar y la búsqueda del placer avanzan juntos a lo largo de la narración hasta que al final convergen como hedonismo filosófico”. El historiador de la cultura rastreó y destaca de la novela los “elementos derivados de muchas fuentes: Descartes, Malebranche, Spinoza, Hobbes y toda la gama de la literatura libertina que circuló en forma manuscrita a lo largo de la primera mitad del siglo XVIII”. Y aventura: “La influencia más fuerte probablemente se remonte hasta Lucrecio”.
Aunque limitada por los prejuicios y preceptos de época -elitismo y mansplaining se le achacarían seguramente hoy, entre otras cosas-, Teresa filósofa postula igualitariamente el goce femenino, desenmascara los idealismos de la religión y pondera, entre el equilibrio que debería haber entre lo individual y lo colectivo, el valor prioritario del propio placer, sensual y sexual. Entre el escándalo y la razón, los impulsos de la naturaleza y el orden u ordenamiento social, es una obra que, razonada, argumenta pedagógicamente sobre la libertad y lo libertino -sin llegar a lo libertario-, manteniendo un valor cuestionador y crítico.