Escritos sobre el psicoanálisis 27 May 2022

Didier Eribon pone el dedo en la llaga: por qué el psicoanálisis tradicional odia la homosexualidad

Soy | Página 12 | Daniel Link

En Escritos sobre el psicoanálisis, recientemente distribuido por El cuenco de plata, Didier Eribon nos invita a pensar fuera y en contra del marco heterosexista del psicoanálisis lacaniano. Más allá de ese objetivo, su libro es muy rico en observaciones para pensar una política cuir.

 

Los libros de Didier Eribon Reflexiones sobre la cuestión gay, Una moral de lo minoritario, Regreso a Reims, La sociedad como veredicto: clases, identidades, trayectorias y Teorías de la Literatura: sistemas del género y veredictos sexuales (que fue ya objeto de la atención de este suplemento) lo confirmaron como un pensador al mismo tiempo afilado y delicadísimo sobre los asuntos que sus títulos despliegan: las identidades de género y los comportamientos sexuales que se reconocen como disidentes. En Escritos sobre el psicoanálisis (El cuenco de plata) continúa y radicaliza sus apuestas previas en Escapar del psicoanálisis (2005).

A partir de Mayo del 68, escribe Eribon, Barthes, Deleuze y Foucault (por citar sólo tres ejemplos) se ponen bajo el signo de la resistencia al psicoanálisis, cuando no en una directa confrontación, como es el caso de Deleuze y su socio Guattari, con quien escribe El Anti-Edipo y Mil mesetas, dos armas de destrucción masiva que acaban para siempre con el edificio freudiano y su inventor, al que llaman Coronel Freud.

Ese acontecimiento permitió la aparición de colectivos que desestabilizan el orden patriarcal para siempre. El 68 habilitó la toma de la palabra por parte de los movimientos minoritarios y, en particular, sostiene Eribon, el movimiento homosexual. Dado que, como sostuvo Deleuze en su momento, el psicoanálisis odia el deseo, los “dispositivos colectivos de enunciación” que surgieron por entonces llevó a Barthes, a Deleuze-Guattari y a Foucault a una puesta en entredicho radical del psicoanálisis, de todos sus conceptos y de la teoría del inconsciente, así como de la práctica analítica. “Para decirlo con toda crudeza (ustedes me perdonarán): el movimiento homosexual no solo desafiaba al psicoanálisis, sino que lo tornaba imposible” (126), escribe Eribon. 

Nada de eso es demasiado novedoso. La tarea de demolición contra el freudismo estaba ya completamente terminada y lo que Eribon viene a agregar es un rechazo revulsivo al psicoanálisis lacaniano, al que considera sostenedor de una fantasía de exterminio que, justo es decirlo, tal vez merezca algún matiz (pero reivindicamos el gesto de ménade enajenada de Didier, porque hay verdad en los gestos). 

Las largas citas que hay en Escritos sobre el psicoanálisis para probar el desprecio de la homosexualidad por parte de Lacan, por lo general están articuladas en relación con “la función del Edipo”. Por eso habría que recordar que el mismísimo Deleuze (insospechable de complicidad psi alguna) dijo en su momento que “toda la fuerza de Lacan es haber hecho pasar al psicoanálisis del aparato edipico a la máquina paranoica” (clase del 12/02/1973). En cuanto a las críticas y correcciones de Lacan a Freud, son tantas y tan sutiles que no habría espacio para resumirlas.

No es, pues, tanto Lacan el que quiere corregir a los homosexuales, sino que es la freudiana función del Edipo la que merece todas las críticas que, en efecto, Lacan le formula (y por eso piensa la práctica analítica en otra dirección: “la peste lacaniana”). En la famosa entrevista de la revista Panorama, Lacan subraya que “El análisis empuja al sujeto hacia lo imposible, le sugiere considerar el mundo como es verdaderamente, es decir imaginario, sin significación. Mientras que lo real, como un pájaro voraz, no hace más que nutrirse de cosas sensatas, de acciones que tienen un sentido” y censura una práctica inclinada a “la readaptación del individuo a su entorno social”. 

Yo creo que todas las bestialidades que en Francia se dijeron últimamente en contra de los feminismos, la homosexualidad y la transexualidad no tienen, en el fondo, base psicoanalítica sino más bien católica: el catolicismo francés es de una solidez y de una capacidad de exterminio como no lo tiene en ninguna otra parte. Pero admitamos que, a lo mejor, Lacan es un impostor y un reaccionario.

 

Un debate norteamericano 

Más interesante para pensar y para actuar políticamente es la afirmación polémica de Eribon, cuando acusa a sus compañeras de ruta, Judith Butler, Eve Kosofsky Sedgwick y Leo Bersani de haber intentado reconciliar a Foucault (el Bien) y el psicoanálisis (el Mal) cuando en verdad hubiera sido “sin duda más simple, eficaz y productivo –en lo político y lo teórico– recusar lisa y llanamente su pertinencia” (pág. 101) para pensar lo cuir, lo trans, lo gay, lo no binario, en fin: todo aquello que se aparta de lo heterosexual tal y como el psicoanálisis lo había erigido en modelo de lo deseable para el deseo. 

Judith Butler, escribe Eribon, no puede decidirse a recusar las categorías del psicoanálisis por completo, “debido a que no pone en tela de juicio la evidencia con la cual esas categorías circulan en el campo universitario e intelectual americano en el que ella está inscripta y donde escribe” (pág. 101). 

Los intentos butlerianos de reconciliación de una teoría maniquea, binarista y que “odia el deseo” (Deleuze) y el pensamiento ético de Foucault “equivalen, a mi juicio, a desactivar la fuerza radical del pensamiento de Foucault al querer encontrar un compromiso entre lo que él procura hacer –elaborar otro pensamiento de la subjetividad y la relacionalidad– y lo que procura deshacer: la concepción psicoanalítica del deseo y del sujeto de deseo” (pág. 106).

Así, sin quererlo tal vez, Eribon interroga algunas palabras que hemos incorporado inocentemente a nuestro vocabulario. “Invisibilización”, teniendo en cuenta esas complicidades con el psicoanálisis (aún en sus versiones más silvestres), equivaldría e “represión” y nuestra querida “autopercepción” no sería sino el “Yo” tal y como nos lo revela el registro (psicoanalítico) de lo Imaginario.

Si tuviéramos que recusar enteramente el vocabulario psicoanalítico, habría que desprenderse de ciertas palabras claves (o situarlas, como quiere Eribon, en un contexto sartreano). La “autopercepción como víctima”, por ejemplo, debe entenderse en relación con una dialéctica que inmediatamente percibe a alguien como “victimario”. De modo que la “autopercepción” no sería meramente un asunto de soberanía sino también, y sobre todo, de veredicto sobre los demás (y Eribon nos ha regalado en libros previos una teoría preciosa sobre los veredictos sociales).

De modo que Escritos sobre el psicoanálisis, a pesar de sus excesos (o precisamente por ellos) nos permite, más allá de debates escolásticos, pensar en las palabras que usamos para definir nuestro mundo y en lo que queremos ser.