Mitologías americanas 21 Abr 2022

Mitologías americanas

Revista Otra Parte | Manuel Crespo

 

Puede que ningún hombre sea una isla, pero Donne nunca dijo nada sobre los hombres que llevan una isla adentro. Dany Laferrière es uno de esos hombres, no tanto por su procedencia haitiana, que en Mitologías americanas ocupa apenas un rol latente, sino por el modo en que explota su singularidad. A libro abierto, como pasa con cualquier otro escritor autorreferencial, es difícil conocer a fondo al Laferrière que huyó de las garras de Baby Doc y devoró toda la literatura y el jazz que cayó en sus manos mientras pasaba hambre en una buhardilla de Montreal. Lo único que tiene el lector es el Laferrière de la página, que dice haber vivido todo eso y hallado respuestas a las dos preguntas que le importan: cómo ser un negro entre blancos —sobre todo entre blancas— y cómo ser un outsider sin perder el atractivo que exige un sistema que desde hace rato permite outsiders en su seno y hasta los necesita, previamente etiquetados, para renovar un menú cultural en eterno crecimiento.

Compuesto por cinco textos de extensión variable, producidos entre la juventud y la madurez, Mitologías americanas da cuenta de una lucha por la diferenciación. Laferrière supo desde temprano que narrar los padecimientos flagrantes del negro en territorio blanco no le traería beneficios. Se trataba de una plaza ya saturada, aunque con algunos ángulos todavía sin trajinar. Las relaciones interraciales, por ejemplo. Sin recurrir a la denuncia algorítmica ni al subrayado de prejuicios, el nacido en Puerto Príncipe explora el mestizaje en una sola dirección: “El negro y la rubia. La rubia representa la-más-que-blanca. Negro/rubia: pareja demasiado potente. El inferior con la mujer del superior. Pareja extraña. Más extraña que el diamante azul. Las dos extremidades del espectro. La luz y las tinieblas. Complementariedad absoluta”.

Mientras que los textos breves se limitan a memorias de adolescencia (“Truman Capote en el Park Hotel”), viñetas del sexo en la era de la bomba atómica (“El zoológico Kama-sutra”) y diégesis de un reviente que no maquilla su conservadurismo atávico (“Fiesta en casa de Hoki”), el libro se tensa en el diálogo que mantienen los dos textos largos. El primero de ellos, la novela Cómo hacer el amor con un negro sin cansarse, sigue a dos jóvenes haitianos por el verano canadiense, intersección idealizada donde confluyen la precariedad vuelta bohemia y la cascada interminable de chicas de buena sociedad abiertas al ensayo cárnico y filosófico. Son tiempos vibrantes, que se vuelcan solos a la Remington: el narrador los vive y ya los está escribiendo.

En el segundo texto, Esa granada en manos del joven negro ¿es un arma o una fruta?, Lafarrière aprovecha el encargo de un reportaje sobre los Estados Unidos para meditar —en un giro que evoca al de Malcolm Lowry en Bajo el volcán y Oscuro como la tumba donde yace mi amigo— sobre la novela que escribió y el contraste forzoso con sus ideas presentes acerca de la negritud, su relación con el poder blanco y lo que el sexo dice de las razas. Haciendo del cinismo una especie de nueva sinceridad, el Laferrière maduro amplía la postura de sus años mozos. Mientras viaja o simula viajar, mientras disloca el “montaje de clichés” que da vida al sueño americano, insiste con el asunto del moreno y la caucásica, revolea los ojos cuando vienen a hablarle de los movimientos por los derechos civiles y hasta reconoce que el éxito de su novela se debe en gran parte a un título que él ni siquiera inventó.

Escarceos de un iconoclasta que distrae mientras prepara la estocada. Dice Laferrière por ahí: “La deuda de América respecto de los jóvenes del tercer mundo es inmensa. No hablo de deuda histórica (la esclavitud, el saqueo de los recursos humanos, el endeudamiento, etc.), hablo simplemente de la deuda sexual. Todo lo que se nos ha prometido a través de las revistas, los posters, el cine, la tele… […] ¿Qué cosa entendimos mal? Retomo la pregunta. ¿Qué debíamos haber entendido? Ustedes nos volvieron locos de deseo”. A veces el golpe a traición tiene más mérito que la embestida heroica. Por más satisfecho que lo deje su kiosco en el mercado, Dany Laferrière sigue siendo un hombre que lleva una isla adentro.