Poemas 19 Jul 2023

Poemas 1947-1975

El diletante | María Malusardi

Yves Bonnefoy

 

Se escabullen los versos de Yves Bonnefoy. Se escabullen como el tiempo, apenas se los toca. Hacia dentro de sí y hacia dentro de nosotros. Reverberan luego como mantras. Vibran como las cuerdas de un laúd, asumiendo una disonancia impresionista y lejana. Nos subordinan y nos acallan los versos de Bonnefoy. No hay modo de acceder a un entendimiento sobrio. Cada verso compone lo inesperado en lo escueto, la puntada en la ráfaga, la colisión en el vacío, mientras el sentido aprieta esa región final de la memoria donde vislumbrar es imposible. “¿Qué captar, si no lo que se escapa,/ qué ver, si no lo que se oscurece,/ qué desear, si no lo que muere,/ si no lo que habla y se desgarra?”

La estrofa pertenece a Poemas 1947-1975, publicado recientemente por El Cuenco de Plata, en edición bilingüe, traducido del francés por el poeta y ensayista cordobés Silvio Mattoni.

Lo que se pone en juego en la poética de Bonnefoy –al menos en este período de su obra– son imágenes excitantes de tan inalcanzables, sostenidas en una temporalidad aletargada donde la materia de este mundo se hace eco en elementos de la naturaleza que se reinventan y se asientan en un lenguaje posible. Elementos que la naturaleza nos cede y el poema ramifica, multiplicando sus sentidos y expandiendo su tránsito. “Que el pájaro se desgarre en arena, decías,/ que sea, alto en su cielo de alba, nuestra orilla./ Pero él, náufrago de la bóveda cantante,/ llorando ya caía en la arcilla de los muertos”.

El nivel de abstracción hacina hasta el vértigo, hasta la pérdida de un saber que se va tornando oscuridad en la cima del fuego. Donde perdemos el sentido encontramos el poema en su vocación de imposible. “Conozco las palabras que me impido decir”: “Y tantos años/ habrán girado en el jardín sombrío de los mares”. O: “Sucede que los dedos se habían crispado,/ servían de memoria,/ hizo falta arrancar las tristes fuerzas guardianas/ para derribar el árbol y el mar”. O: “Había palabras grabadas en la sangre de la piedra,/ que decían el camino, conocer y morir”.

Además de haber escrito una voluminosa obra poética, Bonnefoy pasó su vida reflexionando acerca del poema y sus alcances. Se podría afirmar que ha construido una voz lírica en el ensayo guiada por un pensamiento singular. Así lo deja entrever en Misterio, poesía y razón: “Y es esa lucha en el seno del lenguaje en contra de su ley de lenguaje –en contra, en suma, de su gravedad– lo que yo llamo la poesía. Poeta es aquel que, en una lengua donde hay seguramente innumerables nociones, ideas acuciadas por todo decir, crea relaciones no entre ideas sino entre palabras por la vía de una belleza de escritura que hace intervenir las sonoridades, los ritmos, y que toma la apariencia de imágenes, irreductibles al análisis. Aproximados de este modo, los vocablos neutralizan más que emplean las nociones que les han sido asociadas por el pensamiento de la época; y pueden así aludir de nuevo al silencio y a la plenitud que precedieron al lenguaje”.

Nació en Tours en 1923, en el seno de una familia humilde, y murió en París en 1916, con todas las galas. Ahí van sus cimas imperfectas: en su juventud fue discípulo de Gaston Bachelard, coqueteó ligeramente con el surrealismo y trabó una fuerte amistad con Paul Celan. Además de su pasión por la pintura y su afición a la crítica de arte (sus ensayos sobre pintura son una delicia), profundizó en las obras de Baudelaire y de Rimbaud. Y tradujo a Shakespeare –sobre quien escribió un hermoso ensayo– y a Yeats, a quien amaba. Erudito e informal, luminoso y melancólico, Bonnefoy irradia con cada poema una potencia simbolista que trasciende la época y propone una experiencia estética que anuda la trascendencia a la fuga.

19 de julio, 2023