Poesía completa 14 Sep 2025
Radar Libros | Página 12 | Demian Paredes
Poeta de lo oral y lo visual, de las sensaciones y atmósferas más diversas pero también de símbolos y metáforas siempre sorprendentes, complejo pero no inaccesible, Dylan Thomas es una de las grande figuras de escritor que rebalsó lo estrictamente literario para entrar en el panteón de las celebridades. En este contexto es bienvenida la propuesta de volver a transitar sus textos. Poesía completa 1934- 1952 reúne noventa poemas en flamante traducción de Patricia Ogan Rivadavia y Esteban Moore para esta edición de El cuenco de plata. Un festival de la lengua y la palabra, más allá del mito, más allá de la leyenda.
En su serie de comentarios a “La tarea del traductor” de Walter Benjamin, el filósofo Antoine Berman señaló que, si el destino de una obra literaria es la de ser traducida, el destino de la traducción será el de la “sustitución” o el reemplazo por otra. Y esto por la compleja razón de los cambios y “expansiones” -y también, consideremos, pueden darse contracciones, empobrecimientos, estancamientos- del idioma. Pasan las décadas, y la lengua viva de una sociedad se modifica, abandona y olvida palabras, recupera otras, inventa, “cruza” y combina idiomas, lanza expresiones, las instituciones hacen lo suyo, etc. Por ello, para que una obra literaria perviva -para que se mantenga en circulación, para que continúe siendo leída-, además de “desbordar” el lenguaje en su idioma original y su contexto histórico, debe contar, también, con la noble y ética tarea de la traducción. Es decir, su renovación, una “re-traducción”, cada cierto número de años.
Dylan Thomas, por su parte, es un autor bien conocido por el público de habla castellana. Están las colecciones de cuentos El visitante y otras historias y Retrato del artista cachorro, publicadas por los sellos españoles Bruguera y Seix Barral, como también obras publicadas en Buenos Aires: la novela Con distinta piel, por Jacobo Muchnik Editor, el mitologizante Yo conocí a Dylan Thomas, de John Malcolm Brinnin, por Fabril Editora, y un gran volumen de develadoras Cartas, publicado por De la Flor, con traducción de Pirí Lugones (toda una personalidad editorial, como Muchnik, de importante trayectoria en la historia y la cultura argentinas). Otros trabajos menores e inconclusos, como El doctor y los demonios -un guion cinematográfico- y Bajo el bosque lácteo -una “obra a voces”- se tradujeron y continúan traduciendo. Y también, porque es lo esencial de Dylan Thomas, se tradujo y se traduce su poesía. En tal sentido, El cuenco de plata ha publicado Poesía completa 1934-1952 de Dylan Thomas, con flamante traducción de Patricia Ogan Rivadavia y Esteban Moore. A diferencia de un trabajo anterior, publicado a comienzos de la década de 1970 por la poeta Elizabeth Azcona Cranwell, esta nueva traducción, realizada en tiempo y contexto presente, cuenta además con la ventaja del medio siglo transcurrido, en el cual se conocieron nuevos datos e informaciones sobre Thomas -por ejemplo, en libros y documentales-, al mismo tiempo que combina una labor a cuatro manos, con la sensibilidad y el background de cada integrante de la dupla: Ogan Rivadavia como profesora y traductora, y Moore como poeta, ensayista y traductor.
Se habla aquí, por supuesto, de un artista que rebasó, en el corto e intenso tiempo que vivió (1914-1953), los límites de su oficio, para brindarse en lecturas, por radio y en presentaciones en vivo, influenciando y motivando a toda clase de artistas con el correr de las décadas, como Philip Larkin -quien ajustó su propia poética tras leer a Thomas-, Bob Dylan -quien tomó el nombre del poeta como apellido para componer su “nombre artístico”-, John Lennon -quien leía al poeta para inspirarse y luego lanzarse a escribir canciones para los Beatles, según recordara Paul McCartney-, y los poetas Beat Jack Kerouac y Allen Ginsberg. Es un artista altamente valorado por poetas como Paul Muldoon, Marianne Moore y Kenneth Rexroth, y vale recordar que Igor Stravinsky -con quien quedó una colaboración trunca, por la muerte de Thomas- compuso la obra musical In Memoriam Dylan Thomas (1954). Y, muchísimo más acá en el tiempo, en 2024, se lanzó el álbum musical Lamentations, del hiperprolífico compositor y saxofonista de vanguardia John Zorn. Con la interpretación de tres grandes guitarras del mundo, Bill Frisell, Gyan Riley y Julian Lage, la obra se compone de cuatro piezas tituladas como poemas de Thomas, quien además aparece dibujado/esbozado en la portada, completa e inmaculadamente blanca: “With Blinding Sight”, “Clown in the Moon”, “Do Not Go Gentle Into That Good Night” y “Close of Day”. Como escribieron Ogan Rivadavia y Moore en su prólogo, “es una influencia que atraviesa lenguas y fronteras”.
LA LEYENDA DEL SANTO BEBEDOR
Otra conexión con el poeta que puede traerse a cuento: lo que escribiera el chileno Roberto Bolaño al comienzo de su “declaración autobiográfica” ante el otorgamiento del premio Rómulo Gallegos, en 1999, por su novela Los detectives salvajes: “Nací en 1953, el año en que murieron Stalin y Dylan Thomas. En 1973 estuve ocho días detenido por los militares golpistas de mi país y en el gimnasio en donde tenían a los presos políticos encontré una revista inglesa con un reportaje fotográfico de la casa de Dylan Thomas en Gales. Yo creía que Dylan Thomas había muerto pobre y la casa me pareció magnífica, casi como una casa encantada en medio del bosque. No había ningún reportaje sobre Stalin. Pero esa noche soñé con Stalin y Dylan Thomas: ambos estaban en un bar de Ciudad de México, sentados a una mesa pequeña y redonda, una mesa para echar un pulso, pero ellos no echaban un pulso sino que competían para ver quién de los dos aguantaba más bebiendo. El poeta galés bebía whisky y el dictador soviético vodka. A medida que el sueño transcurría, sin embargo, el único que parecía cada vez más mareado, cada vez más al borde de la náusea, era yo”.
El siempre hilarante Bolaño se hace eco, como al parecer continúa haciéndose en artículos y libros actualmente, año 2025, de Thomas como “poeta maldito”, dionisíaco, “del exceso”, o más sencillamente un alcohólico. De ahí la leyenda de los 18 whiskys bebidos antes de enfermar y padecer delirium tremens, caer en coma y fallecer a los pocos días, a los 39 años, durante una gira en los Estados Unidos. Entre otras desmentidas, se encuentra el documental Dylan Thomas, de la tumba a la cuna (2003), de la BBC, en donde se buscan -y no se encuentran- pruebas ni testigos de los supuestos continuos excesos, apostando por la hipótesis más plausible, la de una combinación de nefastos azares: el poeta padecía una diabetes mal diagnosticada y tratada, a lo que se sumaron un cansancio atroz esos últimos años recorriendo durante varios meses Estados Unidos, en exigentes giras, con performances agotadoras, más una neumonía, y, posiblemente, una mala praxis con diagnósticos equivocados y sobredosis de morfina; todo ello habría sido lo que terminó con su vida tan tempranamente. Por supuesto, el mismo Thomas utilizó con risa en sus prosas los temas del bar, el alcohol y la borrachera y de las suyas, reales, habla, también, en algunas cartas. Todo esto hace a un perfil de un personaje que puede muy bien combinar con su arte, donde se puede encontrar cierto carácter mayestático en sus largos versos, vital y “oscuro” al mismo tiempo, en cuanto a densas metáforas, lo que hace su poesía atrayente; abre una dimensión de enigma, entre otras tantas que posee.
Poeta de lo oral, de agudos ojos y oídos, Thomas siempre fue, como confesó en un texto que se conoce como “Manifiesto poético”, un “enamorado” de la palabra, y de cada letra habida y existente. De ahí que lo único verdaderamente importante sea leer, releer y valorizar su poesía: piezas con sorprendentes símbolos, imágenes y metáforas, donde el primer verso generalmente funciona como título: entre otros “Un proceso en el clima de mi corazón”, “Si me hiciera cosquillas el roce del amor”, “Me hice colega del sueño”, “La semilla en punto cero”, “El dolor, ladrón del tiempo”, “Acaso porque el ave del placer silba”, “En mi oficio u hosco arte” y “No entres mansamente en esa noche bondadosa”, por mencionar sólo un puñado.
UNA POÉTICA DEL SÍMBOLO
De vivencias singulares -su padre, al enseñarle a leer, lo hacía con Shakespeare, pese a las dudas y reparos de otros familiares-, Dylan Thomas manifestó desde siempre su deseo por la poesía. En una carta de 1933 a Pamela Hansford Johnson, escribió: “He puesto mi fe en la poesía”. Ese mismo año, en otra carta a la misma corresponsal, le explicó: “Se dice que es loco escribir poesía y cuerdo almorzar a la una; pero es al revés: el Arte es alabanza y es cuerdo alabar, porque al alabar alabamos lo divino que nos da cordura; el reloj es símbolo de la limitación del tiempo y el tiempo es ilimitado; por lo tanto es equivocado obedecer el reloj y correcto comer no cuando las manos del reloj sino los dedos del hambre, nos lo dictan. Resuelvo en primer lugar hacer poesía, en segundo, escribirla”.
Tan escritor como lector, Thomas era muy consciente del trabajo poético. En una carta de 1934 a Glyn Jones, luego de un párrafo donde da sus pareceres sobre T.S. Eliot, Gertrude Stein, Arthur Rimbaud, Robert Graves y e. e. cummings, dice de su poesía: “Mi propia oscuridad está bastante fuera de moda, por estar basada en un simbolismo preconcebido derivado (me temo que esto suene muy vago y pretencioso) de la significación cósmica de la anatomía humana”. Le escribe a Charles Fisher, en 1935: “Me pediste que te explicara mi teoría sobre la poesía. Realmente, no tengo. Me gustan las cosas que son difíciles de escribir y difíciles de comprender; me gusta ‘redimir los contrarios’ con imágenes secretas; me gusta contradecir mis imágenes diciendo dos cosas a la vez en una palabra, cuatro en dos, y una en seis”. Y en 1938, a Henry Treece: “buen número de mis imágenes vienen del cine, y del fonógrafo y del periódico, ya que uso el slang contemporáneo, los clichés y los juegos de palabras”.
Dylan Thomas en varias otras cartas se separó del surrealismo -al que no leyó, y con el que no comulgaba en nada-, habla casi constantemente de sus apuros financieros -siendo padre y sostén de familia-, y suele tener cierto cálculo o “contabilidad” sobre la relación de escritura de prosas versus la de poemas, tal como le escribió a Bert Trick, en una carta de 1939: “Ahora estoy tratando de terminar para diciembre un libro de cuentos, temporariamente llamado Retrato del artista cachorro, que forman una autobiografía provincial. Eventualmente pueden llegar a ser divertidos, pero escribirlos significa escribir un número menor de poemas”. Las prosas le permiten obtener dinero para vivir, mientras que con la poesía a duras penas consigue lugar, y, con suerte, una magra paga. Thomas tiene, sin embargo, el deseo permanente de sólo utilizar su tiempo vital para escribir poesía.
En su prólogo a Poesía completa, Patricia Ogan Rivadavia y Esteban Moore hacen un retrato o semblanza del poeta, partiendo de aclarar algo básico: “es un poeta galés que escribe en inglés”. Y hacen esta filiación: es “un autor que pertenece a ese reducido grupo de escritores, entre los que se cuentan el irlandés James Joyce, el escocés Hugh MacDiarmid y el norteamericano Hart Crane, que se proponen una renovación de la retórica y la prosodia de la lengua inglesa, en la que Thomas probó ser un ‘verdadero maestro’”, en palabras, estas últimas, tomadas de Al Alvarez.
Thomas “no hablaba galés, no obstante, lo escuchaba a diario” en padres, vecinos y otros familiares, explican Ogan Rivadavia y Moore, lo que fomentó el fino oído con el que luego escribiría. Además de esto, “respecto de la cultura galesa, también conocía el Maginobion, conjunto de leyendas medievales del mundo céltico galés”. Destacando, finalmente, los modos y elementos de su particular combinatoria: “el juego que nos propone Thomas: abstracciones, ironía, humor, imágenes oscuras, metafísicas, que en su contradicción buscan iluminar, y sus complejas y extrañas alusiones bíblicas”. Lo que hay, entonces, es un “universo que trasciende lo real y asocia lo natural a lo sobrenatural”.
Algunos años antes de morir, Dylan Thomas aseguró en una carta: “Quiero construir poemas lo bastante sólidos y grandes como para que la gente pueda caminar y sentarse, comer y beber y hacer el amor en ellos”. Es esta una intensa y ambiciosa invitación, hecha por el propio poeta, para conocer y adentrarse en su espacio literario: alrededor de noventa poemas, reunidos ahora en este nuevo volumen.
Poemas de Dylan Thomas, traducidos por Patricia Ogan Rivadavia y Esteban Moore
DIRÁN QUE LOS DIOSES APORREAN LAS NUBES
¿Dirán que los dioses aporrean las nubes
cuando el trueno las maldice?
¿Dirán que lloran cuando el tiempo aúlla?
¿Será el arcoíris el color de sus túnicas?
Cuando llueve, ¿dónde están los dioses?
¿Dirán que rocían agua
con una regadera, o que liberan las inundaciones?
¿Dirán que, como Venus,
las ubres de un dios viejo son estrujadas y pinchadas,
que la noche húmeda me regaña como una nodriza?
Dirán que los dioses son de piedra.
Si una piedra que cae retumba sobre la tierra,
¿repicará las grava situada? Dejen que hablen las piedras
con lenguas que hablan todas las lenguas.
¿HUBO UN TIEMPO?
¿Hubo un tiempo en que los bailarines con sus violines
podían olvidar sus penas en circos para niños?
Hubo un tiempo en que podían llorar sobre libros,
pero el tiempo ha puesto su larva a perseguirlos.
Bajo el arco del cielo no están seguros.
Lo que nunca se conoce, en esta vida es lo más seguro.
Bajo los signos del cielo, aquellos que no tienen brazos
tiene las manos más limpias, y así como el fantasma sin corazón
está solo y no es lastimado, así el hombre ciego es quien ve mejor.
Y LA MUERTE NO TENDRÁ DOMINIO
Y la muerte no tendrá dominio.
Los muertos desnudos serán uno
con el hombre del viento y la luna del oeste;
cuando sus huesos queden limpios y los huesos limpios ya no estén,
ellos tendrán estrellas en los codos y a sus pies;
aunque enloquezcan serán cuerdos,
aunque se hundan en el mar emergerán;
aunque los amantes se pierdan, el amor no se perderá;
y la muerte no tendrá dominio.
Y la muerte no tendrá dominio.
Los que hace tiempo yacen bajo recodos del mar,
no morirán en el viento;
retorciéndose en el potro, cuando los tendones cedan,
amarrados a una rueda, no se quebrarán;
la fe se partirá en dos en sus manos,
y los males del unicornio las atravesarán;
aunque amputen todos sus miembros, no se partirán;
y la muerte no tendrá dominio.
Y la muerte no tendrá dominio.
Ya en sus oídos las gaviotas no podrán gritar,
ni las olas romper estruendosas en las playas;
donde una flor se voló nunca más podrá una flor
alzarse al soplido de la lluvia;
aunque estén locos y muertos como clavos,
sus cabezas golpearán contra las malvas;
forzarán al sol a entrar hasta que el sol sucumba,
y la muerte no tendrá dominio.
EN EL ANIVERSARIO DE UNA BODA
El cielo se rasgó a través
de este aniversario hecho jirones de dos
que tres años se movieron a la par
en los largos caminos de sus promesas.
Ahora su amor simula una pérdida
y el Amor y sus víctimas rugen encadenados
desde cada nube real o de las que tienen
cráteres, cae la Muerte sobre su casa.
Demasiado tarde en la lluvia equivocada
se unen aquellos que el amor separó:
las ventanas llueven en su corazón
y las puertas arden en su mente.